Observar, estudiar, explicar y predecir son verbos ligados desde sus raíces a la materia que busca en nuestro entorno soluciones a las respuestas que el ser humano se puede plantear. Esa rama del conocimiento es, en palabras de uno de sus más grandes exponentes –Albert Einstein–, nada más que «el refinamiento del pensamiento cotidiano». Cuadriculada, contemplativa y exacta, la ciencia se erige hoy como el saber de los saberes, accesible y comprensible para unas cuantas mentes afortunadas y estudiosas que la practican, la investigan y hacen de ella un verdadero útil –casi siempre, necesario– para el conjunto de la sociedad.
Una de esas mentes la cultiva el leonés Luis Carlos Tábara. Antaño estudiante de Biología en la Universidad de León, pasó algún tiempo de su juventud en Madrid, donde estudió un máster en el mismo campo hasta conseguir una beca para realizar su tesis doctoral. La autofagia fue la que guió sus investigaciones en aquel periodo. Él la define como «el proceso por el que las células son capaces de reciclar algunos de sus componentes» y, ante la solicitud de desarrollar su oficio con palabras que entienda hasta el más común de los comunes, no tarda en echar mano de sencillas analogías: «Igual que en casa cuando algo no funciona bien lo tiramos a la basura o lo reciclamos, las células hacen lo mismo».
Todavía joven –suma 35 años–, Tábara ocupa su tiempo ahora en la Unidad de Biología Mitocondrial de la Universidad de Cambridge. Allí aterrizó en septiembre de 2018, comenzando en ese momento su etapa de posdoctorado gracias a la financiación de la Fundación Ramón Areces. «Estuve ahí cuatro años y, desde 2022, escribo un proyecto conjunto con mi jefe con el que conseguí que Inglaterra financiara propiamente mi investigación», explica sobre un proyecto que le ha permitido acceder a la financiación del Biotechnology and Biological Sciences Research Council (BBSRC) de Inglaterra para realizar sus propias investigaciones como co-responsable, centradas actualmente en la dinámica de las mitocondrias, orgánulos celulares que funcionan como una especie de fábrica de energía.
"Desde 2022, escribo un proyecto con mi jefe por el que conseguí que Inglaterra financiara mi investigación"
Así lo explica el leonés de La Palomera. «Si nos imaginamos una ciudad como León, las mitocondrias serían como pequeñas plantas de energía que hay a lo largo de la ciudad para que funcione bien», relata: «En lo que me he especializado yo no es en el proceso de la respiración celular, sino en cómo esas fábricas se organizan». Así que, en el interior de su laboratorio, Tábara investiga tres procesos: la división, la fusión y la degradación. Procesos compatibles –de nuevo– con lo literario de su símil. «La división ocurre si la ciudad, por ejemplo, crece y necesita más plantas de energía para su abastecimiento», sigue: «Lo que ocurre entonces es que las mitocondrias –las fábricas– se dividen para llegar a partes más lejanas». Sobre el proceso de fusión, plantea un escenario en que «hay una fábrica que no está funcionando bien y otra que está funcionando mucho mejor», provocando que una de ellas abastezca a la otra compartiendo «trabajadores o recursos». El proceso de degradación es tan sencillo como que una de esas centrales comience a funcionar demasiado mal, haciendo necesario su cierre e hilvanando así la especialización del científico, cuyo estudio se centra en «cómo la célula puede cerrar esas plantas de energía que no funcionan bien».
Este mismo año, el investigador publicaba un artículo en la revista Cell –«la más prestigiosa del campo de la biología celular»– con sus últimos avances en el laboratorio como hilo conductor. «En este artículo, hemos identificado un nuevo mecanismo que regula la eliminación de mitocondrias defectuosas», asegura, reseñando lo «crucial» del descubrimiento para eliminar de forma eficiente esas estructuras disfuncionales: «Sin este proceso, las mitocondrias dañadas se acumularían en la célula y eso podría perjudicar numerosos procesos celulares que dependen de su buen funcionamiento». La comprensión de esa base es, como señala el leonés, «el primer paso hacia futuros tratamientos». Esas futuras aplicaciones tienen por delante un camino largo.
Y es que «llegar a la verdad más simple requiere años de contemplación», declaró Newton. Así lo entiende Tábara, que habla de un proyecto de «datos prometedores en células» para el que «pueden pasar muchos años» hasta que se materialice. Todo fruto de lo que él mismo denomina como «investigación básica»; la raíz desde la que empieza a crecer el árbol de la ciencia y que hace que el investigador se aferre a lo esperanzador de sus posibilidades. «Antes de empezar a tratar algo, tienes que saber cómo funciona», señala, indicando la importancia del estudio de la dinámica de mitocondrias y de artículos como el suyo para muchas patologías.«Las enfermedades mitocondriales –que son enfermedades raras– se caracterizan porque muchas de esas fábricas de energía no funcionan bien y, cuando tienes que cerrar o degradar una de esas mitocondrias, la célula no puede», dilucida, añadiendo además que el hecho suele estar implicado en enfermedades neurodegenerativas y en algunos tipos de cáncer; afecciones que podrían encontrar nuevos tratamientos gracias a investigaciones como las del biólogo leonés.
Tal es el potencial de su trabajo que el Premio Nobel de Química de 1997, John E. Walker, se acercó en una ocasión al joven para felicitarle tras una exposición de sus avances. «No es que viniera expresamente desde Harvard o desde otro país, sino que le tengo aquí al lado», resuelve el científico. No le falta razón y sus palabras pueden llevarse hasta las más estricta literalidad si se tiene en cuenta que el que fuera Premio Nobel a finales del siglo pasado trabaja en el laboratorio que colinda con el del leonés y pertenece a la misma Unidad de Biología Mitocondrial.
El éxito académico y el carácter exhaustivo que lleva a Tábara a seguir avanzando en su investigación no impide que el leonés deje relucir su humildad entre líneas. A pesar de los elogios y de ser merecedor de la crítica positiva de un profesional de la talla de Walker, el de La Palomera deja que el hecho se pase por alto para centrarse en resaltar lo esencial de «potenciar la investigación básica»; algo que, en sus palabras, «en España no se hace mucho». El investigador adquiere un tono de confesión para asegurar que, «respecto a Inglaterra, se ve una gran diferencia en cuando a la financiación».
"Hemos identificado un nuevo mecanismo que regula la eliminación de mitocondrias defesctuosas"
Aun así, Tábara tiene claro que, entre sus propósitos está el de regresar a la península. «Mi idea siempre ha sido vivir o volver en algún momento a España con una plaza de científico, pero tal y como funcionan hoy las cosas, irte de posdoctorado es una fase que tienes que pasar para mejorar tu currículum», afirma. Sobre su regreso a León, lo vaticina menos seguro. «Necesito unos microscopios muy potentes para hacer las investigaciones que estoy llevando a cabo», señala sobre unos aparatos que en León todavía no existen.
A más de 1.700 kilómetros de distancia, aun contento y celebrado por su oficio, Tábara habla al otro lado del teléfono desde un rinconcito de la montaña leonesa, donde pasa algunos días de sus vacaciones. Los fallos intermitentes en la cobertura no evitan lo sencillo de apreciar en su voz cierta nostalgia hacia su tierra, como tampoco impide escuchar sus últimas palabras antes de terminar: «Si hubiera medios en León, sería un sueño».
Luis Carlos Tábara, que forma parte también de investigaciones ajenas a las suyas, «principalmente enfocadas a descubrir cómo nuevas mutaciones causantes de enfermedades raras afectan el funcionamiento celular», explora el mundo de la ciencia de la mano de sus compañeros de equipo bajo la dirección de Julien Prudent. Lo hace sin otro propósito que descubrir, a cientos de kilómetros de su hogar, sin miedo a la lejanía. Lo hace porque, como diría Marie Curie, «no hay que temer nada en la vida, sólo hay que comprender». Y así lo intenta el científico leonés.