No tuvo hijos pero cuidó como si lo fuéramos a varias promociones de sobrinos, desde mi hermana mayor a sus nietos. No tuvo una familia propia pero fue el corazón y el centro de varias que orbitaban en torno a su generosidad. No tuvo estudios ni títulos pero fue una maestra en el arte de hacer la vida mejor a todos cuantos tuvimos la suerte de conocerla y de disfrutarla.
En un tiempo y en un pueblo en el que nombres hoy en extinción (Orencio, Elpidio, Lucinio…) eran los comunes a ella la bautizaron con el de la protagonista de una radionovela muy popular entonces parece ser, posiblemente una versión radiada de una novela francesa que inspiraría ya en los 70 la película ¿Qué habéis hecho con Solange? Con este exótico nombre que las autoridades convertían en los papeles en Sol Ángel o en Sol Ángeles pasó por la vida haciendo de todo, desde trabajar en el campo con su familia en su Vegas del Condado natal mientras bordaba a mano mantelerías para las familias acomodadas de León (unas mantelerías que hoy serán joyas para quienes las poseen aunque no sepan de qué manos salieron) hasta planchar miles de sábanas y otras prendas de ropa durante los 28 años que trabajó en el hospital de la ciudad. Nunca presumió de ello, al revés, todo lo consideró una suerte, pues la vida era una suerte para ella, una alegría que regaló a manos llenas a todos los que la conocimos. Echando atrás la memoria, apenas recuerdo verla enfadada nunca y triste muy pocas veces. Como las flores que con tanto éxito cuidaba (¡qué vicio tienen! era su expresión para no atribuirse ningún mérito en ello) lo convertía todo en una explosión de vida y en una felicidad contagiosa. Así pasó por el mundo y así se ha ido de él, sin molestar a nadie y haciéndolo mejor. No seré yo, pues, el único que la echaré de menos ni el que lamente haberla perdido.
Hace ya tiempo en este periódico, su director, sobrino suyo también, escribía en un artículo a raíz de una estafa que alguien le hizo aprovechándose de su bondad, que sabría si había cielo si en él había en un sitio para nuestra tía. Yo no sé si habrá cielo en la otra vida, pero de lo que estoy seguro es que en el de ésta, que es la memoria de las personas, tendrá un sitio de honor, pues todos los que tuvimos la enorme suerte de disfrutarla la recordaremos siempre.