Por fin llegó el día. Tras muchos dimes y diretes, los colegios han abierto sus puertas, llenando de vida su espacio interior. La ruptura entre edificio e inquilinos ha durado seis meses. A priori parece demasiado tiempo, pero no todos piensan igual. No sería de extrañar que algunos profesores o alumnos se sientan una especie de ocupas, aunque en honor a la verdad, creo que no se opondrían a ser desalojados, como sí sucede con los verdaderos profesionales de este arte de apropiarse de lo ajeno. Una disciplina artística, por cierto, que es posible gracias a la complicidad de las leyes existentes al respecto y de ciertos movimientos impulsados y apoyados por personajes de diverso pelaje.
Durante las últimas semanas, e incluso meses, mucho se ha discutido sobre la conveniencia o no de iniciar el curso escolar. Todos han hablado. Profesores, sindicatos, políticos, médicos, científicos, progenitores… La única duda que se me plantea es si a la hora de sentar cátedra por parte de todos los protagonistas se ha pensado en los intereses personales o en lo que realmente debería importar, los niños que vieron interrumpida su normalidad académica allá por el mes de marzo. Tengo la sensación de que en más de una ocasión los alumnos han sido una excusa barata para conseguir objetivos particulares, que se alejan bastante de lo que se debería esperar de todos los actores participantes.
Lo único que está claro es que la moneda se ha lanzado al aire y ahora sólo queda esperar de qué lado cae. Aunque tampoco descarten que caiga de canto y al final no se cumplan ni las profecías de los más alarmistas ni las de los que defienden que no hay excusa real para no iniciar el curso escolar. Ahora sólo queda comprarse palomitas y presenciar el espectáculo que se nos avecina. Bombardeo continuo de datos de contagios, cierre de aulas, quejas por parte del profesorado y de los padres y lo más peligroso y deleznable, la propagación de bulos por las redes sociales y por los grupos de Whatsapp. Crucemos los dedos para que al menos no haya cazas de brujas que señalen públicamente a niños que han tenido familiares contagiados o cuyos padres por motivos laborales están en contacto más directo con el coronavirus. A este respecto, ya le he dicho a mi hija que de manera disimulada vaya propagando la noticia falsa de que su madre ya no es enfermera, sino telefonista y que trabaja desde casa.
Llegado el momento y a la hora de depurar responsabilidades, si las medidas adoptadas no dan los resultados deseados, lo único que no podrán utilizar los responsables de éstas como eximente es que el caos les ha pillado de imprevisto. Desde que en marzo por fin se dijo en nuestro país eso de ‘España, tenemos un problema’, han pasado muchos meses para que las mentes pensantes valoraran el entorno y decidieran los pasos a seguir. Sólo deseo que todo esto no tenga el mismo final que el Apolo 13. Esperemos que los famosos ‘grupos burbuja’, que habitarán los colegios, no provoquen demasiados gases al ya dolorido estómago del sistema educativo de nuestro país. Ahora sólo queda esperar que cuanto antes dejemos atrás las burbujas y volvamos a los colegios ‘TriNa’.
Por cierto, que nadie sienta remordimientos si al depositar o lanzar, según los casos, a sus herederos a la puerta del colegio han sentido cierta sensación de alivio. Seis meses de convivencia continua lo justifican. Eso sí, aviso a navegantes, para evitar olvidos embarazosos es recomendable poner doble alarma en el móvil para recordar que hay que ir a recogerlos.
Colegios ‘TriNa’
10/09/2020
Actualizado a
10/09/2020
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