Crónica de una aventura por los montes del Sil

Por Arsenio Terrón

24/03/2022
 Actualizado a 24/03/2022
Un instante de la carrera Alto Sil celebrada el fin de semana. | GASPAR LUNA
Un instante de la carrera Alto Sil celebrada el fin de semana. | GASPAR LUNA
Estábamos ya en el kilómetro 26 de la carrera del Alto Sil, mítica carrera de montaña en el programa anual de la amplia oferta nacional. Habíamos madrugado para estar preparados a la hora en que la cita con nuestro destino para las próximas horas nos estaba aguardando. Al poco de aparecer el número 6 en los dígitos de mi reloj ya se empiezan a escuchar los primeros ruidos de los más madrugadores. Nueve compañeros compartimos casa en pueblo de montaña, próximo al lugar de inicio de la carrera. A las 7 a.m. ya estamos todos sentados en torno a la mesa de la vieja de cocina de carbón (ahora sólo un recuerdo del pasado) con café y tostada bañada por aceite de oliva. Se notan las primeras risas nerviosas que adelantan la salida hacia el punto de partida. Todos preparados, zapatillas de tacos y chaleco de trail-runing con las reservas de agua cargadas y los bastones a punto. La mañana ha amanecido con temperatura fría pero agradable, ideal para correr, además el cielo está tamizado por una maraña de nubes que van a favorecer nuestra carrera al filtrar los rayos que bien pudieran calentar en demasía a lo largo de las más de 5 horas de correr por montaña que nos esperan.

Llegados a Santa Cruz del Sil comenzamos a saludar a los primeros compañeros a los que tantas veces hemos visto en otras tantas carreras y con los que hemos compartidos muchos otros momentos por las montañas leonesas. Abrazos y charla para olvidar ese gusanillo que lleva algunas horas corriendo por nuestro estómago. Últimas atenciones a la equipación para que no nos falte de nada esencial a lo largo del recorrido.

Faltan 5 minutos para las 9 a.m. y ya estamos todos en el cajón de salida. Ánimos, bromas, nervios, todo se mezcla con la euforia del momento. Ya sólo nos queda escuchar el pistoletazo de salida y damos inicio a la carrera. Comenzamos con una subida fuerte de casi 4 kilómetros. Como estamos frescos la hacemos con ligereza y vamos ocupando posiciones en la cola del pelotón, no los últimos pero si de los de atrás, es decir, estamos en nuestro lugar. Nuestro objetivo es competir sólo contra nosotros mismos. Sabemos que vamos a sufrir, y mucho, pero aún así salimos a hacerlo lo mejor que podamos. Desde ese momento damos comienzo a un tobogán infernal. Para arriba, para abajo, para arriba muy muy vertical, para abajo también muy vertical y peligroso, para abajo tranquilos. Llegamos a Páramo del Sil donde un número importante de gente se vuelca en animarnos a todos, a los buenos, a los mejores, incluso a nosotros. Desde ahí seguimos para arriba durante más de 7 kilómetros, fuertes pero asumibles con cierta facilidad. La Campona inhóspita nos recibe con un gran viento que dificulta nuestra carrera (¿o será ya el cansancio y la fatiga muscular acumulada?). Estamos en el punto más alto del trazado. De nuevo nos espera una bajada constante hasta un pueblo de cuento de hadas (Primout) en franco abandono pero lleno de esa belleza que tiene lo casi olvidado. Desde ahí correremos durante los próximos 4 kilómetros más por agua que por tierra, hasta el punto en que debemos atravesar el río en dos ocasiones (este año no trae demasiada agua y no es necesario el auxilio de cuerdas). Tras atravesarlo por segunda vez nos enfrentamos con la gran dificultad del día. Nos espera un gran muro casi vertical que desafía nuestras fuerzas en el tramo final del camino. Aparecen los primeros calambres musculares por lo que habrá que extremar las precauciones para evitar cualquier contratiempo o lesión. Subimos formando una auténtica serpiente multicolor, paso a paso, peldaño a peldaño, sin descanso, casi sin aliento, con fuerte viento llegamos al tramo final. Es aquí donde mi compañero más próximo me hace la fatídica pregunta: ¿por qué hacemos esto? Y a mi no me queda más remedio que responderle que no lo sé, pero que quizás no sea importante la respuesta si no el hecho de estar allí. Hemos decidido afrontar este reto tan complicado, en equipo y hemos corrido y sufrido como tal. Todos juntos. Dando ánimos y aliento a quien en cada momento lo necesitaba. En ocasiones simplemente con una mirada cómplice, con una sonrisa, con un contacto, incluso con un abrazo que, en ocasiones, se hacía necesario e indispensable. Nuestra fortaleza son nuestras piernas y nuestro ritmo cardiaco adaptado al sobreesfuerzo que supone para nuestros cuerpos la dificultad orográfica a la que nos estamos enfrentando; pero sobre todo nuestra fuerza radica en la formación de un grupo que se mantiene unido y estable en el sufrimiento y el disfrute que, tanto el que hace la pregunta como yo que la recibo, estamos seguros que tendremos al final del camino, donde nos están esperando nuestros compañeros que por estar lesionados simplemente han venido para darnos apoyo durante la carrera, y a disfrutar y sufrir con nosotros en cada parte del recorrido. Ellos no corren en esta ocasión pero lo viven como si sí lo hicieran.

Desde la cumbre del Pico Negro damos comienzo a los últimos 6 kilómetros de bajada, al principio liviana y finalmente muy pronunciada y difícil, pero con el aliciente de correr por un bellísimo robledal desnudo de hojas en estas últimas horas del invierno. Ya vemos las casas del pueblo y nuestro reloj marca el kilómetro 33, como tantas otras veces nos van a regalar un poquito más de distancia para demostrarnos que siempre hay que guardar fuerzas porque es muy posible que la carrera se alargue más allá de lo pautado por la organización. Ahí también radica su belleza. Los últimos 300 metros son de una dureza extrema pero los hacemos sin dificultad, incluso sonriendo, porque ya sentimos los ánimos de la gente que en número importante se ha acercado a Santa Cruz del Sil para recibir a todos los corredores, desde el primero hasta el último. Detrás de nosotros aún viene un número importante de corredores, y es seguro que también ellos serán recibidos con entusiasmo por los lugareños que ven como durante tres días su calles y montes se llenan de gentes venidas desde todos los puntos del país.

¿Por qué nos hemos juntado más de 1000 corredores, de todas las edades, de todos los lugares, para venir a correr por los montes del Sil?, yo no tengo la respuesta, quizás ustedes si sean capaces de responderlo. En cualquier caso, creo, lo importante es que hemos venido a correr por un territorio que algunos ya conocíamos pero que para la gran mayoría era desconocido. Pero sobre todo es importante recordar que muchos de ellos volverán una o más veces, que devolverán al territorio y a sus gentes parte de lo que han recibido. Llevar grabado en sus retinas algunas de las imágenes que se disfrutan durante esta carrera es la mejor campaña de publicidad, y la más barata, que se puede hacer para difundir la belleza de estas tierras que por ser duras, difíciles, a veces inhóspitas, han forjado el carácter de sus gentes y los ha tallado sobre la madera de los viejos castaños del lugar, capaces de aguantar los avatares del tiempo y del clima, aunque muchos van cayendo ante el ataque de un diminuto e invisible enemigo.

Al final, nosotros, corremos porque queremos, porque sabemos que al hacerlo nos sentimos más fuertes y convencidos de que seremos capaces de afrontar otros retos igual de duros en nuestra vida diaria. Seguro que hay otras formas de enfrentarse a esas dificultades cotidianas, pero déjennos que nosotros lo hagamos a nuestra manera, ni mejor ni peor que la suya, simplemente diferente. Corremos porque al hacerlo nos sentimos más libres.

Mientras tanto, déjenme decirles que si quieren, nos encontraremos pronto en otro monte, en otro lugar, siempre dispuestos a sufrir y a disfrutar de la extraordinaria belleza de las montañas leonesas.
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