Vuelta a la más descarnada realidad. Tras unas semanas embriagados por el espíritu navideño que ha provocado una especie de amnesia colectiva, volvemos a estar a solas con el enemigo íntimo que nos acompaña desde hace meses. Todo ha finalizado con el adiós a los Reyes. Como hay mentes calenturientas, es preciso especificar que me refiero a los de Oriente, no a los de la Zarzuela. Aunque en esta ocasión y paradójicamente, un Borbón les estará esperando en su vuelta a casa. Acepto el debate sobre si la sangre es suficiente o no para heredar un trono, pero lo que está claro es que Juan Carlos I, al que también se le podría conocer en la actualidad como el cuarto rey mago de Oriente, estaba predestinado a reinar. Es la única explicación que encuentro a que viera la luz por primera vez precisamente el 5 de enero.
Indudablemente, las Navidades han estado condicionadas por la Covid-19, salvo para no pocos desalmados que han dado muestra de su idiotez sublime, participando en fiestas masivas clandestinas. Pero como siempre me gusta quedarme con el lado positivo de las cosas, la pandemia ha evitado el cada vez más bochornoso espectáculo de las cabalgatas de Reyes. Éstas han ido travistiéndose de tal manera, que, en ocasiones, son difíciles de diferenciar de las de Carnaval. Entiendo que los más pequeños aguantan todo, pero los que conocimos las cabalgatas de antaño, somos testigos de un espectáculo que a veces parece ideado por el propio Grinch. Los pastores y otros personajes tradicionales han sido víctimas de un ERE y en su lugar se han hecho contratos temporales a piratas, princesas y diversos personajes de Disney, dando lugar a un descarado intrusismo laboral. De momento sobreviven los tres Reyes, aunque en algunas ciudades ni eso, pero parecen invitados de compromiso. No se extrañen que, en un corto espacio de tiempo, quizás acaben también en la cola del Inem.
Este año el regalo más esperado nos lo trajeron Pfizer y Biontech. Con un 2020 tan aciago parecía que le despedíamos con cierto buen sabor de boca y optimismo tras la llegada de la tan ansiada vacuna, pero al final parece haber sido un espejismo. Llevamos meses esperando el líquido mágico que inyectar en nuestro cuerpo para hacernos más fuertes ante la Covid-19 y resulta que cuando lo tenemos en nuestras manos, no somos capaces de introducirlo en el organismo de los más vulnerables a la velocidad que requiere la situación.
Vale que la Covid-19 nos pilló a todos con el pie cambiado y supuestamente, insisto supuestamente, llegó a nuestras vidas sin avisar. Pero el desarrollo y fabricación de las vacunas ha sido un tema recurrente durante los últimos meses. Creo haber escuchado a algún tocayo mío que el plan de vacunación sería único para todo el territorio y que España contaba con una gran logística que garantizaba su distribución. Y fíjense por cuanto, resulta que ahora para justificar el deplorable ritmo de vacunación inicial se esgrimen, entre otros aspectos, problemas logísticos y que al ser días festivos muchos profesionales sanitarios están de vacaciones. Juzguen ustedes mismos, pero a mí me parecen un insulto. Al igual que me parecen inaceptables las diferencias existentes entre comunidades. ¿Cómo podemos aceptar que por ejemplo en la primera semana Asturias haya utilizado más del 80% de las vacunas recibidas y Madrid sólo el 6%? Los ‘hooligans’ de uno y otro espectro político buscarán excusas baratas para no reconocer la nefasta gestión de los suyos, a la vez que señalarán con su dedo inquisidor a los otros. Y mientras tanto, nuestra sociedad seguirá enfermando y la cifra de fallecidos no detendrá su avance. No se me ocurre mejor manera posible de empezar un nuevo año.
De Reyes y vacunas
07/01/2021
Actualizado a
07/01/2021
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