En el Rapidito todo parece como siempre, con buena afluencia de clientes, el característico olor a calzado y el ajetreo habitual de los trabajadores de esta tienda. Pero hay un detalle importante y es el cartel que luce en su puerta. El zapatero José Pérez afronta su último mes de trabajo antes de jubilarse. Lo hace con cierto "vértigo" y recibiendo las palabras de cariño de sus clientes habituales. "Ay José, qué pena" o "volveré antes de que cierres" eran algunas de las frases de ánimo que recibía esta mañana.
Este negocio de la plaza de la Inmaculada echará la trapa definitivamente el 31 de marzo después de casi 40 años arreglando tapas y tacones, cremalleras y cinturones. "El oficio no muere", dice José, "pero sí está muy sujeto a las modas" y a la actual demanda que opta más por la compra de artículos nuevos que por los arreglos. Prueba de ello es que no ha encontrado a nadie que le releve en su puesto o a quien pueda traspasar el negocio.
"Abrir un negocio como este es rentable", relata el zapatero, aunque reconoce que trabajaban cuatro hasta la pandemia, pero ahí sufrieron la primera baja y se redujo la plantilla a tres desde entonces. Ahora, con la baja por paternidad de uno de sus compañeros, José ha tenido que adelantar su jubilación varios meses, pues estaba prevista para diciembre, y el local echará el cierre el próximo 31 de marzo.
Pedro venía de la hostelería y tomó las riendas del Rapidito en 1990. Se convirtió en zapatero autodidacta hasta lograr la confianza de los leoneses que hoy demuestra ese hormigueo constante en la entrada a su pequeño local y las buenas palabras de los que lo visitan por última vez. Sus clientes lo echarán de menos y León pierde una tienda más de las de toda la vida.