13/06/2017
 Actualizado a 19/09/2019
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A veces tenemos la tentación de dividir a la gente en buenos y malos, y eso puede resultar injusto, puesto que no hay nadie tan malo que no tenga algo de bueno, ni nadie tan bueno que no tenga algún fallo. No obstante, hay casos en los que la maldad está patente, personas que solamente buscan su propio interés egoísta, a las que no les importa enriquecerse a cualquier precio, a base de explotar al prójimo, que son violentas y no tienen escrúpulos en destruir vidas humanas. Otros, por el contrario, piensan más en los demás que en ellos mismos, e incluso están dispuestos a dar la propia vida para salvar a otros.

En los últimos días han sido noticia dos personas, buenas cristianas para más señas, que nos han dado un precioso ejemplo de entrega a los demás. Y no me refiero precisamente a Amancio Ortega con sus valiosas aportaciones en favor de la lucha contra el cáncer, que también son noticia.

Pensamos en primer lugar en Juan José Aguirre, obispo español en la República Centroafricana. Unos desalmados fueron a matar a varios cientos de musulmanes, fundamentalmente mujeres y niños, que hubieron de refugiarse en una mezquita. El Obispo se puso a la puerta para defenderlos, si bien los disparos alcanzaron a varios de sus acompañantes. Él se libró de milagro. Después acogió a esas personas en la catedral y en el Seminario. Puso en riesgo su vida para defender a otras personas de distinta religión.

Es inevitable recordar también ahora a Ignacio Echeverría, el ‘Héroe del Patinete’, que murió por defender a una mujer de los ataques de unos fanáticos. Católico practicante y convencido, tenía muy claro lo que es el amor al prójimo. Como éstos hay miles de héroes anónimos, que aunque no salgan en la tele, son personas buenas que tratan de llevar a la práctica esos valores evangélicos que el cristianismo se ha encargado de inculcar en sus seguidores, aunque no siempre se cumplan. Nada que ver con otras formas de entender la vida, que no respetan la vida, ni la libertad, ni la paz y que nos tienen realmente atemorizados.

Los franceses, pioneros en la defensa de la libertad, la igualdad y la fraternidad, olvidaron tal vez en su momento que estos principios eran fruto y herencia del humanismo cristiano y se inclinaron demasiado alegremente por un laicismo que bien podría parecer una forma de emanciparse de dicha herencia. Parece que ahora empiezan a ver las cosas de otra forma, conscientes de que el árbol no puede dar fruto si se le quitan las raíces. Cunda el ejemplo para los españoles.
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