Se sabe que las noches son para los melancólicos. Para quienes se acogen a la oscuridad, muchas veces más iluminadora que la propia luz. Son para escritores, poetas; artistas que vagan en la nocturnidad de las calles recitando en su yo interior y rezando para un encuentro con aquellas musas de la inspiración. También son las noches para los desamparados. Seres de alma extraviada que se dejan mecer por el alcohol y otras sustancias para adormecer su malestar y no sentir más que la deshinibición tranquilizadora de la embriaguez. Aunque, como dicen que «lo cortés no quita lo valiente», puede que un mismo cuerpo esconda esas dos formas de ser.
Y sea como sea -hombre, mujer o cualquier otro género-, hubo alguien que, en la noche de este jueves, acompañó su atuendo del color negruzco de un espray, dispuesto a dejar su huella en varias de las paredes del barrio de Pinilla.Entradas de bares, fachadas de colegios o muros de domicilios; todos fueron buen lienzo para plasmar las emociones del poeta tristón que vagó sin destino por la noche de Pinilla.
«Extraño una parte de mí, esa que sea contigo», declama el poeta desde su peculiar poemario. «Te recuerdo en un suspiro», continúa enajenado. «Dejar de luchar es dejar de soñar», desvaría. «Dicen que los ojos pertenecen a quien los hace brillar», sigue. «Esas risas contagiosas en la madrugada», recuerda nostálgico y sigue otra vez: «Dejaste mi alma huérfana oscura como una noche sin estrellas». Aunque el final de esta última se intuye más que leerse. Letras emborronadas componen el verso, que lleva un final a base de puntos suspensivos. Puede que por la falta de espacio, aunque no son ilícitas las conjeturas y es más poético pensar que la tristeza impidió a este poeta continuar con su poesía. Que las abundantes lágrimas que cayeron de sus ojos provocaron una tinta desparramada, ansiosa de ser letra y conformándose con ser borrón. Que la melancolía fraguó en este misterioso ser humano la necesidad de parar un segundo para echarse a llorar.
Tal debió de ser la magnitud de sus emociones que el anónimo autor no tuvo reparo en correr el riesgo de enfrentarse a unos vecinos exaltados. Gentes que, cuidadosas de la imagen y limpieza de su barrio, echan en cara al poeta de incógnito este gesto de delincuencia poética. Pero lo cierto es que, duren mucho o duren poco estas pintadas, el barrio de Pinilla ha amanecido este jueves entre versos; siendo testigo, como cantaron los de Triana, de la vorágine de «una noche de amor desesperada».