Pancarta, globos y un pueblo volcado con la llegada de Román

La Veguellina dio el pasado 10 de febrero la bienvenida a su primer recién nacido tras casi cuarenta años

21/02/2024
 Actualizado a 21/02/2024
La pancarta con la que los vecinos de La Veguellina recibieron a Román. | L.N.C.
La pancarta con la que los vecinos de La Veguellina recibieron a Román. | L.N.C.

Era un sábado cualquiera hasta que la planta de Pediatría del Hospital de León se convirtió en testigo de unos llantos que llenaron de vida la sala donde Teresa Fernández se mantenía convaleciente después de dar a luz. Fue un sábado cualquiera para los profesionales sanitarios que, a diario, dirigen y ayudan en los partos; pero no para Teresa ni para Paul Nuevo, pues el pasado 10 de febrero se convirtieron definitivamente en los padres de Román.

Los novatos progenitores no tardaron en abandonar el servicio pediátrico para regresar, por fin, a su hogar: la vieja casa de los abuelos de Teresa, que llevaba vacía más de quince años. Allí se estableció la pareja dos años y medio atrás; en La Veguellina de Cepeda, una localidad a veinte kilómetros de Astorga, cincuenta de Ponferrada y a unos treinta de León. Un pueblo «a un paso de todo» y un buen lugar para formar una familia, en palabras de su pedáneo, Óscar Cruz, que aterrizó en el enclave hace nueve años, tras toda una vida veraneando en el mismo y con la intención de escapar de Barcelona y de su ajetreo rápido y constante para disfrutar de una vida agreste, bucólica y lenta en el entorno rural. 

Una vida lenta, como lento ha sido el último nacimiento de un habitante de La Veguellina. Y es que «treinta y ocho años» es la respuesta del pedáneo a la consulta sobre la extensión del periodo en que la localidad ha vivido sin disfrutar del llanto de un bebé hasta la llegada de Román. «Treinta y ocho años», dice y la ‘s’ suena como si serpentease entre su lengua y su paladar en un efusivo énfasis, pues no hay mejor noticia para la localidad perteneciente a Quintanilla del Castillo. «Está todo el pueblo como si tuviera un juguete nuevo», ríe Óscar al otro lado del dispositivo, demostrando una emoción que sólo es equiparable a la que experimenta un niño ante los juguetes envueltos por Navidad. «Estaban todos esperando para visitarles», cuenta el pedáneo sobre los veintisiete empadronados en la localidad. «Bueno, con Román, veintiocho», añade sin otro atisbo que de entusiasmo.

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Román, el último vecino en nacer en La Veguellina y el único en 38 años. | L.N.C.

Teresa era administrativa antes de ser en madre. Paul convertía su tiempo en dinero en una de las fábricas de la provincia. Hablan –altavoz funcionando– desde la tranquilidad hogareña y vestidos de una felicidad que sólo llega de la mano de una vida. «Cuando llegamos, teníamos una pancarta que ponía ‘bienvenido, Román’», recuerdan de su trayecto desde el hospital hasta un pueblo en el que esperaban vecinos y vecinas ansiosos por conocer al pequeño niño. «Varios vinieron a casa rápidamente a conocerle», explica Teresa con una voz que no puede disimular su alegría: «Hemos dado un par de paseos con él y, al vernos pasar junto a sus casas, salen corriendo a verle». Como ella, –dice– «la gente del pueblo no puede estar más contenta». 

Paul vivía en El Bierzo antes de trasladarse con la futura madre de su hijo, antigua habitante de la villa madrileña, hasta La Veguellina. «A mí, mi madre me decía que, viniendo de la ciudad, no iba a aguantar nada», explica Teresa. Ahora, ni ella ni su pareja se imaginan vivir en otro lugar y Paul es de la opinión de que no hay nada «como un pueblo para un niño: las aventuras que puede vivir, la libertad que tiene, el parque y los amigos... Eso, en una ciudad, no puede ser». Desde luego, no hay nada como este niño para este pueblo, colmado de una mayoría de habitantes que rebasan la edad de jubilación y donde los padres del bebé son las personas más jóvenes después del mismo. «Un bebé le da felicidad al pueblo», sentencia Teresa y seguramente sí; una felicidad que llega con el suspiro colectivo por ver la luz al final de un túnel oscuro sin vida, pero con mortandad. La felicidad que reside en un grupo de vecinos que ven en su pueblo uno más rejuvenecido. Una felicidad que cobija y alberga la esperanza de un futuro fértil y fructuoso en La Veguellina.

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