Ayer, por momentos, se volvió a sentir aquella vieja pasión cuando salían al corro los luchadores locales que, por suerte, fueron varios.
Y disfrutaron especialmente con un Albertín (Alberto Fernández), el joven chaval de Lillo que fue pasando rondas con solvenciay caídas de bella factura para entusiasmo de la grada, de su grada.
- ¡Como se nota que andas a la hierba!, le gritan sus amigos.
- Si es que es mucho mejor entrenamiento levantar pacas que vasos de vino o cubalibre; le rematan.
Albertín sonríe pero sigue a lo suyo. Ya está en las semifinal con Teje y la vuelve a solventar con autoridad. No rehuye el combate y responde con la variedad de mañas de un chaval que lleva muchos años «en el frente». Ya está en la final.
Le espera en la definitiva Víctor Llamazares que en la primera ronda ya acabó con las ilusiones del «triple finalista» de La Braña, Jesús Martínez y en semifinales con unAdrián Fierro que había dejado en la cuneta a un Javier Oblanca que vestía de negro y cuando le preguntan si ya viene de luto por el resultado responde con el título de una película: «Solo los valientes visten de negro».
Volvamos a la final. Que no tuvo opción Albertínde rematar en casa su mejor tarde pero los suyos le despidieron con una cerrada ovación.
Víctor da la impresión de que va a estar en ese selecto grupo de los que sólo son noticia cuando pierden, que en ligeros aún no ha ocurrido, y eso que un valiente Adrián Fierro. Aunque él se lo toma bien y el hombre tranquilo dice su frase favorita: «No pasa nada».
Medios ya tiene noticia en la presentación, volvía después de su lesión Moisés. «¿Ya estás bien?».
- Bueno, estoy.
Y es que es gen de luchador. Aunque había dicho que no iba a forzar tampoco se aguantó y con un fuerte vendaje se presentó... y luchó... Y ganó. La configuración de los cuadros propició la final esperada: Rubo, que es el líder; y Moisés, que es el capo. Se intuía guerra y la hubo. Se batieron con fuerza y el gesto de Rubo cuando Moisés le dio la primera entera lo decía todo. El de Valdorria golpeaba el suelo, hacía gestos de negación con la cabeza y se mesaba el cabello. Y es que dio el ataque, parecía tener vencido a Moisés... pero chocó contra La Roca. Otra vez. Ya sólo le quedaba rematar... y remató.
Pedro Alvarado y Guiller
En semipesados, vaya por delante, ganó Tomasuco, también condenado a no ser noticia por ello, aunque no lo tuvo fácil. Pero, al margen de su victoria, los nombres de la tarde fueron Pedro Alvarado y el valdeonés Guiller. El de Caldevilla es un clásico de la lucha, sabe luchar y, de vez en cuando, la prepara como sin darse importancia. Lo hizo ayer Guiller y en la primera fase mandó en el tren de vuelta a Rodri. Y en la semifinal se las tuvo muy tiesas con Tomasuco, que sufrió mucho, tanto que la prueba de como aprieta el cinto le hizo tener que acudir a su gente para que se lo soltara, que él no podía. Y Guiller miraba comoquien no mata una mosca.
Y Pedro Alvarado viene avisando de que hay que contar con él. En Valdefresno protagonizó un combate a cara de perro con Tomasuco y ayer lo repitió, primero con El Balilla de Moscas, terrible, y en la final. Tiene una planta de luchador impresionante, tiene unos genes de luchador que llegan al patriarca vivo los luchadores, Antonio Alvarado, de 106 años, y una raza que le impide torcer la cara. Ayer fue sólo subcampeón, pero es cuestión de poco tiempo quitarle el sub y volver a hablar de él.
El grito de Aitor
Si alguien era feliz ayer en el corro era Aitor, el luchador de pesados, sobrinete de Tomás, al que homenajea luchando con su cinto. Feliz por muchas cosas. Porque volvía la lucha a su pueblo, porque estaba arropado y hasta vería posibilidades de llevarse la victoria pues no estaban ni Jesús Quiñones ni Guti el de Prioro, los dos primeros de la general.
Empezó bien. Pasó ronda luchando, sin esperar, al ataque... y le esperaba en la semifinal otro que estaba muy motivado: Liquete. Se les veían las caras de querer hacer algo.
Sin embargo, sólo duró unos segundos la incertidumbre. Aitor tiró hacia arriba y se derrumbó a tierra, cayó fulminado, gritó en el aire y se echó las manos a la rodilla, de la que andaba renqueante... La siguiente estampa es camino de la ambulancia, sus amigos rodeándola, Liquete —que nada tuvo que ver en la lesión— con la mirada en el suelo.Aunque la tuvo que levantar, y el ánimo, para disputarle la final a un Alejandro Fernández que salió a ganar, que fue a por él y lo llevó pero se soltó y fue media para el del Ferral, que yendo por delante se supo defender y rematar con dos contras fulminantes. Segundo corro y una dedicatoria que no hace falta que lo diga, para el bueno de Aitor, que tiene ganas de llorar.