Da fe de ello Antonio, más conocido como Toni, de 65 años, que se considera un ciudadano del mundo aunque su acento argentino le delata. Por “ciertas circunstancias” en las que no quiere profundizar, lleva viviendo en la calle desde hace cuatro meses, después de estar en el albergue municipal cuando llegó hace un año a Valladolid, aunque ya ha cumplido 17 años en España. “Duermo en el cajero de una entidad bancaria, que por un tema de publicidad no puedo decir su nombre”, cuenta entre risas a la Agencia Ical.
En una situación similar se encuentra el madrileño Hugo, de 45 años, quien también “por eventualidades” se encuentra en la calle, con una mochila como única pertenencia, después de haber vivido en una habitación de un piso subarrendado. “Pagaba el alquiler a las personas con quien compartía la vivienda, sin que lo supiera el propietario. Al final, me he visto en la calle después de que la dueña haya cambiado la cerradura y sin mis cosas”, relata. Desde entonces, vaga por la ciudad y duerme en la calle, sobre todo en cajeros, o en casa de algún amigo.
Hugo confiesa que “nunca” se había visto en una situación así ni pensó en verse en la calle. “Es muy duro”, asegura, además de recordar que al riesgo de sufrir un contagio de COVID-19 están sus problemas de salud, al ser diabético, haber padecido dos infartos y tener dificultades para acceder a su medicación. “En definitiva, un desastre por que está en juego mi vida”, sentencia.
Este joven está a la espera de cobrar la prestación del paro después de haber trabajado unos meses, pero, de momento, los 118 euros que le ha pagado el Servicio Público de Empleo Estatal (SEPE) no le dan para una vivienda. Además, tampoco puede acudir al albergue municipal, habilitado en La Victoria, después del brote de COVID-19 detectado en sus instalaciones que impide la entrada de nuevos usuarios.
"Alivio" con el toque de queda
Son dos ejemplos de las cerca de 40 personas que tiene controladas Cruz Roja en Valladolid, que recorre la ciudad con una ambulancia durante las noches para ofrecer una bebida caliente y mantas a los sin techo, que viven en portales, bajo los puentes, cajeros de bancos y lugares abandonados. El toque de queda, decretado a las 22 horas, ha supuesto, paradójicamente, un “alivio” ya que les ha permitido buscar la “invisibilidad” más temprano, con la posibilidad de refugiarse en un cajero o en un portal antes para descansar y dormir.
La visita de Ical al centro de Cáritas de José María Lacort también sirve para charlar con Luis Alberto, de 58 años, y su hermano José Ramón, ambos de Santander. Luis Alberto lleva 11 años en Valladolid, aunque los últimos dos años y medio estuvo en la Prisión de Villanubla, por delitos relacionados con atentado a la autoridad y peleas. Mientras encuentran un piso de alquiler, asegura que viven en casa de un amigo, aunque acuden a las instalaciones de la ONG para ducharse, asearse y tomar un café caliente. “Nos gusta estar tranquilos y que la vivienda esté limpia, algo que no ocurrió con la última persona con quien compartíamos casa”, precisa. Además, va al comedor social del Ayuntamiento desde hace dos meses, al igual que estuvo otra temporada hace cinco años. “No me da vergüenza pero lo peor es el mal ambiente, con gente que va borracha o a montar follones”, asevera. De momento, se apaña para vivir con los 430 euros al mes que recibe por el subisidio del SEPE para excarcelados. Pero, Luis Alberto subraya que lo quiere es trabajar, tal y como ha hecho en las últimas ocho vendimias en una bodega de la provincia. “He visitado todas las obras de la ciudad porque siempre me he dedicado al sector de la construcción en Cantabria aunque también he trabajado en el campo en Navarra”, explica.Toni y Luis Alberto coinciden en su deseo de encontrar un empleo para no tener que depender de ayudas. La irrupción de la pandemia del coronavirus a finales de marzo paralizó la formación que recibían. En el caso del argentino era un curso del Ecyl de operador sociosanitario y en el caso del cántabro, uno de Aclad (Asociación de ayuda al drogodependiente), tras lograr desengancharse de la cocaína.Pasar de 240 a 35 cafésEl centro de atención a personas sin hogar de Cáritas Valladolid está abierto, en la actualidad, de lunes a jueves con dos turnos de ducha y desayunos. A diario, desde su reapertura a principios de noviembre, acuden unas 15 personas al aseo y 35 a tomar un café caliente para combatir el frío de estas fechas. La crisis sanitaria del COVID-19 ha supuesto un impacto brutal en la actividad de estas instalaciones porque en ese lugar, en tiempos normales, ya se han llegado a servir 240 cafés por la mañana, tal y como apunta Salu a Ical, una voluntaria que lleva 18 años en el comedor. Se refiere a las personas sin hogar o sin una vivienda digna que acuden al centro como sus “niños” y reconoce que aprende mucho de ellos, por que tienen el denominador común de haber tenido una vida difícil y llena de obstáculos. Precisa que la mayor parte procede de familias desestructuradas aunque también hay problemas de salud mental, alcohol y drogas. “La calle quema y mata a la gente”, sentencia. Es por ello que Salu valora la importancia de organizaciones como Cáritas y centros como el de José María Lacort para estar con los sin techo y escucharles. “Aquí, sirvo cafés pero también hago de psicóloga”, añade.No en vano, esta veterana voluntaria reconoce que si ha habido algo positivo de esta pandemia es que, ahora, al existir una limitación diaria de usuarios y estar todo más controlado, hay más tiempo para hablar, conocer sus problemas y tratar de ayudarles. Y es que precisa que hay gente que consigue salir adelante, ha rehecho su vida, ha encontrado un empleo y abandonado la calle.Potenciar el trabajoEn el mismo sentido, se pronuncia el educador social del centro de Cáritas Alberto Díez, quien asegura que el menor número de personas en las instalaciones permite “potenciar” el trabajo que venían haciendo con este colectivo. “Como Cáritas, no podemos permitir que el miedo nos pare y hay que dar sentido a nuestra labor de mediación, ayudar a las gestiones administrativas y favorecer su formación o la búsqueda de un empleo”, manifiesta. Y es que la mayor parte de las personas que pasan por el centro reciben ayudas, aunque algunos han solicitado el Ingreso Mínimo Vital.Otros voluntarios son Ángel y Noemí, que atienden la lavandería los martes y jueves por la mañana. Un servicio que permite que las personas que acudan a ducharse pueden dejar su ropa sucio para que, a los dos días, puedan recogerla limpia. El COVID-19 ha obligado a cerrar el ropero pero, aún eso, Cáritas proporciona ropa interior y calcetines nuevos. “La gente que viene al centro es amable, agradecen este servicio y aprovechamos para charlar un rato con ellos”, apuntan.
La ONG vinculada a la Iglesia trata, en la medida de lo posible, de recuperar cierta normalidad y desde el pasado viernes, se ha retomado la peluquería. Además, la previsión es que, a partir del Puente de la Constitución, el centro de José María Lacort abra también los viernes, los fines de semanas y los días festivos, tal y como solía ocurrir otros inviernos. Además, Cáritas mantiene abierto el centro de la parroquia La Milagrosa, en el barrio de Las Delicias, para atender a las personas sin hogar con un mayor deterioro al llevar muchos años en la calle y problemas mentales, que requieren de una atención más personalizada. En este lugar, se ofrece comida a unas diez personas cada día.
Evitar contagios
El excoordinador y el actual responsable del programa de personas sin hogar, Juan Alonso y Alberto Moro, respectivamente, coinciden en la idea que una de las prioridades del centro es evitar contagios, de ahí las citas por horas, ya que es necesaria la limpieza y desinfección de la ducha después de cada uso o no compartir mesa durante el desayuno. “Por temas de protocolo, las diez personas que coinciden aquí solo pueden estar aquí una hora. No nos podemos permitir que haya un brote y tengamos que cerrar todo”, expone Alonso. Eso supondría que los sin techo dejarían de contar con un recurso imprescindible para su supervivencia.