San Martín llega por fin a León

La iglesia del Barrio Húmedo contará desde este sábado con una reliquia del santo, concedida por el papa Francisco a petición del párroco

13/09/2024
 Actualizado a 13/09/2024
La reliquia es un fragmento de hueso de San Martín, protegido por un cristal. | L.N.C.
La reliquia es un fragmento de hueso de San Martín, protegido por un cristal. | L.N.C.

En pleno corazón de León se encuentran el barrio, la parroquia y la iglesia de San Martín, que también da nombre a la plaza central del Barrio Húmedo. En ella, la Asociación de Hosteleros escenifica anualmente la matanza del cerdo, alrededor de la fiesta del santo, que se celebra el 11 de noviembre, es decir, cuando al gocho «le llega su San Martín», según el refrán español. O «su San Martín se le llegará como a cada puerco», en palabras textuales de don Quijote.

Todo ello da idea de hasta qué punto se encuentra este santo enraizado en nuestra ciudad, en nuestra cultura y en nuestras tradiciones. No es un caso aislado. Desde Huesca a Pontevedra, y desde Asturias a Córdoba, más de sesenta localidades le tienen por patrono, y su devoción se extiende con la misma intensidad en Francia, Holanda, Hungría y, por supuesto, Hispanoamérica.

Sin embargo, cuando D. Manuel Flaker Labanda se hizo cargo de la parroquia de San Martín, le sorprendió que ésta no contara con ninguna reliquia del santo, y se decidió a conseguirla. El primer paso fue solicitarla a la Basílica de Tours, ciudad situada en centro de Francia, en el Valle del Loira, que custodia los restos del santo que fue su obispo. La respuesta fue casi una negativa, solamente estaban dispuestos a ceder una reliquia de tercer grado.

Ni corto ni perezoso decidió entonces el párroco acudir directamente al Vaticano, donde contaba con la amistad de Monseñor José Manuel del Río Carrasco, actualmente Administrador de la Congregación del Culto Divino y Disciplina de los Sacramentos. Una gestión del conocido prelado leonés con la Congregación de las Causas de los Santos resultó igualmente infructuosa.

Finalmente, ejercitando la paciencia que exigen los asuntos de la Santa Sede, fue la Oficina para las Ceremonias Pontificias del papa Francisco la que manifestó disponer de una reliquia de primer grado de San Martín de Tours que estaba dispuesta a ceder a la parroquia leonesa. Previa petición formal de nuestro obispo D. Luis Ángel, el propio Monseñor del Río Carrasco la trajo de Roma el pasado mes de agosto.

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Carta del Vaticano que acredita la oficialidad de la reliquia de San Martín obispo. | L.N.C.

Este sábado, coincidiendo con la fiesta de Exaltación de la Cruz que celebra la parroquia, la entrega de la reliquia por Monseñor del Río Carrasco se hará oficial en una Eucaristía que tendrá lugar a las siete y media de la tarde.

El sentido de las reliquias

Reliquia es un término latino que significa resto o sobras. Es exactamente lo que ha quedado en este mundo de la presencia de un santo.

La Iglesia las clasifica en tres grados: son de primer grado las que forman parte del propio cuerpo del santo, sus restos mortales; de segundo grado se consideran los objetos o ropas que han sido usados por él; por último, se llaman de tercer grado los paños o telas que hayan tocado una reliquia de primer o segundo grado.

La devoción a las reliquias adquirió una enorme fuerza en la Edad Media, y quizá no goce de buena prensa en la espiritualidad más moderna. En ocasiones hasta se enfrenta a la incomprensión de los no creyentes, lo que resulta sorprendente en un mundo en el que las tumbas de famosos y personajes ilustres son reclamos turísticos masivos, y en el que se pagan cantidades astronómicas por los vestidos de una actriz o los objetos personales de un cantante.

¿Quién fue San Martín de Tours?

La historia de San Martín, que conocemos bien gracias al cronista Sulpicio Severo, coetáneo del santo que incluso llegó a conocerle, nos remonta a una época muy antigua de la Iglesia Católica, inmediatamente posterior a la legalización del cristianismo por el emperador Constantino en el año 313.

Martín nació sólo tres años después, en 316, en la actual Hungría, y era hijo de un tribuno romano. Como tal, ingresó en la caballería del ejército imperial, aunque mucho antes ya se había convertido al cristianismo contra la oposición de su familia, téngase en cuenta que el cristianismo era aún una religión minoritaria entre las clases altas.

Aproximadamente a la edad de cuarenta años abandonará el ejército, argumentando que, como soldado de Cristo, no le era lícito entrar en batalla.

De algunos años antes data la historia más popular de su hagiografía, que ha dado lugar a infinidad de representaciones escultóricas y pictóricas, incluso la muy famosa del Greco: a lomos de su caballo se encontró el soldado con un indigente que se hallaba prácticamente desnudo en pleno invierno. Martín desenvainó su espada y cortó la mitad de su capa para entregársela al mendigo y que se cubriese con ella. Sólo la mitad que consideraba suya, puesto que la otra pertenecía al ejército romano. Con el tiempo fueron tantos los templos en los que se veneraban pedazos de la famosa capa que dieron lugar al nacimiento del término capilla, que designa, como es sabido, cualquier pequeño oratorio con altar particular.

Foto 3 cuadro del Greco
San Martín y el mendigo. Obra pictórica de El Greco de 1598. 

Dedicado ya exclusivamente a la predicación del cristianismo, Martín se unió a los discípulos del obispo Hilario, en Poitiers, iniciando una larga y fructífera carrera de evangelización a través de los Alpes, Milán, Génova y buena parte de Francia.

Durante aquella época tuvo que combatir el arrianismo, herejía temprana que había calado profundamente en la Galia. Pero jugó también un papel fundamental en lo relativo a otra herejía muy leonesa: el priscilianismo.

Prisciliano era un joven y acaudalado erudito que predicaba un cristianismo fuertemente influenciado por las doctrinas gnóstica y maniquea. Astorga y la Gallaecia leonesa, donde la romanización nunca llegó a apagar del todo las brasas del antiguo paganismo céltico y druídico, fueron las zonas donde más arraigó el priscilianismo, arrastrando incluso a virtuosos obispos como Simposio y su hijo Dictinio. 

Prisciliano fue finalmente capturado en Francia por el emperador Máximo que, condenándolo por brujería, ordenó su decapitación. A ello se opusieron varios obispos y el propio papa, que criticó duramente el proceso. Entre los que se enfrentaron a la decisión imperial destacó Martín de Tours, que, según nos cuenta la crónica de Sulpicio Severo, no dejaba de insistir ante Máximo para que se abstuviera de decretar la muerte de aquellos desdichados, diciendo que era suficiente con que los herejes, juzgados según las normas de los obispos, fuesen expulsados de sus iglesias, y que era un crimen nuevo e inaudito que un juez seglar juzgase un asunto de la Iglesia. Se trata, quizá, de la primera defensa de la autonomía de la Iglesia respecto del poder público.

Como obispo de Tours a partir de 371, Martín se dedicó a la fundación de monasterios y a una incesante predicación viajando por toda Francia a lo largo de 25 años, hasta su muerte en 397.

Innumerables y asombrosos milagros se atribuyen a Martín, que fue aclamado como santo desde el mismo momento de su muerte. Tours, su sede episcopal y el lugar donde desde siempre reposaron sus restos, se convirtió en paso obligado para los peregrinos que, desde toda Europa, se dirigían a Compostela, lo que contribuyó a la propagación de la devoción a lo largo y ancho de la península ibérica.

Desde mañana, el bueno de Martín también descansará en León.
 

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