Hoy, Felicísimo Contreras tiene 75 años y está casado con Marciana. Recuerdan su infancia con nostalgia, pero también con un «menos mal que los tiempos han cambiado». Para el hijo del molinero, el molino de Las Puentes es un recuerdo en el que pasó parte de su infancia en la que comió pan blanco, pero en la que también le tocó arremangarse para picar junto a su padre las piedras de molturación con todo lo que ello suponía. Con una pica de acero se iban dibujando rayones en la piedra, y de aquel acero aún conserva Felicísimo una esquirla incrustada en su oreja. Ese no es el único recuerdo que guarda a pesar de ser tan sólo un niño cuando vivió en él, pero muchos otros en la zona ni siquiera saben que la denominada Vega de Toral fue una comarca donde los molinos tuvieron mucho que decir en siglos pasados.
Felicísimo Contreras es el hijo del penúltimo molinero y conserva en su oreja un esquirla que le saltó al rayar una piedra Hoy los molinos al sur de la provincia son prácticamente algo anecdótico representado tan solo por algún que otro edificio en ruinas como el de Las Puentes, un edificio que intenta sobrevivir al rápido paso del tiempo y al lento y pesado proceso burocrático. En esas está el Ayuntamiento coyantino, empeñado desde hace años en rescatar del olvido y la demolición una infraestructura que hace no tanto guardaba en sus entrañas las piedras que, movidas con el agua de la presa del ‘Cauce de los molinos de Valencia de Don Juan’, convertían el trigo en harina. Un trigo que llegaba en quilmas pujadas por carros y mulas y que era el sustento de toda la comarca.
El Molino de Las Puentes de Valencia de Don Juan era de los más grandes de la zona con 6 parejas de piedras de moler El edificio es propiedad de Confederación Hidrográfica del Duero y en un corto plazo se espera su cesión al Consistorio. «Sería una pena su desaparición porque es un edificio que tiene muchas posibilidades», comenta Javier Revilla, historiador, experto en molinos y probablemente quien mejor conoce el de Las Puentes. Éste se encuentra en el término de Valencia de Don Juan, en la línea con San Millán de los Caballeros.
El majestuoso edificio, que data de finales del siglo XIX, fue construido en ladrillo visto y reposa sobre cimientos y pilares de piedra. Por los arcos de su parte baja entraba el agua que movía los rodeznos, encargos de transmitir la energía por medio de ejes, poleas y correas que impulsaban toda la maquinaria. Felicísimo recuerda que Las Puentes «tenía 6 parejas piedras de moler», lo cual le convertía en uno de los más grandes de la zona. Junto al edificio del molino hoy también un casa.
En ella pasó Felicísimo su infancia, y en ella nació su hermano. Allí su padre, también de nombre Felicísimo, el penúltimo molinero, se encargaba de moler a cambio de la maquila, un pago en especie que consistía en dejar al molinero una porción de la cantidad total molturada. Tras él ocupó el puesto su tío Bonifacio y después el molino cerró sus puertas, como lo hicieron años antes otros muchos en la zona debido al cambio del estilo de vida y a las nuevas técnicas de molturación que llegaron a la provincia.
En Benamariel el río Esla tiene un una elevada terraza en su orilla derecha que posibilita que en un meandro a la altura de esta localidad «se pueda establecer una toma para extraer un canal artificial que discurría por la Vega de Toral, casi en paralelo al álveo del río, al que devolverá parte de sus aguas», tal y como explica Javier Revilla en una obra sobre molinología publicada en 2007. Esta era la presa que llevaba el agua a Valencia de Don Juan para mover sus molinos, pero también a otras localidades como Villademor o Villaquejida.
La tradición molinera de la zona viene de lejos ya que el molino más antiguo del que existe documentación data de 929. El ‘Cauce de los molinos de Valencia de Don Juan’ parece ser que fue un encargo de un conde de la localidad en el siglo XV. Entre pleitos y cambios de propiedad de los molinos del pueblo, a finales del XIX llegaron a manos de Gaspar Rodríguez Tejedor, a quien le tocó de nuevo enfrentarse por ellos. En este caso fue contra la Compañía Ibérica de Riegos, concesionaria del Canal del Esla, que se construyó por aquel entonces aprovechando la orografía del río en Benamariel y con el fin de irrigar la ya mencionada Vega de Toral.
Con la nueva obra de ingeniería hidráulica Gaspar se sentía privado de las aguas que movían sus molinos a pesar de que le construyeron una compuerta para abastecerle de agua, que al parecer no era la suficiente. Al final, el cauce molinar acabó siendo propiedad de la Compañía Ibérica de Riegos y ahí es cuando el molino de Las Puentes se construyó sobre los cimientos de uno anterior denominado el molino de Arriba. No hay documentos que confirmen su fecha exacta, pero historiadores lo ubican entre mediados y finales del siglo XIX.
Su deterioro
Han sido muchos los años que el edificio del molino de Las Puentes ha estado abandonado a su suerte. Sus pilares han soportado el paso del tiempo, de la climatología más adversa y también de un incendio que en los 90 le dejó tan sólo el caparazón al edificio. La maleza y los árboles de su alrededor también han hecho de las suyas y ahora se puede ver cómo en su interior, donde antes había piedras, ahora crecen chopos. El molino también ha sido objetivo de cacos y oportunistas que han desvalijado su interior, del que ya no queda ni rastro, apenas una vieja piedra tapada por las hierbas. La presa también ha sido devorada por juncos y ahora no sirve más que para hogar de pegas y curros.
Pero esa presa también ha contado historias a su paso por la Vega de Toral. Historias de melones y sandías que corrían por ella cuando se asfaltó por primera vez la carretera de San Millán para regocijo de los peones de la obra. Historias de siglos pasados, como la del administrador del duque de Nájera en el siglo XV. Éste se disponía a llegar a Villademor con su séquito para ver unas comedias pero sufrió un accidente en la presa, y según la leyenda, salió vivo y coleando por obra y gracia de la Virgen del Castillo Viejo. Así lo relata un libro que cuenta los milagros de la patrona coyantina en el que se puede ver la importancia de los molinos, al girar sobre ellos muchos de los relatos como el de Pedro Martínez, un joven de 32 años que en 1613 estaba moliendo por la noche y también se salvó gracias a la Virgen. En este caso fue una crecida del río Esla la que le hizo caer al cauce y salir triunfante del percance aunque no sabía nadar.
Ahora los milagros hay que buscarlos en la ingeniería que pueda salvar el edificio del molino de Las Puentes para que Felicísimo pueda enseñar a sus nietos dónde se le metió la esquirla de acero que lleva en la oreja, y para que a pesar de que ya no vuelvan al molino los carros, ni se utilicen las maquilas, el molino tenga un futuro en recuerdo de aquellos que cambiaban el trozo de queso por el de pan blanco que hoy nos dejan un legado que mantener.