El futuro del país tras la vuelta al poder de los talibanes genera, dos décadas después, interrogantes e inquietud en aspectos diversos como el duro retroceso en los derechos adquiridos por las mujeres. “Cada día doy más gracias, siendo mujer, de haber nacido en Occidente” afirma María Jesús y añade que “en la inmensa mayoría del mundo la situación de las mujeres es durísima”.
"Hacen falta cuatro testigos de una mujer para contrarrestar el testimonio de un hombre, el marido la puede abandonar cuando quiera, tiene que estar siempre acompañada de algún miembro masculino de la familia, en las zonas más apartadas cuando tenían el periodo eran impuras y las llevaban a unos tendejones hasta que terminaba...", cita García Armesto como ejemplos de la ‘sharia’ o la interpretación de la ley islámica que los talibanes aplicaron entre 1996 y 2001 y que incluía las lapidaciones a las acusadas de adulterio.
El matrimonio infantil, que afecta especialmente a las niñas, es una tradición del país que dejó huella en la leonesa, quien tiene como uno de sus recuerdos principales de Afganistán “la cara de tristeza de las niñas que estaban prometidas para casarse”.
A corto plazo, ve “muy difícil” la situación de las mujeres afganas aunque espera que las que se han formado en los últimos 20 años, con una mentalidad y educación diferentes, puedan hacer algo de presión al igual que sus maridos para evitar el retroceso que ya se vislumbra. “Ahora ellas ya conocen otra cosa. Ahora hay internet”, subraya.
No solo Afganistán
"La primera vez que fui a Turquía fue en el año 80 y cada vez que he vuelto veo cómo avanza el tema fundamentalista. Aquí no se considera porque es lo de siempre: si pasa el Estrecho en patera es un moro, si viene a Marbella en un yate es un árabe. A Arabia Saudí nadie le ha dicho ni media palabra y financia todo esto por debajo, y lo mismo Turquía. Inclusive en Yemén, que es Península Arábiga, hablabas con los guías y decían que allí las mujeres nunca habían llevado el traje negro, que era influencia del vecino”, explica.
Su conocimiento de Oriente le lleva a evitar el optimismo respecto al futuro de la zona. “En Afganistán, muy complicado. Van a seguir en guerrillas entre ellos, como llevan toda la vida haciendo. Pero, claro, dependerá de si bajo cuerda Estados Unidos vuelve a apoyar otra vez a los que luchen contra los talibanes. Aparte de Pakistán, los que están echando la red a ver si pescan son los rusos y los chinos, que tienen el problema de que si se convierte en un centro de adiestramiento para comandos suicidas, a ellos les puede llegar también con la etnia uigur, que son musulmanes. Prefieren tenerlos como a favor y no enfrente”, reflexiona.
“Han conquistado el país sin la menor resistencia” destaca, y cree que toda la ayuda internacional que puedan recibir (relacionada con el COVID-19 o con cualquier ámbito) debería ser a cambio de acciones en materia de derechos humanos, respecto a la mujer o sobre la libertad de expresión.
Llevan milenios en guerra, recuerda, y ve “muy difícil solución mientras no dejen que los propios del país decidan entre sí llegar a un acuerdo”. Nada apunta a que pueda producirse. Ahmad Masud (hijo del combatiente antitalibán afgano Ahmad Shah Masud asesinado el 9 de septiembre de 2001) ha llamado ya a los afganos a unirse a sus filas en el valle del Panshir -principal zona productora de opio-, al norte de Kabul, y ejercer las resistencia en un país en el que, además, se teme que al no haberse recogido las últimas cosechas, la proximidad de las nieves perpetuas pueda provocar una hambruna.