Han logrado reabrir museos, recuperar filandones y hacenderas, charlar y caminar con personas mayores, hablar de hechos históricos olvidados que aún escuecen, establecer acciones para empresas locales, poner en valor los recursos naturales e incluso han hecho que las mujeres jueguen a los bolos. Son algunos de los retos alcanzados por los doce estudiantes que este verano disfrutaron de una beca Ralbar, programa impulsado por la Universidad de León y la Fundación Banco Sabadell y que consiste en la realización de prácticas extracurriculares estivales en municipios rurales de la provincia de León, destinadas a la ejecución de proyectos de dinamización que contribuyan a activar estos espacios social, económica o culturalmente, en colaboración con empresas, entidades o instituciones locales.
Un ejemplo de esa diversidad, dinamismo y entusiasmo trasladado por los estudiantes al entorno rural de la provincia de León son los proyectos realizados por Héctor González Moro, Paula García Díez y Adrián Valiente, en Cistierna, Valdelugueros y en localidades de la Reserva de la Biosfera Valles de Omaña y Luna. «Realicé una labor de recuperación del pasado del municipio de Cistierna y comprobé que cuentan con un potencial tremendo, pero muchas veces no se ha sabido explotar y divulgar», explica Héctor González, quien reconoce que durante su periodo de beca también hubo temas sobre los que a los vecinos aún les costaba hablar «como los que tuvieran que ver con la Guerra Civil Española». «Fueron muy difíciles de tratar por el sufrimiento que padeció parte de la población y porque aún existe mucho estigma entorno a este tema».
Las acciones para conservar y conocer el patrimonio natural y la memoria popular en la cabecera del río Curueño y Valdelugueros sirvieron también a Adrián Valiente «para acceder a la población de la zona, que eso era lo más difícil, y conseguir que adquieran una conciencia ambiental sobre su entorno y lo valioso que es». De igual forma hace balance Paula García con el desarrollo de su proyecto de recopilación y documentación de recursos naturales en los Valles de Omaña y Luna: «He podido realizar experiencias de ocio en colaboración con emprendedores adheridos a la marca de la Reserva de la Biosfera para dinamizar el entorno rural e implicar a las gentes de la zona».
Raquel Domínguez, coordinadora de las becas Ralbar junto a Ana Vázquez, directora del Área de Estudiantes, asegura que todas las experiencias de aprendizaje de los doce estudiantes «han sido un éxito porque se demuestra que han aprendido y desarrollado competencias personales y profesionales y les ha servido para mejorar su formación». Además de calificar la beca como «un aprendizaje de vida» y de valorar esa adquisición de competencias, Ana Vázquez explica que para el medio rural este programa «da una visibilidad a la Universidad dentro de esos pueblos, saben que los estudiantes son competentes y descubren competencias que no están asociadas de forma habitual al concepto tradicional de profesiones».
175 acciones, 2100 participantes
Hay que recordar que los proyectos desarrollados en esta tercera edición por Celia Brito Pedrosa, Eva Díez Presa, Marta Fernández Llamas, Judith Paniagua Carpintero, Carmen Vega Valdés, Diego Álvarez Rodríguez, José María Vázquez García, Adrián Valiente Gómez, Paula García Díez, Héctor González Moro, María Mercedes Lozada y Marta Puerta de la Riva, dejaron huella en pueblos de la provincia de León con más de 175 acciones realizadas en las que participaron 2100 personas, y que «repercutieron en el bienestar de la población rural, contribuyeron a la recuperación y divulgación de patrimonio natural y cultural y facilitaron la transferencia de investigaciones en la economía, la sociedad y la cultura de nuestros pueblos», detalla Raquel Domínguez, directora del Área de Relaciones Institucionales.
Para los estudiantes Ralbar la valoración final es muy positiva, aunque tuvieran que hacer frente a situaciones complicadas como el intentar convencer a las gentes de la zona para que se implicaran en la realización de un Filandón, en la disposición para organizar una Hacendera, en participar en juegos y trampas para conocer plagas en choperas, en hacer ver que el sonido del agua es un patrimonio a proteger y que el juego tradicional de los bolos maragatos no es solo un juego de hombres, e incluso acometer la subida a las trincheras de Fontañán y Peña Muezca, con más de 40 personas. Todo un abanico de situaciones dispares que les permitieron aprender a conocer de primera mano un patrimonio y una historia que en la mayoría de los casos desconocían, mejorar en habilidades comunicativas, conocer a personas maravillosas que se implicaron de lleno en el desarrollo de sus proyectos y a ser conscientes de la importancia del mundo rural en nuestros días y su aprovechamiento como recurso turístico a través del patrimonio cultural.