Sergio, de Odollo, un solo de saxofón en las calles del pueblo

Los de Odollo fue una de las orquestinas más famosas de Cabrera y Sergio su histórico saxofonista, un músico popular que jamás abandonó su instrumento

17/11/2024
 Actualizado a 17/11/2024
Para Sergio Álvarez Cañueto, de Odollo, el saxofón fue mucho más que el instrumento de la orquestina, lo hizo parte de su vida y de su ocio. | CECILIA ORUETA
Para Sergio Álvarez Cañueto, de Odollo, el saxofón fue mucho más que el instrumento de la orquestina, lo hizo parte de su vida y de su ocio. | CECILIA ORUETA

Esta semana se celebra ‘el día de los músicos’, diferente a la patrona Santa Cecilia, un día para recordar a todos los que pertenecen a ese amplio colectivo de músicos de todos los géneros, categorías… Entre ellos los llamados músicos populares, todos aquellos que desde nuestros pueblos hicieron una impagable labor en tiempos complicados. 

Sobran inolvidables de la música en todos los campos  y comarcas; acordeonistas de Babia, Omaña y Laciana; dulzaineros maragatos… o gaiteros y músicos de orquestina de Cabrera. De un cabreirés nos acordamos, tal vez el más recordado sea Moisés Liébana, de Corporales, pero nos acercamos a  la figura de un músico de orquestina, de aquellos que atravesaban montes para ir a alegrar verbenas por toda la comarca, que llevaban los instrumentos muchas veces cargados en un burro, se quedaban a dormir por las casas del pueblo donde amenizaban la fiesta y en las misma casas comían antes de regresar, muchas veces de noche cerrada, que «en casa quedaba mucha tarea, que de la música no se vive». 

Una de las orquestinas más recordadas en Cabrera Baja era ‘Los de Odollo’, que en el nombre nos evitan aclarar la procedencia, y en ella destacaba su saxofonista, un tipo entrañable como pocos, Sergio Álvarez, y músico hasta sus últimos días, cuando ya no había orquestina. Era habitual llegar a Odollo, en épocas en las que solo Sergio y su mujer Adelina eran los únicos que vivían en el Barrio de Abajo del pueblo, y al descender las empinadas cuestas del pueblo sonaba de fondo «un solo de saxofón». Era Sergio, sentado en la plaza, tocando. Y cuando salía de su ensimismamiento musical y te veía, sin conocerte, decía:

«Adelina, trae una cerveza para este hombre que nada malo traerá y, además, me estuvo escuchando». 

Y Adelina completaba una tertulia siempre animada, llena de recuerdos, de años de trabajo para sacar adelante una familia en épocas difíciles en una comarca dura. «Y la música era una ayuda, que no mucho».  Recordaba Sergio los numerosos pueblos a los que acudía, no solo a los bailes, también a las procesiones, dianas, bodas y muchas celebraciones. «Hasta la parte de Zamora íbamos, a Sanabria, a pie, en burro… los coches son cosa posterior». 

-  Tenías una ventaja, el saxofón no pesaba.
- Cierto, pero nos repartíamos la carga entre todos. 

Sergio era el saxofonista del grupo, pero no solo, era un músico de raza. Como recordaba su nieto Ángel en una entrevista de 2018 en La Fueya Cabreiresa: «Que yo sepa llegó a tocar el clarinete, muy bien la gaita y su segundo amor, después de mi abuela, creo que era su saxofón». Lo era, no había más que ver el mimo con el que lo posaba en la caja donde lo guardaba mientras contaba su historia: «Yo ya tengo más de ochenta años (nació en 1920) pero él ya tiene más de sesenta (en 2.010). Me costó tres mil pesetas, que lo tuve que pedir a Barcelona».

Y al recordar que lo compró en Barcelona enlazaba con un leonés afincado allí y autor de ‘Donde las Hurdes se llaman Cabrera’, Ramón Carnicer. «En ese libro, que fue tan hablado por toda esta comarca, sale la procesión de San Pedro. Pues yo iba tocando en aquella procesión, que la tocaba todos los años».

Era Sergio muy de ‘enlazar’ temas en la conversación; así, mostrando el retrato de un militar que tenía en casa también viajaba a uno de los pasajes más tristes de su vida. «Este militar, Veguillas se llamaba, estuvo por Odollo trabajando para un pantano y me decía que él no tenía miedo a los lobos, que los que le daban miedo era algunos hombres. Y mira si tenía razón que lo mató la ETA». Yen ese punto de la conversación bajaba el tono, le venían a la memoria imágenes que marcaron su vida. «Para mejorar lo que había aquí, que las cosas no estaban bien,  nos buscaron una portería en Madrid, que era un trabajo descansado y bueno, pero...».

El pero llegó a los pocos días de estar allí trabajando, en la Plaza República Dominicana, un lugar marcado en el recuerdo por el terror de ETA, de uno de sus atentados más sanguinarios, a un autobús, un microbús y un todoterreno que llevaba a 70 guardias de entre 18 y 25 años a trabajar. Sergio había bajado a llevar unas bolsas a unos contenedores cercanos y escuchó la explosión. «No pensé en nada. Fui hacia el autobús, saqué toda la gente que pude, estaban ensangrentados, ni lo pensé...».

Pero cuando aquello pasó Sergio y Adelina decidieron volver a Odollo, donde Sergio toca un solo de saxofón en la plaza y Adelina escucha tranquila. 

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