Hay golpes en la vida tan fuertes… ¡Yo no sé! / Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos, / la resaca de todo lo sufrido / se empozara en el alma… ¡Yo no sé! (CÉSAR VALLEJO)
Ya ha pasado el amargo trago de la espera y la despedida. Acabó el dolor del día a día, a bofetadas con la esperanza y el desaliento. Nos anega hoy el desgarro y la fractura sin fin, la sinrazón, el sindiós, la oquedad impenitente. Se acabó el oasis maravilloso que en ti veíamos muchos, en León, en su provincia, y en otros lugares que miraban a León a través de tu impronta. Aparece el oscuro rostro de la vida alimentada de caprichos inmisericordes, dolor, derrota, absurdo y silencio.
La vida pocas veces da respuestas. Golpea, golpea y calla, la muy ladina. La muerte es una mera y oscura vasalla que ejecuta sus órdenes. Es la vida la que no tiene conciencia ni corazón ni piedad. La vida es como el abrazo ineludible de Ananké, la bastarda diosa de la inevitabilidad. Sabe que la necesitamos y esto nutre su tiranía, su rapiña, su crueldad. Las únicas armas que la combaten son el amor, el afecto y la bondad (¡bien lo sabías tú!).
Te lloramos, Sergio, y toca ahora, entre el dolor, el recuerdo y la gratitud, celebrar, precisamente con esas armas, tu admirable existencia tan corta como plena, vivaz, intensa, optimista y sincera. Tu vida como una catarata de emociones de sorprendente generosidad y alegría; tu vida fundamentada en el buen ser y el bien estar.
Eras (seguirás siendo) una inagotable invitación a gozar de las vertientes vitales que realmente importan. Tu seña de identidad: la sonrisa. Jamás pintada, siempre brotando de lo más esencial y auténtico de tu ser, a modo de llave mágica capaz de revelar bellas dimensiones inadvertidas, matices sorprendentes de la realidad anodina y fútil que, en no pocas ocasiones, nos envuelve. Atisbaste acertadas e ingeniosas coordenadas para seguir el camino de tus sueños y propósitos. Es la vida (que no la muerte) contra la que hoy nos rebelamos por llevarte temprano a su propio Olimpo, el Olimpo de los mejores. Esa sonrisa, Sergio..., que no fue nunca mero gesto ni mueca ni mohín ni vano ademán, sino un chorro inagotable de bondad y fuerza que nos hizo (nos hace y nos hará) más felices, solidarios y humanos. Como ya dije arriba, la vida y su arcano pocas veces da respuestas. Tú, sobrino del alma, eres una respuesta irrebatible, una verdad vertical y limpia.
Muchos y muchas repostamos contigo energía de la buena, sabiendo que a ti nunca te faltaría para nadie. Cuantos te queremos y te guardan afecto nos reconciliamos con la muy bellaca a través de tus inquietudes, tus sueños, tus chascarrillos, tu compasión, tu verbo amable rompiendo decibelios, tu madridismo apasionado, tus carcajadas, tus abrazos protectores, tu inteligencia nunca exenta de latidos. A través de tu transparente mirada y tu sonrisa fascinante y sanadora. Sergio o la alegría en vena.
Más allá, por encima del manotazo duro, el golpe helado, el hachazo invisible y homicida, el empujón brutal que te ha derribado (enorme M. Hernández), te celebramos, porque no viviste pendiente de recibir, sino de emitir; porque has sabido vivir, mientras la mayoría de la gente solo existe (O. Wilde); porque fuiste feliz al verlo todo desde la bondad y la belleza; porque pasaste haciendo camino, camino sobre la mar (A. Machado); porque si a algo te entregaste fervorosa y apasionadamente, fue a la familia: a tus bellos hijos, Adrián y Vera; al amor de tu vida, Isabel; a tus padres, Carmen (Tarsi) y Pablo, rotos de dolor; a tu hermano Andrés y su cuñada Ross; a tu tía Conchi que te escribe desde lo único que la consuela, el amor; a tu familia política y a tus familiares. Te celebramos porque cuando un amigo (con raíz de ‘amar’) te pedía algo, no había mañana. Testimonio de esto dan los muchos, muchos amigos (Fabri, Héctor, Natalia, Oscar, Alejandro, Javier, Gloria etc. etc. etc.) y afectos que cosechaste en la ciudad de León, en su provincia, pateando las comarcas de Sahagún, La Bañeza, Santa María del Páramo, Veguellina…, (trabajando en Caja España, hoy Unicaja) y en otras muchas latitudes. Te celebramos: padre, esposo, hijo, hermano, sobrino, familiar, amigo, compañero, ciudadano, hombre. Y te seguiremos disfrutando, pues lates en cientos de corazones.
¡Va por ti y el tesoro de tus 47 años!
Ojalá podamos alcanzar el mismo Olimpo, el de los mejores, en el que tú ya estarás sonriendo, siempre sonriendo, Sergio Carriedo González.