¡Cuánto ayuda el que no estorba!

25/05/2018
 Actualizado a 15/09/2019
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Es práctico el peregrino –que debe ser una condición indisoluble con el viajero hacia el fin del mundo– al sentarse al lado del mejor vecino de la ciudad: tiene banco que ofrecerte para el descanso, no pregunta ni comenta, no te mira de reojo la pantalla del móvil para ver conversaciones que vaya usted a saber en qué manos acaban... Y, sobre todo, es el mejor militante de la vieja filosofía de que «¡cuánto ayuda el que no estorba!»

Después de que a Zaplana se le quedaran olvidadas las pruebas del delito en un altillo y van a parar a manos de un imán que se las da a un arrepentido... después de que Granados diga que el millón de euros que había en otro altillo –¡coño, cómo están los altillos!– debía ser cosa de los de Ikea, que se les olvidaron cuando cambiaron las literas a camas. Después de que el abuelo Florenci dejara en un banco de Andorra unos ahorros que se le multiplicaron solos a don Jordi ‘tranquil’...

Después de todas las jugarretas que les hizo el destino a estos probos funcionarios, complicándoles la vida y el futuro, es un acierto sentarte al lado de este hombre y su paloma. Que ya no es que vaya a desvelar nada de tí, es que la leyenda urbana dice que ni siquiera se sabe quién es él, unos le llaman Gaudí, otros le dicen Clarín...

Y él, por suerte, no dice ni mu.
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