Cuando se precisa omeprazol

José Ignacio García comenta el libro de Brenda Navarro 'Ceniza en la boca'

José Ignacio García
02/07/2022
 Actualizado a 02/07/2022
La autora Brenda Navarro y portada de la publicación. | SEXTO PISO
La autora Brenda Navarro y portada de la publicación. | SEXTO PISO
 ‘Ceniza en la boca’
Brenda Navarro
Editorial Sexto Piso
Novela
196 páginas
18,90 euros

Llevo una racha de achaques corporales y de lecturas brutales no aptos para alfeñiques ni para personas blandengues. Como los toreros después de una cornada grave, sigo esperando para pasar por el hule, y las últimas novelas que he leído me han revuelto tanto las tripas que, de seguir en esta línea, voy a precisar un chute de omeprazol. Yo que creía tener un estómago a prueba de enchiladas.

La guinda –o el jalapeño (que igual viene más al caso)– de este amasijo literario la ha puesto la novela de la escritora mexicana que hoy nos ocupa.

Brenda Navarro echó la puerta abajo hace varios años con ‘Casas vacías’, su primera novela, publicada en España por la siempre sugerente editorial Sexto Piso. Esta misma editorial le ha refrendado su confianza, tras las numerosas reimpresiones alcanzadas por su obra iniciática, y ha publicado ‘Ceniza en la boca’, una novela desgarradora, cruel y tan dura que no todos los lectores, y sobre todo los acostumbrados a lecturas más pastueñas, serán capaces de hincarle el diente.

Cuando ‘Ceniza en la boca’ cayó entre mis manos, me las prometía muy felices. Una novela de menos de doscientas páginas, a un ritmo constante de lectura y análisis, no debería ocuparme más de un par de días.

Ese fue mi primer error. En este caso no puede ser más cierto el aforismo que hace alusión a lo que de engañoso tienen ciertas apariencias. Me bastó con leer el prodigioso y macabro párrafo inaugural para saber que me enfrentaba –literalmente– a un contrincante rocoso y acaso irreductible. Y esa certeza no me ha abandonado a lo largo de todos los pasajes de las cuatro partes en que está compartimentada una obra narrada en primera persona por una protagonista cuyo nombre no se desvela en ningún momento. Ni falta que hace.

Casi dos semanas he necesitado para terminar, sin domeñarla del todo, con esta criatura asilvestrada e indómita. Y sabiendo que, como otras grandes obras que he disfrutado a lo largo de mi biografía, necesitaré alguna que otra relectura para sacarle el ácido jugo que aún me he dejado entre sus páginas.

‘Ceniza en la boca’ es una novela de una densidad granítica. Se necesita vocación de zapador para ir horadándola, para penetrar en su argumento, que viene y va, como los oleajes marinos, en el espacio y en el tiempo. La prosa de Brenda Navarro, aderezada de complejos diálogos incrustados en la narración y de continuos giros propios de la expresividad lingüística de su tierra madre, que combina además en numerosas ocasiones con frases o letras de canciones en inglés, dificulta y retarda la lectura, hasta que el lector perseverante se hace al tono, como le ocurriría –si habla con los nativos– a un guiri que veranea en Puerto Banús.

Insisto, solo podrá con este purasangre novelesco el lector perseverante, amante de las emociones fuertes, de los retos exigentes, de los argumentos imprevisibles, de una prosa maciza y con tanta transmisión que consigue que, cuando una anciana desatendida por sus herederos tiene piojos, al lector le pique la cabeza y tenga que rascársela.

Para el resto de los lectores, esos que buscan novelitas refrescantes y ligeras como un tinto de verano, que no le hagan hueco a ‘Ceniza en la boca’ en la maleta vacacional, porque ni siquiera con una sobredosis de protector gástrico la podrían digerir a lomos de una hamaca en la playa.

Pero estoy seguro de que muchos de ustedes son tenaces e inteligentes en sus lecturas. Y entonces disfrutarán, sufrirán, se alterarán y se encabronarán por momentos con la lectura de esta maravilla narrativa que, abusando del manido tópico, no dejará a alguien frío o indefinido.

La novela se inicia con el suicidio de Diego, el hermano de la protagonista, que logró volar durante seis segundos en su vida, los que discurrieron desde que se lanzó por la ventana de un quinto piso proletario y madrileño hasta que su cuerpo se despanzurró contra el asfalto de la calle. A partir de ahí, la protagonista inicia un anárquico itinerario narrativo que deambula por Madrid, por México o por Barcelona, y en el que se relaciona con una madre y unos abuelos, como la novela, de difícil deglución y con unas amistades, tanto de ella como de su hermano, que unas veces son solidarias y otras veces resultan peligrosas.

La novela es la historia de la huida de una realidad que nunca será complaciente y con la que los protagonistas nunca estarán conformes, y de la búsqueda de un escenario idílico que nunca llegará, y qué hará preguntarse a la protagonista qué lugar ocupa en este drama teatral que es la vida, y la ayudará a intuir los motivos por los que su hermano, que de niño quería ser piloto de aviación, se echó a volar. Tal vez porque, para él, la muerte fuera una liberación.

‘Ceniza en la boca’ aborda temas escabrosos que la autora bosqueja muchas veces a través de la insinuación, sin necesidad de perfilar los trazos ni de ahondar en lo concreto, sin perder un ápice de su calidad literaria, por mucho que se transite por arenas movedizas donde se hunden las víctimas de violaciones, de xenofobia, de violencia de género, de maltrato infantil, de desapariciones en México a manos de la milicia o de los narcos, de vulneración de derechos elementales, de trabajos esclavistas en nuestro país, con condiciones laborales denigrantes que los inmigrantes tienen que aceptar para sobrevivir a diario y pernoctar en casas indignas y masificadas…

‘Ceniza en la boca’ es, por tanto, además de una novela de enorme magnitud artística, un clamor reivindicativo contra la discriminación opresiva y a favor de los derechos igualitarios de las personas, por más que Brenda Navarro tenga que airear los peores trapos de cada conciencia para alertarnos de que hacen falta otros comportamientos si cada quien quiere encontrar un hueco idóneo en este tapete existencial que cada vez parece menos hecho a la medida de cada cual.

Casi tan impactante como el principio, resulta el final de la novela. Y uno se pregunta qué habría pasado si alguien hubiera atendido algunas llamadas perdidas. Pero esa incertidumbre, como la de los cuerpos que desaparecen sin que sean recuperados jamás, es irresoluble y queda al albur del lector. Si es que ha tenido tragaderas para llegar hasta allí, con o sin la ayuda del omeprazol.

José Ignacio García es escritor, crítico literario y coordinador del proyecto cultural ‘Contamos la Navidad’.
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