«Aquí había falta de todo, así que volvió otra vez a Zaragoza, compró más medias y montó esta tienda en el año 39», explica Julio Álvarez, hijo de Brindis Álvarez, y encargado de la mercería Casa Brindis de Ponferrada. Julio empezó a despachar en la primera mitad de los 70 junto a su padre cuando la avenida La Puebla, la conocida como ‘Milla de Oro’ de la capital berciana, estaba en pleno apogeo.
«Entonces estábamos los dos detrás del mostrador y otras cuatro o cinco empleadas. Los días de mercado no se cabía e incluso no cerrábamos a la hora de comer», recuerda. Los tiempos han cambiado pero al cruzar la puerta es fácil hacerse una idea de lo que fue.
Las estanterías de madera maciza llegan hasta el techo. A la derecha, se apilan las cajas de botones de todas las formas, tamaños y colores; al frente, los hilos dibujan un arcoíris de matices y a la izquierda, junto al mostrador que sostiene la inmensa caja registradora de hierro y madera que compró Brindis -«ya de tercera mano»- cuando abrió el negocio , está la vitrina con unas largas piernas femeninas de maniquí en lo alto y unos lazos y unas muñecas vestidas de flamencas en su interior.
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Pese a que Cabezas dice que las ventas ya no son lo que eran, en Prieto se sigue haciendo cola y pregunta quién es el siguiente. Y es que algunos productos no se encuentran en otras tiendas. «Vendemos desde el clásico orinal de porcelana a las lamparillas de aceite o mariposas», apunta el droguero, que explica que los productos estrella son los de temporada: semillas, fitosanitarios y también productos químicos.
El comerciante advierte además de los riesgos de Internet para los pequeños negocios. «Se compra de todo por Internet pero con muy pocas garantías y lo peor es que la gente da por buena cualquier cosa que lee en la red y después no se fía del profesional de toda la vida», lamenta.
Con cuerda para rato
Hortensia Álvarez, de Relojería Gavaldón, comparte la opinión acerca de los efectos de Internet para el comercio local. Su suegro, Luis Gavaldón abrió la relojería en la calle del Rañadero en 1969 y, desde entonces, los encargos han caído en picado. «En parte, porque se compran por Internet relojes chinos que nadie sabe arreglar», dice. La relojería se dedica fundamentalmente a la reparación y reconoce que las casas «ya no hacen relojes como los de antes».
Álvarez explica cómo ha caído la calidad desde los relojes automáticos de Orien o Certina o de los Omega de cuerda que se hacían hace décadas a las actuales marcas líderes como Lotus o Viceroy, que venden en su mayoría relojes de pila. «Venden por la publicidad con caras conocidas como la de Fernando Alonso pero, en realidad, tienen la misma máquina que, por ejemplo, Justina que es una casa menos conocida que fabrica en Dueñas, en Palencia, y que es mucho más barata», apunta.
Reparan una media de 30 relojes a la semana -el 90% de pulsera- de particulares y de otras tiendas de la zona e incluso del Barco de Valdeorras. Entre ellos, alguna joya como un Moret de pared de los años 20 que está valorado en alrededor de 1.500 euros.
El ajuar, en Casa Federico
Otro de los comercios clásicos de Ponferrada es Tejidos Federico, en la calle del Cristo. Desde el año 1933 la familia López Brea ha vestido las camas de miles de ponferradinos. Carmen Aguado, que ayuda en la tienda a su hermano Marcos Aguado, sostiene que el secreto de seguir abierto durante tantos años es el trato al público. «Un negocio familiar aporta cariño, algo que quizás en una gran superficie no hay», destaca.
Si ahora los ‘nórdicos’ han conseguido desplazar al edredón de toda la vida, Aguado insiste en que llamen como se llamen, «la ropa de cama se compra». «Antes se hacía el ajuar y se pedía por pieza para bordar, ahora lo prefieren todo hecho, pero sea como sea la gente lo sigue necesitando», apostilla.
Con membrete centenario o apenas unos meses abiertos, lo cierto es que el emprendimiento en Ponferrada es una virtud que hay que proteger. La cuestión es, ¿estarán los consumidores a la altura?
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