En un domingo de una de las últimas nevadas llamo, allá a las once de la noche, a Manolo el panadero de Senra para ver qué tal el reparto por los pueblos en un día que podría haber sido complicado.
- Me pillas llegando a casa.
- Son las once la noche.
- ¿Y qué quieres ? Sacando domingueros que se salen de la carretera, unos que traen unas ruedas más lisas que si las hubieran lijado, otros en zapatillas y nunca habían conducido con nieve…
- ¿Qué eres de Protección Civil?
- ¿Y qué hago? ¿Los tiro al barranco?
No es de Protección Civil (al menos de manera oficial), es panadero de los de toda la vida, Manolo el de Senra, el panadero de Omaña, que recorre cada día los pueblos de está extensa comarca. Extensa y despoblada. «Los cuatro últimos años han sido terribles. Ahora mismo reparto pan en 14 pueblos en los que vive una o dos personas, muchas de ellas mayores; y no es una forma de hablar, te los digo con nombres y apellidos y te cuento su vida, porque se la he escuchado a ellos muchas veces. Eso es lo que voy a echar de menos, las conversaciones con los mayores, no te imaginas lo que he aprendido de ellos, de los viejos de la comarca. Ya no son clientes, son amigos».
"Los últimos cuatro años han sido terribles, estoy repartiendo en catorce pueblos en los que vive una o dos personas, y no se les puede dejar sin atender, sería inhumano"
Y lo ‘ilustra’ con ejemplos. «A muchos no los veo algunos días porque me dejan la bolsa en la puerta y yo ya sé qué hay que dejarles, pero si viven solos no puedo evitar mirar a ver si la chimenea echa humo, si han abierto el candado del corral… Si les pasa algo y has estado allí y ni te enteras». Por eso también muchos días se detiene en la residencia de ancianos de Riello y entra a ver a los que fueron sus clientes y que son sus amigos. «A charlar un rato, a escucharles, a aprender, que son muy sabios».
- ¿Te habrá pasado de todo?
- Tengo anécdotas para lo que quieras, hasta uno que me para en la carretera y me dice: ya sabes dónde está la llave, entras y échame para atrás el puchero de la chapa de la cocina, que se me va a quemar la comida.
Añade llevar medicinas, hacer recados, de todo tipo… Así más de 34 años, por eso estos días lo está pasando realmente mal, muy mal. En cada casa, en cada parada, se ha corrido la voz de que lo deja: «Manolo, ¿es verdad que cierras? No puede ser…».
Y a Manolo, lo reconoce, se le «cae el alma a los pies. Pero ya te dije que estos cuatro últimos años han sido terribles, ha desaparecido gente… esto no puede ser, no va más, no puedo trabajar así».
- ¿Y los que volvieron en la pandemia?
- No nos podemos engañar. Yo lo veo mejor que nadie. En la pandemia y fuera de ella, cada poco viene gente que se quiere asentar en la comarca. «Esto es el paraíso», dicen al llegar, pero a los pocos meses ya empieza el soniquete, «que Internet nos va muy mal, que no tenemos cobertura, que llevamos no sé cuántos días y nadie nos hace ni caso». Recuerdo un día que les dije a unos: «menos mal que tenemos la televisión» y al día siguiente se había ido la señal.
Y cuando susurra que «no va más», que el día 31 hace el último reparto, reconoce su pena pues es panadero de tradición y vocación. «No te imaginas cómo me duele. Yo soy panadero, he sido muy feliz con este trabajo, mucho, y es duro, que muchos días bajaba para la panadería a las 11 de la noche y no vuelvo a casa hasta las seis o las siete de la tarde; a dormir un rato y otra vez».
- ¿Cuánto duermes?
- Una media de cuatro horas, no más.
- ¿No te duermes al volante?
- No, para nada. El secreto es no comer, nunca como hasta que no vuelvo de repartir; si como entonces sí me ataca el sueño.
En cada casa, en cada parada, lamentan su adiós… «¡menudo pan hace Manolo!», repiten mujeres que llevan la barra (o la hogaza) en la mano.
- ¿Tan bueno es el pan, Manolo?
- Es pan.
- Ya.
- Mira, hay mucha tontería, palabrería, masa madre ¿masa qué?, pan de leña, ¿pan de qué?... El pan es muy simple: Harina, agua, levadura, sal, un buen horno y buena leña. Lo que pasa es que hay harina que cuesta 180 euros y la hay que cuesta 410, y todo es harina.
- ¿Y la leña?
- En mi caso es de encina, tengo que ir por ella a Cangas del Narcea, es la mejor. El roble da mucho calor y me quema la hogaza por abajo pero no se ‘hace’ el resto, para eso la encina es perfecta, reparte muy bien el calor.
- ¿Y el horno?
"No es que mi pan sea extraordinario; es pan, sin misterios: harina, agua, levadura y sal... y un buen horno de leña de encina, el mío es el original, de 98 años, quería llegar a 100 pero..."
Se le encienden los ojos. El horno es la joya de la corona. Tiene 98 años, es el original de la casa. «El horno tiene la culpa de que yo intentara tirar dos años más, quería llegar a los cien años, pero ya te dije que se ha puesto imposible. Es el que pusieron en 1926 y la balanza también es la original, mira los platos cómo están ya del uso».
Cuenta Manolo que es el único horno que queda en la provincia de ese estilo, con el fuego lateral y que lo ha cuidado con mimo porque es el gran secreto de su pan. «Hace un par de años le cambié el suelo, lo hice yo, a base de reemplazar una pieza y salir… De hecho tengo leña ahí y lo voy a seguir encendiendo un día a la semana para que no se hunda, no me lo perdonaría, es nuestra historia».
Un siglo de historia. «Comenzó con un tío de mi padre; después mi padre, Tino, entró de criado con él y cuando su tío lo dejó se quedó con la panadería. De ahí ya me pasó a mí, hace 34 años y unos meses, una vida. Me da mucha pena».
- Veo que trabajas mucho la hogaza.
- Es muy buen pan; por estas zonas se aprecia mucho porque este pan no pierde nada. Mira, hay dos clientes que eran pastores, Ángel y Miro, que subían la hogaza para la majada. Una vez me invitaron a una caldereta y cuando comí aquel pan de hogaza de unos cuantos días dije «¡qué bueno está!» ¿Sabes el secreto? El pan, primero, y saberlo cuidar, ellos habían subido el arcón de casa y allí lo tenían; o Federico, que le hacía una hogaza de dos kilos y medio y era lo justo para la semana, lo cogía el domingo y al sábado siguiente estaba mejor que el primer día; por eso, cuando veo que la gente mete el pan en bolsas de plástico me llevan los demonios… el pan necesita respirar, como todo el mundo.
Cada vez que habla de algún ejemplo le pone Manolo nombre y apellidos, clientes que se quedan huérfanos y el panadero de Senra sabe que cogerá la furgoneta e irá a verlos, a charlar un rato porque deja amigos en todas partes y él mismo reconoce que fue es muy feliz con su oficio, pero «esto no va más», que es su frase para bajar la trapa. Lamento que no se escuchará en ningún despacho, nadie entenderá la labor social de un panadero de más de cincuenta pueblos que en número de gente son menos que los de un portal de un número de una calle de Madrid. “¿Tú entiendes que yo pague los mismos impuestos que un panadero de Madrid o de León, que yo tengo que poner coche, gasoil, tiempo e ir a buscarlos a casa y ellos tienen cola en la puerta para coger el pan”.
- ¿Y ahora las empanadas, y los jamones al horno de los cazadores y los corderos asados en tú panadería?; cada uno tiene un lamento diferente. Y Manolo el suyo: «Qué más quisiera yo».