Este domingo 13 de octubre nos desayunamos con la triste noticia del fallecimiento de Luis Ignacio Quiroga Prada. Sus apellidos dejan patente un origen galaico ancestral. Pero Luis se consideraba leonés de pura cepa. Y leonés urbano, que es una categoría especial que te priva de las ataduras chovinistas de referencia rural y también de distracciones identitarias. Tal vez por eso Luis se entregó en cuerpo y alma al cultivo de la cultura urbana en su más amplio sentido, como corresponde a la época que estamos viviendo.
Cine, literatura, cómics y sobre todo música, que es lo que más ocupaba su tiempo y dedicación.
No por esperada es menos dolorosa la muerte de un amigo. Llevaba varios años forcejeando y luchando con estoicismo cazurro contra los furibundos ataques de esa innombrable enfermedad. Un carcinoma implacable e inmisericorde se lo fue devorando a dentelladas hasta que tuvo lugar el desenlace final y fatal. Todo el dolor que él sufrió se ha convertido ahora en un vacío inmenso para quienes de verdad gozábamos de su presencia.
Era Luis, Quirus para los amigos, algo más que eso. Yo mismo gustaba de llamarle Tío Luis, por la veteranía y porque se hacía querer sobremanera. Cuando regresé a León, después de un largo éxodo laboral, él me abrió las puertas de un gran número de círculos de la sociedad leonesa a los que nunca hubiera imaginado tener acceso.
Era un todoterreno de las relaciones sociales. Lo mismo se las arreglaba para aparecer, bien pertrechado de colegas, en una tertulia literaria de las de mesa y mantel —gin tonic mediante— con primeros espadas de la pluma local, que te organizaba un conciliábulo en un figón semi clandestino. En sus saraos podías encontrar empresario de éxito dispar, comerciantes venido a menos, ex mandos beneméritos, un veteranísimo componentes formaciones musicales fosilizadas en el recuerdo, periodistas rumbosos y plumillas prometedores. Vendedores de alarmas o de biblias o de motos, policías de pacotilla, agentes secretos de mentira, profesores de instituto y de academia y funcionarios de distinto pelaje. En fin una amplia fauna de personajes integrantes de lo que vendría a ser una moderna Colmena a la leonesa que, Quiroga, conseguía aglutinar como nadie podía hacerlo. En todas esas reuniones ponía Luis la chispa necesaria para que se perpetuaran con éxito. Gozaba viendo como aquella mixtura de personalidades peculiares iba tomando vida propia y se mantenía en un discreto segundo plano hasta que el guión hacía imprescindible su aparición en escena. En compañía de su inseparable guitarra y de algún amigo no tardaban en brotar la música y el canto haciendo de aquellas veladas gastro-musicales tertuliadas y, en ocasiones polémicas, una experiencia impagable.
Guitarrista de raza y de los buenos, se inició en el mundillo musical escénico como integrante del grupo Los Atrevidos y lució galones en los míticos Abuelo Jones, donde además de tocar componía. Estuvo con Miguel Escanciano y los Secuaces, con Kike Cardiaco a la producción. También con el cantautor Enrique Umberto. Son casi innumerables las formaciones, grupos, orquestas, tríos cuartetos de diversa índole y enfoque musicales las que han contado con su enorme talento y sus ganas de aportar siempre. Ha compuesto unas cuantas bandas sonoras para películas, documentales y cortos. Recuerdo ahora aquel titulado “Placeres Olvidados” con su amigo, el genial Alberto Díaz a la cabeza. Tuvo un papel destacado en la grabación del afamado programa de Televisión Española El Coro de la Cárcel y hasta compuso un himno dedicado a León para la campaña electoral de una formación política leonesa.
Luis era músico y artista por los cuatro costados y a tiempo completo. En los ratos libres ejercía de funcionario, un traje que le tiraba de la sisa y no le sentaba nada bien, como a tantos de nosotros, pero que ponía una base económica segura para el sustento personal y familiar. Y es que la farándula está reñida con los uniformes y los oficios y tareas kafkianas.
Pocas personas he conocido que hayan disfrutado tanto de la vida como nuestro amigo Luis. Así, llegada la pandemia, se vio obligado a surfearla a base de furtivos encuentros con receta médica y bajo supervisión de un especialista, por el peligro cierto de perecer de inanición afectivo social.
Algo que mucha gente desconocía es que no tenía carnet de conducir. Pero ello nunca le impidió gozar de una más que prolífica movilidad gracias, sin duda, a sus demostradas habilidades sociales. De hecho hubo un tiempo en que tuvo un coche de la marca Tata que usaba para transportar sus equipos de música y otros menesteres. El catálogo de chóferes voluntarios que reclutaba era de lo más inverosímil y pintoresco, como las situaciones y anécdotas que solían suceder entorno al citado vehículo.
Para alguien que no le conociera de verdad podría ofrecer una imagen equivocada pero era una persona muy culta y muy inquieta intelectualmente. Por supuesto tenía una gran cultura musical pero es que además era un gran amante del cine y un lector irredento. En sus tiempos mozos se lo había leído todo y además se había hecho rodear de lo más granado de las artes y las letras leonesas de la mano del inefable Juan Carlos Uriarte que, por entonces regentaba la Librería Pisa y entorno a la cual orbitaba y brillaba una fructífera galaxia de intelectualidad. De todos aprendió y a todos divirtió con su especial carácter para urdir y aderezar ambientes de gozo y algarabía. A su lado el disfrute estaba asegurado, a terceros y en primera persona. Eso sí, con todos los riesgos por evaluar, como demanda la verdadera diversión.
Otra faceta de nuestro amigo Luis era su coquetería. Mantuvo su buen porte hasta que la enfermedad fue venciéndole y siempre exhibió una elegante galantería con las féminas.
Vestía a modo de dandi post moderno y el asunto capilar le traía de cabeza. Nunca mejor dicho. No hace tanto que trató de recuperar pasados esplendores en tal aspecto pero la cosa no tuvo resultado esperado.
Tras jubilarse, se dejó deslumbrar por la luz limpia y picasiana de la Calle Larios y había llegado a establecerse a temporadas en la capital malagueña. En El Chupitira y en El Tintero le van a echar mucho de menos.
Un hombre vitalista y entusiasmado de la vida que hacía planes para escribir guiones cinematográficos, para lo cual se estaba formando. Me consta que tenía un par de ellos ya iniciados.
Alguien dijo que la muerte está tan segura de su triunfo que nos deja toda una vida de ventaja. Luis vivió mucho y muy intensamente y, entre sus planes, les puedo asegurar, no entraba dejarse vencer por la parca. Quiso, casi hasta el último minuto, fugarse de esa cárcel en la que el cáncer lo tuvo atrapado. No fue posible.
Luis Quiroga Prada ha sido de esas personas que con su ausencia dejan tras de sí un vacío inmenso pero a la vez un catálogo inagotable de recuerdos y añoranzas. Luis desde aquí te pedimos que vayas haciendo amigos allá donde estés, tantos como los innumerables que reuniste aquí entorno a tu persona. Algún día quizás nos vuelvan a ser necesarios.
Que la luz inmensa y la paz completa te acompañen para siempre amigo. Gracias, gracias siempre por habernos colmado con el privilegio de haberte conocido.
Descansa en paz, Luis.
El funeral de Luis Quiroga será este lunes 14 de octubre, a las 16:00 horas, en la iglesia de los P.P. Agustinos de León.