01/08/2020
 Actualizado a 01/08/2020
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Veloz avanza el verano, este extraño verano lleno de precauciones, verano en alerta, que no en alarma, verano semiconfinado, de pueblo y ventilador, setentero, verano de mascarillas y geles hidroalcohólicos, verano añoranza para con quienes se han quedado atrapados en cuarentenas lejanas más allá de nuestras fronteras. Cuántas cosas echaremos de menos este agosto que ha roto rutinas y abrazos y, sin embargo, la naturaleza sigue su curso. Maduran las uvas, la paciencia, las ganas. Tras un julio excesivo en temperaturas (no recuerdo haber visto antes el 40 en los termómetros urbanos de León), esperamos la lluvia, la templanza, el descanso, aunque no podamos llevar a cabo nuestros sueños de agosto.

Entre calor y color solo media una letra. Y a pesar de la crisis que nos atenaza, del dolor y la ausencia, de la incertidumbre que planea sobre nuestras cabezas, agosto será siempre un mes para vivir. Un mes para llenar la mochila-memoria de instantes eternos. No podremos ir muy lejos, pero no solo viajamos con los pies. La imaginación siempre está ahí, es el comodín de la felicidad. Leer, escuchar, ver, tocar, cerrar los ojos y evadirse. El mayor viaje siempre habita en nuestra mente como una posibilidad intransferible. Títulos no nos faltan. Los clásicos a nuestros pies nos miran desde la estantería y en un trayecto hasta la librería nos aguardan los títulos del confinamiento, que tienen derecho a ver la luz. La poesía llega en estos términos: ‘Que llueva siempre’, de Luis Miguel Rabanal, ‘Enumeración’ de Carmen Busmayor o ‘Vena amoris’ de Rafael Saravia. La novela se vuelve ‘culpa’ de la mano de Beatriz Berrocal, el cuento es para ‘Anna y las estrellas’, cuántos caminos sin ir demasiado lejos al buscarlos.

Un buen libro, una cerveza, un «me tiro al agua». Un recorrido interior por el mar y la montaña. La luna. Las terrazas. Las Perseidas. Pidamos un deseo. Seas siempre bienvenida, claridad.
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