Orgullo

Por Valentín Carrera

01/07/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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Los cuatro años de Manuela Carmena como alcaldesa de Madrid —que renovó la confianza de medio millón de madrileños, casi un tercio de 1.634.000 votantes— serán recordados durante décadas, y estudiados en universidades, por dos hitos: Madrid Central y el Orgullo Gay.

Ya sé que algunos se reirán, entre ellos los 124.000 votantes de Vox en Madrid (el 7,63% de los electores madrileños); están en su derecho, como yo en el mío de considerar Madrid Central y el Orgullo Gay como dos conquistas irreversibles, dos faros que iluminan estancias corrompidas, siniestras y oscuras, y señalan el camino a otras ciudades en España y del mundo.

En todo el mundo porque Madrid Central está siendo ya admirado y recomendado en Bruselas y en media Europa. La propuesta no fue de Carmena y sus podemitas, sino de la alcaldesa Ana Botella, destacada líder del Partido Popular, que en septiembre de 2014 propuso cerrar al tráfico 352 hectáreas, solo para residentes, en el corazón de la ciudad.

Solo la miopía y el sectarismo de los Almeida-Villacís, movidos por Vox como muñecos de ventriloquía, convierte lo que en 2014 era óptimo con Ana Botella en un insensato Delenda est Madrid Central con Carmena. Puro sectarismo autoritario, a contracorriente de la ley europea. Se anuncian sanciones, aunque sostengo, puro optimismo, que más allá de retoques cosméticos para saciar el odio de Vox, la almendra sustancial de Madrid Central prevalecerá intacta. Y será estudiada y aplicada en otras ciudades como modelo de movilidad urbana —como está siendo Pontevedra—, pero sobre todo como modo de combatir la contaminación, la famosa boina de dióxido de nitrógeno que cubre el cielo de Madrid y causa miles de muertos cada año: 5.416 personas (14 muertes diarias) en 2015 según datos de la Asociación en Defensa de la Sanidad Pública. Con la salud pública, bromitas ni una, señores de Vox (y los que se acuestan con ellos).

Vamos con el Orgullo Gay, bandera de la libertad. Estuve anoche paseando por el distrito de Chueca, abarrotadas las calles y plazas, llenas de vitalidad, desenfado, alegría y amor, mucho amor del bueno. No sé qué pecados ven los censores e inquisidores de las vidas ajenas, sepulcros blanqueados, hipócritas que se escandalizan de que dos chicas se besen en la calle tiernamente, o con lujuria, pero callan si es su párroco quien mete mano a un o una adolescente. Callan y consienten abusos reiterados que son delitos y han causado tantísimo dolor a víctimas y familias.

Orgullo Gay: yo no he visto más que gente buena y buena gente, que habrá de todo entre tanto tanga suelto, pero la estadística de barra de bar demuestra que hay muchos más descerebrados y violentos entre las hinchadas del fútbol, por ejemplo, que entre los pacíficos bailarines del Orgullo Gay, y nadie ha propuesta todavía llevar el Bernabéu a la Casa de Campo.

Mal que les pese a quienes tienen sucia la cabeza y la mirada, el Orgullo Gay es una fiesta limpia —no más latas que cualquier botellón estudiantil—, limpia de corazón. Frente a tanta represión de años y siglos, de familias y escuelas, y equipos deportivos y ejércitos, una fiesta de la libertad. Ser quienes somos: ser queridos, ser aceptados, ser felices.
Una fiesta de la diversidad sexual, pero decir «sexual», la palabra tabú, no es coitiño va, coitiño viene; decir sexualidad es decir la personalidad completa de cada cual, su derecho indiscutible a vestir, amar, sentir, besar, follar, gozar, sufrir, reír, llorar como nos de la gana. Frente a la tristeza de la uniformidad impuesta, lo que celebramos los Orgullosos es ser y poder ser distintos.

Por eso el Orgullo Gay, que comenzó en Manhattan en 1969, ha ido incorporando franjas de diversidad a su bandera multicolor que hoy es LGTBI: lesbianas, gais, transexuales, bisexuales y transgénero… pero nadie excluye a los intersexuales, queer y asexuales. Su fiesta es la fiesta de todos los ositos y ositas que amamos la libertad y el respeto a los demás: en París, en Sevilla, en Boston o en León y Ponferrada (¿a qué esperamos para celebrar el Día del Orgullo Gay berciano con Enrique Gil y Carrasco por bandera?).

Vive y deja vivir: siente, goza, disfruta, sé tú mismo o tú misma. Basta de sufrimiento en las familias porque un hijo o una hija es distinto, basta ya de la férula de la inquisición religiosa sobre nuestras cabezas y nuestros cuerpos.

Y sobre todo —»no te olvides de decirlo», subraya mi hija Sandra—, basta de consentir agresiones homófobas, insultos, desprecios, ninguneos, armarios. Para vivir no necesitamos vuestro maldito permiso, señores de Vox y demás homófobos cómplices del PP y Ciudadanos que gobernáis con los votos de la extrema derecha, de los mismos que fusilaron a García Lorca por republicano, pero, no lo olvidemos, añadieron un par de tiros en el culo «por maricón».

Contra ese odio, contra esa miseria humana del que prohíbe y desprecia lo que no comprende, contra las manadas explícitas y encubiertas, contra los que nos niegan nuestras derechos más elementales, vamos a salir a la calle riendo y cantando, felices y diversos, libres. «¡A la calle!, que ya es hora de pasearnos a cuerpo y mostrar que, pues vivimos, anunciamos algo nuevo». Feliz Fiesta del Orgullo.
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