Era el 13 de septiembre de 1974, viernes... así empiezan la mayoría de las crónicas que recuerdan la considerada primera masacre de ETA (antes había cometido muchos atentados) al colocar una ‘indiscriminada’ bomba en la Cafetería Rolando de Madrid, seguramente por estar muy cerca de la Dirección General de Seguridad y ser frecuentada habitualmente por policías de la misma, ya que aunque había bar en la propia DGS era conocido como "la pelos" por su escasa higiene.
La fecha ya citada nos lleva a 50 años atrás; una cifra redonda por la que se han sucedido los reportajes, exposiciones o libros, que analizan el terrible atentado, la cercanía con el de Carrero Blanco, la situación del momento... uno de los libros es el titulado ‘Dinamita, tuercas y mentiras’, del que son autores Gaizka Fernández Soldevilla y Ana Escauriaza Escudero, en el que además de analizar los aspectos señalados y otros relacionados con los autores del atentado (Bernard Oyarzábal Bidegorri y María Lourdes Cristóbal Elhorga) y sus colaboradores (Eva Forest, sobre todo) tiene un amplio apartado titulado ‘Vidas robadas’, en el que se centra en otras víctimas indirectas, las familias de los fallecidos en aquella cruel masacre después de dejar una bomba en el comedor de esta cafetería y segar la vida de 13 personas entre clientes y trabajadores.
Uno de los trabajadores era un leonés, de Laciana, aunque había nacido en la localidad asturiana de Villar de Vildas. Se llamaba Manuel Llanos Gancedo y tenía 28 años aquel fatídico 13 de septiembre. El libro citado recoge que el leonés había entrado a las 7 de la mañana junto a la cajera Florentina Carro y la lavaplatos Carmen Sabido. Otros entraron a las 10 y alguno más a la hora de las comidas. Nadie vio nada extraño en aquella pareja joven, de pelo largo, que dejó un mortal paquete en Rolando.
El familiar más cercano que le queda, al margen del único hermano vivo de los tres que eran, es Aidé Llanos Domínguez, lacianiega también, que solo tenía cinco años, vivía en La Coruña donde trabajaba su padre pero mantiene muy frescos los recuerdos porque, entre otras cosas, "jamás de ha dejado en casa de hablar de Manolín, porque era alguien muy especial, y en las paredes de mi casa hay muchos retratos suyos o la medalla que le dieron".
- ¿Eran lacianiegos?
- Así se consideraban los tres hermanos. Habían nacido en Villar de Vildas pero cuando Manuel tendría seis años vino toda la familia para las minas de Laciana. Aquí crecieron, Manuel tuvo sus primeros trabajos, en hostelería, le gustaba, así fue, por ejemplo, camarero en el Casino de Villablino. Con veinte años ya se fue a Madrid, creo que directamente a la Cafetería Rolando, a través de un amigo de Rioscuro.
Pese a su corta edad Aidé mantiene muy frescos los recuerdos. "Perfectamente. Me había quedado con una hermana de mi madre en Coruña y vi en la tele el entierro". Y recrea con gran detalle la secuencia de aquellos hechos y de aquel día: "Llamaron por teléfono para decir que hubo un accidente, o algo así, era la mujer donde estaba Manolín de patrona y no tenía muchos datos. Recuerdo a mi madre esperando que llegara mi padre de trabajar para salir para Madrid, donde ya estaba mi tío, el padre de Manolín, que había ido desde Villablino, todos con la esperanza de que estuviera vivo pues no lo habían dado entre los muertos confirmados. Estuvieron llamando a todos los hospitales donde había heridos, hasta que llegaron a la Cruz Roja y les dijeron ‘aquí sí hay un chico al que llaman Manolín’ y se les vino el mundo encima a todos. Era él".
Es curiosa la falta de información y atención a las otras víctimas, las familias, pues Aidé Llanos se ha enterado ahora, por Ana y Gaizka (los autores del libro) de cómo fue la muerte de su tío. "La familia siempre habíamos creído que murió en la explosión pero por las investigaciones de Ana (Escauriaza) y Gaizka (Fernández Soldevilla) para su libro supimos que había salido vivo, incluso hay una foto en la que le meten en una ambulancia. Ellos mismos nos contaron otra anécdota que desconocíamos, de que Manuel les había servido unos días antes a sus asesinos y le llamaban el camarero simpático. Parece que la pareja había estado unos días antes en Rolando y como Manuel era tan simpático habían hablado con él, les había contado chistes, y al volver a verlo tuvieron miedo de que los pudiera reconocer". También por Escuriaza y Soldevilla supieron que su tío había sido el más dañado por la metralla, seguramente porque era el que más cerca estaba.
Todos los testimonios coinciden en el carácter abierto y sonriente de Manuel, además de algo presumido, según recuerda su sobrina. "Parece que lo estoy viendo. Era superelegante, vestía muy bien, no salía de casa sin peinarse, arreglarse, le gustaba ir de punta en blanco. Cuando venía de vacaciones me daba cinco pesetas por limpiarle los zapatos, que era una forma de darme la propina pues realmente se los limpiaba mi abuela. Era muy espléndido. Todos los que le conocieron nos siguen hablando maravillas de él".
Y, sobre todo, era muy familiar. Regresaba a casa con frecuencia, cargado de regalos, con una predilección clara, su madre, Carmen: "Manolín sentía verdadera adoración por su madre, mi abuela. Cuando venía de vacaciones traía regalos para todos pero para su madre más; Es comprensible, por ello, imaginar el dolor de Carmen, otra víctima silenciosa. No suelen las madres que entierran a un hijo recuperarse, pero perderlo así, tan joven y como era Manuel Llanos, al que todos recuerdan como muy divertido y alegre. Aidé sufre solo de tener que recordar a la abuela Carmen, de la que dice que "también murió, de alguna manera, con Manolín" (siempre le llama con ese cariñoso diminutivo). "Yo pasaba las vacaciones con la abuela Carmen y era una especie de terapia para ella, la entretenía con mis cosas de niña; pero sabía, por ejemplo, que el día que me llevaba a coger flores al monte, las gritsandanas que les llamamos en Laciana, es que al día siguiente íbamos al cementerio a ponérselas a Manolín". Y, sobre todo, se le ha quedado grabado otro recuerdo: "La abuela le tenía siempre en la boca pero, además, soñaba con él, cada noche, la escuchaba cómo se despertaba llamándolo y diciendo "Manolín, ¿porqué te fuiste tan pronto?", esa frase la tengo grabada a fuego. A la abuela de alguna manera la mataron con él, le quedaban dos hijos, a los que quería, por supuesto, pero es que Manolín era un encanto. Y con 28 años. Y de esa manera".
- ¿Y el abuelo?
- Era diferente, sufrió, por supuesto, pero yo no le vi, por ejemplo, echar una lágrima. Pero era un hombre de estos curtidos por la vida, callado. Había vivido la guerra, en la que estuvo ocho días en el monte con un tiro en la barriga, y aguantó. Le recordaba, claro, pero la abuela lo tuvo en la boca todos los días de su vida. Él lo sufría de otra manera, cuando en a televisión se hablaba de algún atentado de ETA, como el de Miguel Ángel Blanco, él se iba del salón, no lo soportaba, pero no decía nada.
Lo que le duele a Aidé Llanos, pese a hablar de ello con gran tranquilidad, es el olvido que sufren ‘las otras víctimas’, las familias. "Nadie nos clarificó nada, ni nos contó nada. Nos han contado muchas más cosas los autores del libro y las que yo descubrí cuando entré en la Asociación de Víctimas porque quería saber, pero poco más. Un día llegó un capitán de la Guardia Civil a Caboalles y le devolvió a su madre, la abuela, algunos objetos personales de Manolín, la medalla que llevaba al cuello y un anillo; y la indemnización del Gobierno que no recuerdo la cantidad exacta pero sí que era una cifra ridícula".
Sí les consoló en aquel momento el impresionante entierro en Caboalles de Abajo y el recuerdo que cada día comprueban que aún se mantiene de Manuel Llanos, Manolín.
Entre los clientes policías de Rolando aquel día había otro leonés, el inspector Manuel Aparicio Fuente, de 38 años, natural de Castrocalbón que, recordaba, "salí de Rolando en ropa interior a consecuencia de la onda de choque". Y, cuenta el ya citado libro, "meses después informaría de que le habían operado del brazo izquierdo y todavía tenía los tímpanos perforados, además de un cuerpo extraño en la región lumbar y varias parte del cuerpo, como el brazo, que no le habían extraído" ;según el informe de la Paz.