Anna Netrebko, una Manon para la posteridad

Cines Van Gogh recupera hoy jueves la mítica grabación de la obra maestra de Jules Massenet que cuenta con la soprano rusa y el tenor Rolando Villazón bajo la dirección musical de Daniel Barenboim que tuvo lugar en Berlín

Javier Heras
14/03/2019
 Actualizado a 19/09/2019
Anna Netrebko en la ópera ‘Manon’, de Jules Massenet.
Anna Netrebko en la ópera ‘Manon’, de Jules Massenet.
Algunos montajes de ópera entran en los libros de historia de inmediato. Por la interpretación de una cantante, como la Tosca de Maria Callas. Por la perfección de la orquesta, como ‘El caballero de la rosa’ de Karajan. Por la audacia escénica, como el ‘Anillo’ de Patrice Chéreau. O, a veces, por la suma de todos los factores. Sucedió en 2007 en Berlín. Allí resplandecieron las dos estrellas de la década, el tenor Rolando Villazón y la soprano Anna Netrebko, a las órdenes del gran Daniel Barenboim. El resultado fue una ‘Manon’ inolvidable.

Coproducción de Berlín y Los Ángeles, supone un testimonio histórico del breve periodo en que los teatros se rifaban al dúo Netrebko-Villazón, entonces pareja dentro y fuera de las tablas. Dos animales de escena que aseguraban química, electricidad y, claro, talento musical. La rusa, de timbre privilegiado y la belleza y el glamour de una estrella de Hollywood –aquí se mimetiza con leyendas como Audrey Hepburn, Marilyn Monroe e Ingrid Bergman para subrayar el narcisismo del personaje–; el mexicano, con su voz en plenitud antes de su prematuro declive. La soberbia escenografía llevaba el sello de Vincent Paterson. Coreógrafo de ‘Bailar en la oscuridad’ o del videoclip de ‘Thriller’, de Michael Jackson, ha trabajado para Broadway y acertó al situar la acción en los años 50 del siglo XX, con referencias al cine clásico. Un montaje imprescindible que merece ser recuperado. Cines Van Gogh lo proyectará este jueves a las 20:00 horas.

‘Manon’, de Jules Massenet, es uno de los pilares del repertorio francés y cuenta la historia de una joven amoral, encantadora y en apariencia inocente, pero obsesionada con la riqueza y el lujo. Su poder de seducción arrastra a la ruina a un estudiante enamorado. El personaje ha fascinado a dramaturgos, coreógrafos y compositores desde su nacimiento en 1731, con la exitosa novela del abate Antoine François Prévost. Aquel tumultuoso romance, censurado en la Francia del XVIII, tenía mucho de autobiográfico: perpetuo seductor, Prévost fue soldado, después novicio jesuita, predicador, converso al protestantismo y finalmente exiliado en Holanda tras un escándalo de faldas. Su ‘Manon’ influyó en Flaubert, Zola o Dumas, e inspiró ballets, películas, obras de teatro y, cómo no, óperas. Las más destacadas, la de Massenet (1884) y la de Puccini (1892).

El compositor de ‘Werther’ o ‘Thaïs’ (1842-1912) suele recibir críticas por lacrimógeno y conservador, pero algo tendría para dominar la escena mundial durante el tercio final del siglo XIX. Nunca antes un francés (ni siquiera Gounod ni Bizet) había reinado en su patria, que abrazaba a extranjeros como Rossini o Verdi. «Massenet sabía lo que el público deseaba y decidió ofrecérselo», explica el musicólogo Harold Schonberg. Por un lado, líneas vocales inspiradas, arias y dúos que desbordan sensualidad y melancolía, como se aprecia en el «sueño» de Des Grieux. Por otro lado, la unión íntima del libreto y la música. Tanto el estilo de canto como la orquesta se ajustan a los vaivenes del texto. Por ejemplo, la mezcla de ingenuidad, confusión y excitación de Manon en su aria inicial («¡es mi primer viaje!») se refuerza con un canto de frases rápidas, entrecortadas de risas, y una orquesta que se balancea. La brillante instrumentación no esconde la influencia de Wagner, especialmente en el uso de leitmotive que se entrelazan en una red continua y fluida.

‘Manon’ surgió en 1881 por encargo de la Opéra Comique parisina, de ahí sus diálogos hablados, sus escenas humorísticas (el inicio del primer y tercer actos) o el ballet, requisitos del género. Desde el estreno, la audiencia la adoró (el teatro la mantuvo en cartel siete décadas, unas 2.000 funciones) y los especialistas reconocieron el esfuerzo de Massenet, que tardó casi dos años en componerla e incluso residió un tiempo en la casa en la que un siglo antes había trabajado el propio abate. El libreto de Meilhac y Gille acentúa el contraste entre un entorno frívolo (la posada, el salón de juego) y unas pasiones verdaderas, mientras que la partitura humaniza a la protagonista. Manon, egoísta e irreflexiva, se hace querer gracias a sus melodías irresistibles, de modo que no nos extraña que Des Grieux renuncie a la religión por ella.
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