Recuerdo haberlo leído por primera vez con ocho o nueve años y quedarme sobrecogido. Lo encontré entonces muy siniestro y muy imaginativo, lleno de una desolación enorme, con paisajes que me daban miedo, atardeceres carmín, bermellón y sangre, amaneceres de oro y amarillo, caminos a ningún sitio... Reconocía en sus páginas un estado de la sensibilidad que me era cercano, algo extrañamente triste, bello y familiar. El gallo de la veleta con un ojo solo que se veía por los dos lados pero que era un solo ojo, las cuatro patas de una silla de cerezo que echaban raíces en el limo de una gotera o los pájaros disecados volando a sus sombras por el techo del taxidermista, todas esas animaciones fantasmales de las cosas venían de una imaginación muy fértil y un poco pobre de felicidad, una imaginación de soledades, la de un niño solitario en el paisaje, casi desierto, de una Castilla que de tan real se torna sobrenatural.

Juan Benet, en el prólogo que le dedicó en su día —una pequeña joya a su vez sobre el arte de novelar— se muestra más partidario del imaginativo ‘Alfanhuí’ que del realista ‘El Jarama’, la obra siguiente de Ferlosio que se recibió como un prodigio. Cree Benet que el suceso más desgraciado ocurrido a las letras castellanas de su tiempo fue que para tener la perfección de ‘El Jarama’ se perdiera lo que podía haber escrito el maravilloso autor de ‘Alfanhuí’.
Verdaderamente es una experiencia deslumbrante leer por primera vez ‘Alfanhuí’, descubrir las páginas en las que el gallo de la veleta que cazaba lagartos quedó fundido, abrazado a un carbón, porque ese día no pudo defenderse al no haber viento y explicó entonces al niño que los ponientes eran una sangre que se derramaba para madurar la fruta. Es una maravilla recorrer párrafos como los de la muerte del buey «Caronglo», cuando la sombra que sobre el suelo dejaba salió de su cuerpo y se encaminó hacia el río hasta que las puntas de sus astas desaparecieron bajo las ondas del agua. Un prodigio escuchar al maestro: «Tú tienes ojos amarillos como los alcaravanes; te llamaré Alfanhuí porque este es el nombre con el que se llaman los alcaravanes unos a otros».