Lapandemia de coronavirus pasará, el virus se instalará entre nosotros y volverá o no cada invierno, como antes la viruela, la peste negra, la gripe porcina, el SIDA o el cáncer.
La pandemia de gripe porcina afectó a una población estimada entre 700 y 1400 millones de personas y hubo más de 400.000 fallecidos. Desde su aparición en 1980, el virus del sida ha causado 32 millones de víctimas; de ellas, 770.000 en 2018. Otra gripe asiática, causada por el virus A-H2N2, y la gripe de Hong Kong, han producido un millón de víctimas cada una.
El cáncer, que también es una pandemia -la peor- produce cada año nueve millones de muertos en el mundo, 112.714 en España en 2018, siendo la segunda causa de muerte. La Red de Registros de Cáncer estima que en 2020 habrá en España 277.000 casos nuevos de cáncer, lo que significa otras cien mil muertes. La última campaña de gripe -que ya es como de la familia, pues nos visita cada invierno- causó en España 525.000 casos y 6.300 muertes. Por no hablar del hambre y la pobreza, que son pandemias crónicas.
No les canso con más datos; pero si no contextualizamos la realidad, corremos el riesgo de volvernos locos, en especial cuando millones de ciudadanos somos víctimas del virus de la desinformación y el miedo. Lo que escucho y leo es mucho ruido en las redes y televisiones; en vez de confianza, siembran pánico contagioso; en vez de Alarma, crean alarmismo. Veremos cómo acaba este apocalipsis; de momento, la gripe multiplica por cinco, y el cáncer por cien, a las víctimas del coronavirus, sin que hayan recibido tanta atención.
Ahora que sabemos la capacidad de reacción del Estado, y de la sociedad, tan ejemplar, tan solidaria, sacrificada y heroica, cuesta entender por qué no hacemos lo mismo, por ejemplo, con el cáncer. Si una sola de sus causas, el tabaco, produjo el año pasado 56.000 muertes, y la Organización Mundial de la Salud afirma que mata a la mitad de sus consumidores y produce una adicción superior a la heroína, ¿por qué no se prohíbe el tabaco?
Demostramos estos días al mundo y a nosotros mismos que podemos confinarnos en casa y concelebrar esta neo-navidad virtual; pero no somos capaces de prohibir el tabaco o los coches asesinos capaces de circular, y circulan, a 240 km/h. ¿Cuántas otras cosas venenosas y mortíferas -pero legales y fomentadas por el propio Estado- debemos prohibir? No quiero referirme a la prostitución, al juego, al comercio de armas y otras lacras, por no dispersarnos. Lo que afirmo es que nuestro modelo de vida, todo, absolutamente todo nuestro modo de vivir, debe ser revisado. Y esta sí es una lección que podemos aprender gracias al coronavirus.
Que nos hemos instalado como nuevos ricos en un cuerno de la abundancia ilusorio, en el que todo son derechos y pocos deberes, porque el primer deber de un ciudadano, como ahora se nos demanda, es cuidar su salud; pero muchos irresponsables han decidido dejar la salud en manos del Estado, el nuevo dios todopoderoso, que todo lo sabe y todo lo cura, hasta que viene una pandemia y el dios omnipotente peta.
El Covid19 nos va a tocar a todos -ya tengo familiares y amigas muy cercanas en la UCI-; pero la solución no es miedo, sino prudencia y respeto a las normas sanitarias. El miedo guarda la viña; pero mejor si la respuesta es proactiva: ¿Qué podemos hacer cada uno de nosotros para que no se detenga la primavera? ¿Mejorar nuestros hábitos sedentarios, nuestra comida basura, eliminar la bollería, el exceso de azúcar y todos los excesos; desterrar las bolsas de plástico o los pesticidas en frutas y verduras de una puñetera vez; o suprimir la automedicación?
Imaginad una acción de Estado global, como esta del coronavirus, contra el plástico. O contra el virus del tabaquismo: todo el sistema sanitario puesto en pie, miles de psicólogos combatiendo el síndrome de abstinencia, una pareja de la guardia civil en cada estanco, tanques a la entrada de Winston o de Altadis -para que dejen de ganar dinero con nuestra muerte-, y un chorreo mediático tipo 1984. Resultado: todos más sanos y 56.000 muertos menos.
Vamos a tirar el Estado por la ventana por una sola de las siete plagas, pero el apocalipsis también son las otras plagas que habitan entre nosotros. Convivimos con una pandemia infinita -nuestro modo de vida-, con costes sanitarios, familiares y económicos inmensos. ¿Qué haremos después, cuando ganemos la batalla al coronavirus? ¿Vamos a seguir acumulando estrés, obesidad, grasitas, ictus e infartos? ¿Van a continuar las multinacionales y los hiper vendiendo su muerte al por menor? ¿Vamos a seguir comprando sus humos y su basura con colorantes, conservantes, emulgentes, acidulantes y estupidizantes?
Esta cuarentena nos ofrece una gran oportunidad para cambiar el modo de vivir consumista y practicar hábitos sanos, baratos y sostenibles: cuidarnos y cuidar, poca tele y mucho sexo, jugar, pensar, conversar, amar. Ponernos una mascarilla contra el Covid19 y otra contra el estrés.
Desinfectar la calle, pero también el móvil. Usar guantes para tocar un pitillo o una hamburguesa de macro granja. Un preservativo para follar y otro para votar. En definitiva: plantar cara juntos al coronavirus y a todas las demás plagas, cambiar de vida. La primavera avanza.
Paisaje después del apocalipsis
Sección semanal de Valentín Carrera, en esta ocasión dedicada a la pandemia del coronavirus
23/03/2020
Actualizado a
23/03/2020
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