Los voluntarios ponen sus ojos en la avenida del horror

Fango, aguas fecales, muebles, electrodomésticos, coches y todos los sueños de una vida se encuentran en la calle central de la zona cero, más de cinco kilómetros de una vía que atraviesa hasta siete localidades

Juan López (ICAL)
10/11/2024
 Actualizado a 10/11/2024
Labores de búsqueda de desaparecidos en Catarroja. ICAL
Labores de búsqueda de desaparecidos en Catarroja. ICAL

“La moral de la gente está baja. Algunos han perdido todo, incluso familias, niños, familias enteras, coches, mobiliario: todo lo que estaba por debajo de 1,80 metros. Ayudas a limpiar casas en las que tiras fotos y recuerdos. Ni miras. Preguntas al dueño de la casa, que está desolado, si quiere salvar algo. Y hasta las imágenes de sus nietos o sus abuelos te dicen que fuera porque están llenas de barro, irrecuperables. No les queda absolutamente nada”.

Rubén Ramón, voluntario leonés residente en Valencia, entra con un equipo de Ical en la denominada zona cero de la catástrofe causada por la Dana que descargó, en la tarde del 29 de octubre, toda la fuerza sobre más de 70 pueblos de la provincia de Valencia, si bien la peor parte se la llevó la Huerta Sur. Desde Beniparrell hasta La Torre, una gran avenida atraviesa hasta siete localidades, todas ellas separadas por una sola calle, un puente o un barranco, pero todas ellas asoladas por un mismo denominador común: fango, aguas fecales, muebles, electrodomésticos, coches y todos los sueños de una vida que se encuentran en la calle central de la zona cero. Pero lo peor se encuentra, varios días después, en las vías adyacentes, donde en muchos casos aún no han podido acceder los equipos de rescate y solo lo han hecho los vecinos y voluntarios.

Tras llegar, no sin dificultad, al aparcamiento de una cadena de comida rápida entre Beniparrell y Albal, las botas de goma se erigen en protagonistas de esta aventura. La cinta ayuda a recubrir el hueco que estas dejan junto al pantalón para que el agua no entre en ellas cuando llegue el momento de juntarse con un enjambre de ayudantes que, sin darse cuenta, salpican el fango. Mascarilla, cámara, cuaderno y bolígrafo completan el equipo, por un larga calle que en algunos tramos, en función del municipio, se llama Avenida Ramón y Cajal, como en Catarroja, y Vicente Blasco Ibáñez, en Massanasa.

“Han pasado ya muchos días. Hay un bajón en general, ves niños por las calles, ancianos que no pueden caminar por el fango. Es como si la gente empezara a asumir lo que ha ocurrido tras unos primeros días intentando ayudar”, expone Ramón, a la vez que continúa el recorrido hacia el norte. Recuerda que salió por primera vez el viernes, concretamente en Chiva, donde contribuyó a la limpieza de calles de barro. El sábado y el domingo, con su furgoneta, trasladó comida y ropa en colaboración con los bancos de alimentos de la zona norte de Valencia, donde no ha llegado la riada, para su distribución entre naves de frío. Y el lunes y martes acudió con cepillos y palas a Massanasa, Albal y Catarroja.

Por el momento, se ha organizado con sus compañeros de trabajo, dado que su empresa les ha ofrecido librar esta semana para ayudar en las tareas. “Un día éramos seis, otro cinco, siempre ayudando a vaciar locales, casas o una guardería, en la que por la mañana cargábamos y traíamos productos de limpieza”, relata. “La gente llora cuando les ayudas porque les das lo que están buscando y están encantados en ese sentido”, confiesa.

El caso de La Ambrosía

La forma de trabajar durante los primeros días fue muy autónoma. “Vas por la calle y cuando encuentras gente que están limpiando entre dos un local de 120 metros cuadrados, pues te unes a ellos sin preguntar”, comenta. Eso sucedió en el bar La Ambrosía, en la calle Cristófol Aguado de Catarroja, donde estuvieron sacando barro con las palas, muebles, todas las cámaras de la cocina, electrodomésticos…, en un negocio que abrió hace cinco meses. Su dueño, El dueño, Chimo Ivars, “lo había montado para su hijo”. Por fortuna, salvó su vida en la riada. La crecida le sorprendió cuando sacaba la moto del garaje y se subió a un contenedor de obra junto “a otras ocho o nueve personas”.

El propio Ivars relató, vía telefónica a la agencia Ical, esta peripecia, que le ocurrió justo en la zona donde fueron abucheados y agredidos el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, el de la Generalitat Valenciana, Carlos Mazón, y los reyes. Recuerda que en los vaivenes del contenedor, cuando les llevaba el agua, “cinco de las personas cayeron al torrente” y no supo nada más de ellos. A él le provocó algunos cortes. “Choqué contra árboles, casas, coches… hasta que se frenó entre dos palmeras, donde estuve tres horas mientras pasaba la riada, con el contenedor medio inclinado y esperando a que no diera otro bandazo, porque estaba en una vaguada y hubiera fatal”, relata. Cuando descendieron el nivel y la fuerza del agua, se dirigió a una nave cercana que estaba algo más en alto y allí aguantó hasta que pasó.

Una de las mejores definiciones la facilita Enrique de la Cruz, del Servicio de Bomberos del Ayuntamiento de Valladolid, mientras achica agua de un sótano en Albal. “Esto es lo que más se le parece a un escenario de tsunami o terremoto, pero lo más importante es que la gente está intentando recuperar sus vidas y nosotros solo podemos facilitarlo”, reflexiona a Ical. “La gente todavía está en shock, intentando restaurar sus vidas, que no tiene que ser nada fácil. Es un trauma psicológico todo esto”, define.

El espíritu de los voluntarios

Durante las tareas de limpieza de las calles de esta zona cero el barro ya no es barro, sino una mezcla enfangada, densa, incluso con restos de aguas fecales que la convierten en una ciénaga con nula salubridad. En ellas se encuentran bomberos de provincias y municipios de Castilla y León y del operativo autonómico, que tras finalizar las labores en Aldaya ahora están desplegados en Paiporta.

Pero de norte a sur y de este a oeste de la Huerta Sur es fácil encontrarse con voluntarios llegados desde la Comunidad, tanto a título particular como de la mano de Cruz Roja. Es el caso de Sergio López Petit, de Valladolid, voluntario socorrista, quien esa misma mañana ha colaborado en la limpieza y vaciado de dos casas de fango en Alfafar. “Cuando hemos sacado los enseres les hemos ayudado a retirar el barro. Con palas y rasquetas para dejar la casa lo más habitable posible” argumenta. Pero su labor también se expande a intervenciones en el marco de la oenegé. Se dirige, junto a su equipo, a trasladar a dos personas de 96 y 97 años, que viven en un bajo. Hasta ahora contaban con una persona que les ayudada estos días, desde la Dana, “pero su casa se había inundado en Algemesí y vivían en una habitación con la cama más elevada”. “Tienen movilidad cero y les van a trasladar a una residencia de Denissa, a dos horas, por decisión de los familiares, al menos para pasar una temporada que se prevé larga”, explica López, quien tiene ya preparada una silla de ruedas”.

Recuerda también “la dualidad en el sentimiento” que se encontró con otro traslado, en Massanasa. “Se trataba de dos mujeres muy expresivas, que al salir de casa estaban como liberadas, contentas de poder irse. Pero cuando vieron lo que había en la calle, porque no lo habían visto antes, se quedaron desoladas. “Ai mare meva” (ay madre mía), apunta López que señaló una de ellas en valenciano.

Al día, los voluntarios realizan “muchos kilómetros, con cansancio físico y mental”, pero la “energía no falla”. “Por desgracia esto no se va a ir en un día ni en una semana. Es para mucho tiempo. Hemos estado en casas en los que estirando el brazo no llegábamos a la marca del agua. Todo para tirar. Tienen que hacer una casa nueva. Ninguna ciudad está preparada en España para absorber esa capacidad de agua”, advierte.

En la misma línea trabaja Antonio Lobo, de Salamanca, que destaca que las necesidades “van surgiendo sobre la marcha”. “Un día limpiamos y otro nos encargamos de llevar medicamentos o alimentos a otros lugares. Esto es una desgracia a la que nunca nos habíamos enfrentado”, expone.

En un momento de conversación, en la plaza de la Constitución de Massanasa, se ve a lo lejos la llegada de una pick-up por una estrecha calle, a cuyo paso, no sin dificultades por el estado de la calle, le abre paso la gente. Se baja del mismo el segoviano Daniel Ramos, que se detiene frente a una farmacia en la que una larga cola de usuarios espera para ser atendida. Allí recoge los medicamentos de varias personas dependientes, que le han entregado sus tarjetas sanitarias. Aprovecha para llevarles también alimentos y agua a este tipo de domicilios. Estos días, en la Huerta Sur, las oficinas de farmacia entregan los medicamentos sin necesidad de receta, pero con el control que otorga el propio profesional.

“En todas las tareas siempre nos surgen imprevistos a la ahora de actuar. Hemos ido a casas de vecinos que necesitan ayuda porque no han podido contactar con Cruz Roja o el 112. Y si podemos lo subsanamos en el momento, como nos ha pasado en esta ocasión, que un domicilio nos ha solicitado medicación y su vecina, por la ventana, también nos lo ha rogado”. Cuando termina esas tarea, “se limpia el fango” en las calles y en viviendas “para echar una mano”.

“Son días duros pero todo sea por ayudar aquí. Las personas mayores que viven solas están sufriendo por ver perder sus casas. Les damos apoyo psicosocial mientras les entregamos alimentos, porque se nos echan a llorar, nos dan las gracias y toda ayuda nunca es suficiente”.

Coincide plenamente el soriano Norberto Cardona: “Todas las personas a las que atendemos nos relatan su historia, que son todas conmovedoras, porque sienten que lo han perdido todo, incluso familiares o mascotas, parte material de edificios. Es irrecuperable el trabajo de toda una vida. Y les prestamos apoyo psicosocial porque se echan a llorar”.

En estos momentos, explica, la sociedad “saca lo mejor de sí misma”. En Massanasa, recuerda, se rompió el fusible de un vehículo. En la calle donde limpiaba el barro junto a su equipo, había un taller mecánico. “Le preguntamos si nos daba esa pieza. Nos invitó a ver el local y todas las máquinas estaban llenas de lodo. Se puso a buscar el hombre, entre lágrimas, y nos dijo que le daba rabia que no tuviera ni un destornillador para arreglar la avería. Nos confesó que quería devolvernos el favor que le estábamos haciendo, porque le habíamos curado, traído alimentos, estado con ellos y lo habíamos dado todo. Pero yo no puedo daros nada a vosotros”, resumió, al momento en que rememoró que se fundieron en un abrazo emocionados.

Archivado en
Lo más leído