"Su hermano arrancó astillas al féretro de dolor"

Joselillo, leonés de Nocedo de Curueño, emigró a Méjico donde se convirtió en la gran esperanza del toreo, conocido por ‘el nuevo Manolete’ y cuentan las crónicas que acudieron a su entierro 200.000 personas

23/06/2024
 Actualizado a 23/06/2024
Joselillo en el hospital, cuando se creía que la evolución era milagrosa como se intuye en su gesto, pero después hubo complicaciones y falleció en 1947.
Joselillo en el hospital, cuando se creía que la evolución era milagrosa como se intuye en su gesto, pero después hubo complicaciones y falleció en 1947.

Que al entierro de Joselillo en Méjico acudieran 200.000 personas le convierte en el leonés con un entierro más multitudinario; por más que sea una cifra tan difícil de calcular que pueda tener algún margen de error. 

¿Cómo es posible un entierro tan multitudinario? Para entenderlo hay que pensar en la pasión por los toros en aquel país y en cómo el leonés Laurentino José López, de nombre artístico Joselillo, se había convertido en una gran figura del toreo «incluso antes de tomar la alternativa», que iba a tomar poco después de su fatídica muerte (a raíz de una cogida el 28 de septiembre de 1947) precisamente apadrinado por la gran leyenda del toreo de la época, Manolete, del que veían ‘maneras’ en el leonés y le habían bautizado como ‘el nuevo Manolete’. Todo era extraordinario en Joselillo, hasta el punto de llenar la Monumental siendo novillero.  

El historiador mejicano Francisco Coello ofrecía algunas claves de la irrupción de Joselillo y su personal propuesta de  toreo de valor, a veces temerario. «Su apuesta provocaba batallas campales debido al personal discurso que propuso, basado en una tauromaquia profundamente dramática, escalofriante, donde al parecer se desquiciaban todas las normas de la tauromaquia que quedaban sujetas al riesgo y a la emoción del vértigo». 

Y este mismo investigador de la tauromaquia nos acerca al camino que desembocó en su trágica muerte: «Tuvo que ponerse al tú por tú con una buena cantidad de novillos, a los cuales aprovechó hasta donde pudo, empleando métodos poco escolásticos pero convincentes y tanto, que la popularidad de su quehacer y su figura pronto se ganaron lugar destacado en el ambiente taurino mexicano, por el cual pasó en fugaz trayectoria entre los años de 1944 y 1947.

Lamentablemente, en la mayoría de sus apariciones, sufría más de un susto o percance, de ahí que Rodolfo Gaona dijera de él: ‘No le he visto aunque por lo que me han dicho, parecer ser un chico muy valiente, que sin embargo o está casi siempre a merced de los toros...». Y parece que Joselillo aceptó esta realidad para convertirse en una gran figura del toreo, aunque para ello le fuera vida en ello, que le fue.

 

Don Martín escribía una crónica de una corrida tan solo unos días antes de su cogida mortal: ««Para el sensacional Joselillo hay una exigencia cruel y un ambiente de hostilidad que no se justifica. A su toro lo saludó con verónicas limpias, citando desde largo, y en su faena de muleta hubo destellos de arte, de valentía, de aguante como en esos derechazos profundos y en esas manoletinas en que envolvió todo su cuerpo en caricias de la muerte. Mató de media estocada en todo lo alto y mientras la mayoría aplaudía con fervor, los eternos reventadores chillaban de lo lindo. ¡Cuántos quisieran ver al ídolo ensartado entre los cuernos como un pelele trágico! Pero Joselillo ya está aprendiendo el oficio y no quiere ser carne de enfermería». 

Trágicamente su deseo no se cumplió con este leonés de Nocedo de Curueño, donde nació en el verano de 1932, siendo el menor de 11 hermanos y que quiso seguir los pasos de su hermano mayor, José Luis, que había emigrado a Méjico y allí ejerció más de padre que de hermano cuando llegó Laurentino llegó siendo casi un niño y con solo 14 años se vistió por primera vez de luces. El mismo que aparece besando su cadáver y el mismo que, cuentan las crónicas, «Su hermano, también su padre como hermano mayor, no encuentra consuelo y clava los dedos en la madera del ataúd metiéndose astillas entre las uñas».

Era el trágico final, casi inesperado, pues los médicos hasta habían dado la vuelta al ruedo para celebrar la casi milagrosa curación de aquella cornada que le seccionó la femoral, pero todo se complicó y se cumplió el fatal desenlace que le causó un toro que llevaba por nombre lo que más buscaba el leonés, Ovaciones

El toro era malo, había avisado y Joselillo fue presa de lo que muchos temían por su valentía: «Le dio una voltereta. Se fue a las tablas a por la espada de matar y mientras bebía agua alguien gritó: ‘¡Arrímate payaso!’ y el leonés, encorajinado, se fue a por el toro y lo citó para dar manoletinas. La primera fue espeluznante y la segunda sería la última de su vida, pues aquel mal toro, Ovaciones, alargó el cuello y le hundió el pitón derecho en la ingle, zarandeándolo como si fuera de trapo». 

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