'Alfanhuí'

Rafael Sánchez Ferlosio al cumplir 90 años salva únicamente 'Alfanhuí' de entre sus obras literarias

Bruno Marcos
06/01/2018
 Actualizado a 19/09/2019
El escritor Rafael Sánchez Ferlosio. | ÁNGEL DE ANTONIO (ABC.ES)
El escritor Rafael Sánchez Ferlosio. | ÁNGEL DE ANTONIO (ABC.ES)
Hace unas semanas cumplió noventa años Rafael Sánchez Ferlosio, un escritor raro, cambiante, demoledor con sus propias obras aunque ellas le han proporcionado los más altos galardones y un buen lugar en la historia de nuestras letras. Preguntado ahora por qué libro suyo salvaría ha contestado sin dudarlo que ‘Alfanhuí’, el primero. Ha contado también que lo escribió cuando vivía aún con sus padres, a quienes leía cada noche lo que iba redactando, y que fue su madre quien costeó la primera edición, que llevó en ese caso dibujos del propio Ferlosio.

Recuerdo haberlo leído por primera vez con ocho o nueve años y quedarme sobrecogido. Lo encontré entonces muy siniestro y muy imaginativo, lleno de una desolación enorme, con paisajes que me daban miedo, atardeceres carmín, bermellón y sangre, amaneceres de oro y amarillo, caminos a ningún sitio... Reconocía en sus páginas un estado de la sensibilidad que me era cercano, algo extrañamente triste, bello y familiar. El gallo de la veleta con un ojo solo que se veía por los dos lados pero que era un solo ojo, las cuatro patas de una silla de cerezo que echaban raíces en el limo de una gotera o los pájaros disecados volando a sus sombras por el techo del taxidermista, todas esas animaciones fantasmales de las cosas venían de una imaginación muy fértil y un poco pobre de felicidad, una imaginación de soledades, la de un niño solitario en el paisaje, casi desierto, de una Castilla que de tan real se torna sobrenatural.

Seguramente no se trate de un libro para niños aunque se venía ofreciendo como tal. ‘Alfanhuí’ está hecho de cosas muy viejas, de una vida con apenas actores donde materia y forma se recuperan de esencias. Y es un libro lleno de saberes viejos y de lenguaje viejo con lo cual se aleja de la infancia, aunque se acerca a ella en lo fundamental, en la mirada. Usa los ojos del niño y las palabras de un viejo, es un mirar con la sabiduría de lo viejo pero con los ojos nuevos de un niño. Tiene del ‘Lazarillo’ y del ‘Buscón’ la indefensión, la fragilidad de la infancia, y muestra, como ellos, que esta es un camino demasiado veloz hacia la realidad. En ‘Alfanhuí’ la realidad es que la realidad vive en tensión con una imaginación irrealizable a la vez que irreductible.

Juan Benet, en el prólogo que le dedicó en su día —una pequeña joya a su vez sobre el arte de novelar— se muestra más partidario del imaginativo ‘Alfanhuí’ que del realista ‘El Jarama’, la obra siguiente de Ferlosio que se recibió como un prodigio. Cree Benet que el suceso más desgraciado ocurrido a las letras castellanas de su tiempo fue que para tener la perfección de ‘El Jarama’ se perdiera lo que podía haber escrito el maravilloso autor de ‘Alfanhuí’.

Verdaderamente es una experiencia deslumbrante leer por primera vez ‘Alfanhuí’, descubrir las páginas en las que el gallo de la veleta que cazaba lagartos quedó fundido, abrazado a un carbón, porque ese día no pudo defenderse al no haber viento y explicó entonces al niño que los ponientes eran una sangre que se derramaba para madurar la fruta. Es una maravilla recorrer párrafos como los de la muerte del buey «Caronglo», cuando la sombra que sobre el suelo dejaba salió de su cuerpo y se encaminó hacia el río hasta que las puntas de sus astas desaparecieron bajo las ondas del agua. Un prodigio escuchar al maestro: «Tú tienes ojos amarillos como los alcaravanes; te llamaré Alfanhuí porque este es el nombre con el que se llaman los alcaravanes unos a otros».
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