Un tributo a Rosa Castro

Por Alberto González Llamas

05/11/2024
 Actualizado a 05/11/2024
Rosa Castro.
Rosa Castro.

En un pueblo de ese Páramo que era su comarca, en su pueblo, se me ha muerto una amiga... Hay mil versos que querría dedicarle, pero carezco de ese don de los poetas, su gracia, la música que acude a su cabeza, y mucho menos aún alcanzo a escuchar al angel que dicta a Rilke.

Sé con seguridad que somos muchos a quienes la muerte de Rosa Castro Fonseca nos deja tristes, aturdidos y con un nudo en la garganta. Perderla supone tener que decir adiós a su sinceridad, a su más que placentera compañía, a sus maneras delicadas. Rosa era una dama roja, y también una dama blanca, como Emily Dickinson era la dama de blanco: Una dama roja sobre la colina[...]una Dama blanca en el campo[...].

Secretaria de Juventud, de Igualdad e Inmigración de CCOO, fue ante todo buena compañera y mejor persona. Sin embargo, dicen que nunca es la mejor forma de recordar a un ser querido, con nostalgia y tristeza. En ello convengo también yo, que prefiero quedarme con lo que aportó y significa. Si recapitulo, veo a Rosa con una sonrisa a la puerta, para tender la mano a los que recién llegan, con sus esperanzas en los jóvenes y sus deseos de incorporar a esos chicos y chicas a la actividad sindical. Recuerdo una vez: nos saca del sindicato a unos cuantos para ir con ella a un Instituto de Formación Profesional. Allí nos esperan los estudiantes, a los cuales ella ha visitado en aquel curso para orientarles al fin de sus estudios y prácticas y su posible salida al ruedo laboral. Rosa quiere que les escuchemos, que captemos cómo nos ven ellos a los sindicalistas, qué piensan del mundo del trabajo, qué pueden esperar de ellos, y qué les gustaría aportar a ellos. Para cuando acabemos de oírles, a nosotros nos tocará contarles qué es el Estatuto de los trabajadores, para qué sirve, o el elenco de leyes laborales, los Convenios Colectivos, etc.

La veo entre las mujeres para que la voz de todas ellas sea una, y se escuche, fuerte y clara. Nadie sobra para Rosa, todos son necesarios en la defensa de los derechos. Nos da ejemplo, con su entereza, su valentía.

No conozco a sus hijos, sí a su marido, Eutimio. Lo he visto mostrarse orgulloso de su mujer: «yo trabajo las horas establecidas, mi mujer lo hace de la mañana a la noche», le escuché decir una vez, cuando él se volcaba en sus clases, en la enseñanza. Y aunque a todos nos salen al encuentro problemas y pasamos malos ratos, dudamos, nos desmoralizamos, veo a esa mujer que se pone en pie y nos da ánimos para continuar, para seguir adelante. Rosa, a quien veo, sea con quien sea que tenga que verse, que despliega sus modales correctos y ofrece su disposición y saber para ayudar. A sus compañeros, a trabajadores que necesitan asesoramiento, a jóvenes en su primer empleo, a inmigrantes, mujeres; a quienes se pierden en los trámites burocráticos...

La veo con Timio, como ella llama a su marido, con una sonrisa que lo dice todo. Está diciendo: he aquí mis raíces, asturiana de las cuencas mineras; leonesa del Páramo. Estoy convencido de que aun siendo enemiga de la violencia, fuera verbal o física, habrá esgrimido más de una sonrisa ante aquello del bueno de Machado: «En esta España de los pantalones/lleva la voz el macho;/más si un negocio importa lo resuelven las faldas a escobazos»

Acudo de nuevo a la dama de blanco, para que ponga su voz en honor de Rosa, dama roja:

Ni una tan sólo de aquellas Huestes púrpura/que hoy portaban Banderas/ podría dar definición tan clara/ De la Victoria. E. D.

Rosa, que la tierra te sea leve.

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