Maruja ya es nieve

María Alonso de Ponga vivió 94 años, la mayoría de ellos entre la nieve de Valbuena del Roblo y allí regresó para siempre en medio de una gran tormenta

Fulgencio Fernández
10/02/2015
 Actualizado a 18/09/2019
El cortejo fúnebre esperaba la llegada de una solución.
El cortejo fúnebre esperaba la llegada de una solución.
"Mi madre jamás hubiera querido tener un entierro así, no por ella, que siempre vivió entre la nieve, por nosotros, por todos, porque lo último que siempre quiso fue dar problemas, todo lo contrario". Lo musitaba uno de los 5 hijos vivos de la fallecida, Jaime tal vez, mirando a la caja de su madre, posada en el coche fúnebre, en el cruce que va a hacia Valbuena del Roblo, en un día de perros en medio de la mayor nevada de los últimos 30 años, con la ventisca azotando por todos los costados y con un cortejo fúnebre de apenas ocho personas.

Era el último viaje hasta Valbuena del Roblo, el definitivo, de María Alonso de Ponga, Maruja para todos, que un día antes había cumplido 94 años, en silla de ruedas pues un ictus hace tres años le había dado un golpe muy duro a aquella mujer menuda y luchadora, siempre en Valbuena, mientras le fue posible.

«Allí estuvo horas esperando, en el camino que tantas veces bajó a vender quesos»  Los 5 hijos, Froilán falleció, esperaban el momento de desandar el camino de su vida. Primero se fueron de junto a su madre, a buscarse la vida, como tantos, en la industria, en la guardia civil, en la vida... Habían regresado desde Burgos, desde Bilbao, desde León, desde Boñar y no se querían separar del féretro de María, que tanto les había dado, que había sido un ejemplo impagable para todos. Miraban expectantes a su primo Ángel, el de Salamón, el último habitante de aquel pueblo, el siempre dispuesto. Desde primeras horas de la mañana esperaba al cortejo, llamaba a la Mancomunidad, a la Junta, a la Diputación... buscaba una quitanieves que permitiera llegar al cementerio a la tía Maruja, la hermana de su padre. Mirabany veían su desesperación ante la sucesión de contratiempos, en una máquina no había cobertura porque entró para Casasuertes, la Diputación no tiene competencias con la Junta, el 112 te vuelve loco a preguntar cosas, Salamón les suena a película... y va pasando el tiempo, desde las once de la mañana que han llegado allí. Aparece una quitanieves, una cuña, pero no puede con la nevada que ha caído, ni mucho menos. Lo intentan pero no es posible...

Y la buena de María sigue allí, en el mismo lugar por el que tantas veces pasó con un puñado de quesos de vaca que ella hacía con maestría en su casa, en Valbuena, pues había que ayudar en la economía familiar, que el sueldo de minero en Huelde de su marido no llegaba para los seis hijos que habían tenido. Y entre los dos atendían a unas pocas vacas. Muchas veces bajó por allí con nieve. Andando, camino del mercado de los jueves en Cistierna, hasta Las Salas, allí cogía el coche de línea. Y después a desandar el camino.

Ya son las tres de la tarde. Ángel busca una solución para que tomen un tentempié y llama a Roque, el casero del molino de David Álvarez.



- ¿Nos sacarías unos chorizos para picar un poco?

- No. Os doy de comer.

La vieja solidaridad de las nevadas. Comieron. A las cinco y media, cuando ya se planteaban volver al tanatorio y al día siguiente volverlo a intentar, llegó la fresa de la Diputación. Antes no habían podido, todo se había torcido y se volcaron en su trabajo. Alas siete menos diez Maruja ya estaba enterrada, Maruja ya era nieve, como lo había sido tantas veces en vida. Ya estaba en su Valbuena del Roblo para siempre.

A las 11 de la noche bajaba la fresa de la Diputación, que había subido a Lois. El conductor no había comido todavía. Maruja jamás lo hubiera permitido, le habría dado de comer.
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