Allí se protege a las víctimas pero también se trabaja en labrarlas un futuro lejos de las garras del machismo. Llegan derivadas desde la Red de Atención a Mujeres Víctimas de Violencia de Género en Castilla y León, tras pasar por centros de emergencia social o por los Ceas. La inmensa mayoría suman a la condición de víctimas del machismo problemas económicos y falta de apoyos familiares que las llevan a «un desamparo total», asegura Beatriz Fernández, trabajadora social en la casa.
En la actualidad son cuatro las mujeres víctimas que están en la casa, tienen entre 25 y 30 años y todas cuentan con una orden de protección Desde que el recurso se puso en marcha, «ha habido un cambio en las víctimas», confirma Inés Juan, que lleva 22 años trabajando en este centro de acogida y en la actualidad es su directora. «En los primeros años llegaban mujeres víctimas de malos tratos puros, quizá no tenían más problemáticas añadidas, ahora sí llegan con más cosas», cuenta. En este sentido, Fernández apoya que «son mujeres atravesadas por la propia violencia de su pareja o expareja pero traen consigo muchas otras problemáticas de carácter social como adicciones o discapacidad», todas ellas sin independencia económica ni apoyo de ningún tipo.
En la actualidad son cuatro las mujeres que se encuentran en la casa de acogida, con siete menores a su cargo. Todas tienen entre 25 y 30 años y cuentan, además, con órdenes de protección sobre sus agresores. Desde la asociación trabajan con ellas de manera integral ofreciendo apoyo social, psicológico, jurídico y laboral, además de la manutención. «Se cubren las necesidades básicas de subsistencia» explica Beatriz, «pero con eso únicamente no se sale adelante, entonces incidimos mucho en otras esferas», recuerda.
El recurso está financiado principalmente por la Junta de Castilla y León y cuenta con apoyo de la Diputación y del Ayuntamiento de la capital. En el año 2006, se realizó una ampliación gracias a una ayuda del Gobierno y la vivienda se amplió a dos pisos unidos que cuentan con seis habitaciones y un total de 17 plazas. «Seis núcleos familiares, aunque no todos tienen las mismas camas», cuenta Joana Llamazares, encargada de la casa. De lunes a sábado, durante el día, una persona de la asociación está con ellas para atender sus peticiones y organizar asuntos que faciliten la convivencia como los menús o la limpieza. Además, «tenemos el teléfono 24 horas operativo todos los días del año y constantemente estamos pendientes de lo que pueda ocurrir».
El centro de acogida consta de dos viviendas unidas con seis habitaciones y un total de 17 plazas A mayores, las usuarias de la casa cuentan con el apoyo del centro de día y también con el mismo recurso para menores, una ludoteca que busca mejorar la conciliación. También «desde la propia casa tratamos de que sea un espacio seguro y alegre, se presta un apoyo a los niños pero no se hace una actuación tan directa como con las propias víctimas», apunta Beatriz. «Es importante tratar de normalizar algo que no es normal, que es estar en una casa de acogida con otras mujeres y otros niños, entonces tratamos de que sea lo más parecido a una vivienda con mucha tranquilidad y humanidad, consideramos que tiene que ser muy familiar», asegura. También entre las trabajadoras y las víctimas se crean lazos personales. No son simples usuarias, se refieren a ellas por el nombre, conocen sus historias a la perfección y en muchas ocasiones son su único y gran apoyo.
El tiempo de estancia en el centro de acogida depende mucho de cada caso, aunque la ley recoge un mínimo de seis meses que se puede prorrogar de tres en tres hasta un máximo de un año. A pesar de ello, «hablamos de que salir sea una decisión de la propia mujer, que ella lo verbalice y haya alcanzado unos objetivos que ella misma haya marcado para seguir adelante», detalla Beatriz Fernández. «Lo ideal es que pasen unos pocos meses y ellas se sientan mejor para establecer una vida fuera del recurso, cuando no se produce nosotras jugamos ese rol de acompañamiento y apoyo, empujando hacia una vida fuera siempre que haya unas condiciones dignas de vida que son fundamentales, si no las hay, tienen que seguir».
A pesar de que se produzca la salida, la atención continúa. «Siguen recibiendo nuestro apoyo, siguen llamando y las ayudas en casi todo», cuenta Joana Llamazares. El objetivo es que no vuelvan a sentir el desamparo que las llevó a entrar en la casa en su camino hacia la independencia del agresor y hacia una vida autónoma y digna.