No son habituales, ni mucho menos, los bautizos en los pueblos de esas comarcas que sufren la despoblación. Cuando se produce uno no hace falta invitar, acude todo el pueblo a la celebración, que «siempre es una fiesta un nacimiento». Por eso, tenía una ‘buena entrada’ el párroco de Cármenes el pasado fin de semana cuando se iba a bautizar Alan, un niño con sangre asturiana para la Montaña de León.
Once años hacía que no se celebraba un bautizo en la parroquia, pese a ser cabecera de municipio; los años que tiene Rubén, el último bautizado y uno de los dos en edad escolar del pueblo, junto a su hermana Ana.
Y la ceremonia terminó en un accidente, que pudo ser más grave, por lo que la broma era inevitable para el sacerdote oficiante: «Es que no está entrenado en bautizos».
Se quedó en el golpe y el destrozo de un balaustre de alabastro que había donado al pueblo uno de aquellos indianos a los que le fue bien en su aventura de Ultramar, Carlos Alonso, al que todos conocían por Cata, y que hizo otras importantes donaciones al pueblo, como el teléfono. Decían los expertos que era «normal» el destrozo pues el mármol, el alabastro y similares «es como el cristal, si rompe se hace añicos».
Todo quedará en una anécdota que contarán al recién bautizado, Alan, con raíces en Mieres. Desde allí vinieron a Cármenes hace cuatro décadas sus abuelos y, posteriormente, su padre Jairo, que se fue sumando poco a poco al vecindario para saltar de veraneante a vecino, allí empadronado, con su casa e, incluso, fue en una lista electoral en las pasadas elecciones. Todo un personaje Jairo, que se sumó a todo; es el manager jugador del equipo de fútbol, mantenedor de las redes sociales del grupo del pueblo, discutidor nato, criador de gallinas y otras especies exóticas (ayer mismo ganó un premio con una gallina en Asturias) y padre del último bautizado... con susto.