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Cómo vivir con la memoria

23/02/2018
 Actualizado a 17/09/2019
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Es el título la exposición recién inaugurada en el Musac, cuya temática es la arquitectura y el franquismo. Cuando vi el anuncio de la inauguración, teniendo en cuenta que el mencionado título sale de un escrito de Rafael Moneo del año 1978, que Rafael Moneo es uno de los grandes arquitectos de la segunda mitad del siglo XX, que aún vive y que, además, lo tuve de profesor de proyectos en la Escuela de Arquitectura de Madrid (unas veces para bien y otras para no tanto), se me hizo evidente que tenía que ir a verla.

Y la verdad es que me encuentro descolocado.

He estado buscando el escrito de referencia y no lo he podido encontrar, así que no sé si la frase que intitula la exposición tiene relación con que se expone o, simplemente, está cogida al vuelo.

Es cierto que la arquitectura es un reflejo de la sociedad en que se crea, que las circunstancias económicas, sociales, ideológicas y de cualquier tipo que se nos ocurran, se terminan reflejando en los edificios, y no es raro encontrar ejemplos opulentos y estrambóticos en riquísimos países actuales al tiempo que muestras humildes pero excelentes en lugares pobres.

Pero lo que me llama la atención en este caso es que lo que se expone es la arquitectura ‘entre 1939 y 1978’ y empieza con referencias unos edificios innominados tristorros y opresivos que, dicho sea de paso, no he conseguido identificar ni en el tiempo ni en el espacio, sigue con una panoplia de cárceles, campos de concentración, poblados de colonización, incluso el Valle de los Caídos, pasa por unas pocas áreas más, y termina con una fotografías de dos cutres y desangelados edificios turísticos que más bien parecen de las primeras épocas del desarrollo de Benidorm.

En verdad que durante los nueve meses que tuve a Moneo como profesor, en sus referencias culturales de todo tipo, y arquitectónicas en particular, jamás hizo otra cosa que enseñarnos qué era lo que debíamos hacer y hacia donde teníamos que avanzar. Todo muy lejos de los ejemplos recogidos en la exposición.

A lo mejor lo llevaba dentro y no se atrevía a exponerlo. No lo sé, pero lo cierto es que en mi curso, como en todos los de entonces, había todo tipo de alumnos, incluidos antifranquistas, comunistas, socialistas, del opus y todo lo que a uno se le ocurra, así que puede uno imaginarse que, en aquellas charlas, las que él daba y que eran muchas, se hacías todo tipo de preguntas, incluidas las políticas.

Pero quiero olvidarme del aire político y reivindicar la arquitectura.

Porque si bien es cierto que entre el 39, final de la guerra civil, y los años 50, tiempos en que no había nada (por no haber no había ni cemento), se levantaron edificios pobres, también se construyeron otros, igualmente propios de la época que se vivía, quizás hasta salidos de tono. Léanse los Nuevos Ministerios o el propio Ministerio del Aire, ambos en Madrid, edificios de un estilo muy específico, parecidos, por poner una orientación, al antiguo Gobierno Civil de la ciudad, hoy Subdelegación del Gobierno. De todo eso nada aparece, y bien que podría.

Pero lo que ya no tiene explicación es que, si como se explicita en la presentación, se trata de todo el espacio y tiempo del franquismo, no haya ni la más mínima referencia a muchos arquitectos y sus obras, maestras muchas veces, que fueron el cartel de este campo en todo el mundo.

No existen, o se olvidan, nombres cuya arquitectura ha sido ejemplo a seguir, que desarrollaron su trabajo sobre todo desde 1950 en adelante, y que no puedo por menos de reseñar, aunque comprendo que a los lectores, en muchos casos, les sonarán a Chino.

Francisco Javier Sáez de Oíza, que hace la Basílica de Aránzazu en 1950, un trabajo excelente en el que se integran las esculturas de Oteiza, y luego Torres Blancas, además de otros muchos edificios. Una persona más que culta que también tuve la suerte de disfrutarlo como profesor.

Javier Carbajal, autor del pabellón de España en la Feria Mundial de Nueva York en 1964, la bomba de la exposición, el edificio más visitado. Por relacionarlo con algo conocido, es el autor del Complejo Santo Domingo, en la plaza del mismo nombre, aquí en León.

Miguel Fisac, otro arquitecto que aunó la arquitectura con la pintura y la escultura, que levantó un buen número de singulares iglesias, empezando por Punta Umbría en 1943, luego copiadas por todo el mundo, o el edifico de laboratorios Jorba en 1964, en la salida de Madrid hacia Barajas, hoy demolido.

Jose Antonio Coderch, que ya desde 1943 dejó su impronta en numerosos edificios especialmente en Barcelona, autor, aunque en un tiempo posterior, de las torres de La Caixa en Barcelona, esas en las que el nombre de la entidad gira en su penúltima planta que tantas veces salen ahora en la televisión.

O el mismo Rafael Moneo, que más joven que todos los anteriores, ya en el 66 ganó el proyecto de la ampliación de la Plaza de Toros de Pamplona, para luego seguir con obras conocidas como la ampliación del Museo del Prado, el Museo Romano de Mérida, el Kursaal de San Sebastián o el aeropuerto de Sevilla, que más de uno conocerá, aunque hay que reconocer que no es su mejor proyecto.

Todos ellos, y muchos más, a todos los niveles, dejaron durante todos esos años, del 39 al 78, montones de obras y trabajos, que, si hemos de tomarlos como reflejo de la época, nada tienen que ver con lo que parece ser que fue, al menos según lo expuesto en el Musac.

Y lo triste de todo esto es que, mientras paseaba por la sala, topé con un grupo de jóvenes y ‘jóvenas’, de unos dieciséis años, más o menos, a los que la guía les explicaba que ésa era la arquitectura de período, que por supuesto no conocieron, en el que, según ella, "se buscaba la raíz antigua e histórica con elementos del pasado". Le faltó decir, además, obsoletos y caducos. Como si no hubiera habido otra cosa. Y la había, vaya si la había. Mala impresión y peor conocimiento se llevarían de allí.

Porque, en efecto, después de la guerra civil, aquí no había de nada, ni cemento, no hierro, ni gasolina, y, por no haber, no había casi ni para comer.

Y se hicieron edificios probrunos cuando no absolutamente ideologizados. Desde luego. Eso no se puede negar. Pero había otros muchos, limpios, novedosos, resultado de la imaginación y el buen hacer de muchos, arquitectos y no arquitectos, muy alejados de lo que la exposición refleja.

Quizá alguien me dirá que no he entendido la exposición. Pues a lo mejor, pero esa no es la arquitectura que yo estudié, ni la que me enseñaron, ni la que, en los tiempos a que se refiere, ejercieron todos aquellos profesionales, algunos de los cuales fueron mis profesores.

Y por eso es a ellos a quienes reivindico. A ellos y a su brillante obra.
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