El leonés que emuló a Cristobal Colón

José Luis Conty recorre en un catamarán durante un mes el trayecto entre Cádiz y el Caribe pasando por Cabo Verde / «Durante 18 días no vimos a nadie»

Jesús Coca Aguilera
24/02/2015
 Actualizado a 19/09/2019
Hace 516 años, Cristobal Colón comenzaba su tercer viaje transoceánico, que salía de Cadiz, se desviaba en Canarias rumbo a Cabo Verde y acababa llegando finalmente al Caribe. Un viaje histórico que los amantes de la navegación sueñan con emular. Un sueño que, en este inicio de 2015, ha conseguido cumplir un leonés: José Luis Conty.

A bordo de un catamarán y con otras cuatro personas a bordo, ha surcado el Atlántico recorriendo más de 3.300 millas, casi 5.500 kilómetros, en una aventura que duró 30 días y que sin duda ha sido «inolvidable».

Una ilusión cumplida para este médico deportivo de 57 años, aficionado al esquí y el judo y que trabaja en el Ayuntamiento de León, que lleva navegando desde que era adolescente y que, tras superar una artrosis de cadera, pensó «ahora que estoy bien, voy aprovechar». Dicho y hecho. Contactó con otras cuatro personas y se dispuso a preparar ‘el gran viaje’, pues «atravesar el Atlántico es una meta que cualquier navegante de cruceros tiene».

Cinco personas componían la expedición, que jugaba a la pocha en las horas de ocio y se pasó un día entero jugando con una cría de ballena Así, el 23 de diciembre de 2014 salían de Cádiz rumbo a Canarias, llegando tras cuatro días y medio de trayecto a Lanzarote, donde repusieron comida fresca para lo que venía por delante y se dirigieron a Cabo Verde, llegando allí tras siete días «con mucho viento del este, del desierto, muy traicionero y que nos llenó el barco de arena». Ahí pararon otras dos jornadas para aprovisionarse, iniciando el tramo final hasta el Caribe, previsto para unos 12 o 14 días y para el que finalmente necesitaron 18 «ya que los últimos días los pasamos casi parados sin viento», antes de arribar en la Isla de San Martín, al norte de las Antillas, donde le esperaba su mujer y 10 largos días de ocio y descanso navegando por las islas cercanas.

Fin a un viaje lleno de anécdotas, dificultades y sobre todo paz y satisfacción. De hecho, si tuviera que elegir algo en concreto, Conty no duda que se «quedaría con las noches haciendo guardia. El estar solo en el barco, arriba del todo, que no ves nada y no hay ni una luz ni nada alrededor». Y es que, aunque entre Canarias y Cabo Verde sí que se cruzaban «un par de barcos al día», en el segundo tramo del viaje se pasaron «dos semanas sin ver absolutamente a nadie, ni un barco, ni un avión ni nada».

«Nos encontramos vientos de hasta 100 km/hora y olas de entre 6 y 8 metros que te subían como un ascensor y bajaban como un tobogán» Una circunstancia que hace que «en un viaje así uno se conozca mucho mejor porque da mucho tiempo para pensar». Mucho tiempo de soledad y reflexión que le gusta a José Luis, que de hecho es autor de una novela, ‘Los caminos del agua’, uno de cuyos personajeses un chico que va a dar la vuelta al mundo en un barco de vela, y que recuerda «cómo puedes ver todas las estrellas posibles, ya que no hay ningún obstáculo para ello, eso es algo incomparable».

Aunque, por supuesto, en un viaje así no todo es placer. Así, Conty explica que «la navegación es algo por un lado muy complicado y por otro muy sencillo. Lo que cualquier navegante intenta hacer, ya sea en la Copa América o en una travesía como ésta, es aprovechar el viente de la forma más favorable para la navegación y para eso hay que colocar las velas. Todo eso se hace según la forma de aflojar, de tirar, de atar distintos cabos que son los que gobiernan las velas...».

Y en un trayecto de este calibre... ¿hay momentos complicados o incluso de miedo?. Pues este leonés explica que para él en concreto «no, porque estoy acostumbrado a navegar en el Cantábrico que es muy duro y parecido al Atlántico»; y cuenta cómo «hubo muchos días de vientos de 80 kilómetros por hora e incluso uno en que pasamos de los 100;y olas que llegaron a ser constantemente de entre los seis y los ocho metros».

Olas enormes con las que «el barco sufre, cruje de una manera tremenda. Estás esperando las olas, las ves venir por la popa y cuando te sube es como en un ascensor y al descender como un tobogán. Llegamos a alcanzar los 19 nudos en uno de esos descensos, pero eso al navegante le gusta, dentro de un límite no le tienes miedo».

Mil y una anécdotas


Particularidades de una aventura en la que brillan de forma especial las pequeñas cosas y detalles. Como la pesca, «que fue muy divertida, pescamos atunes, dorados... ver conseguir esos peces de 10 o 12 kilos es curioso»; la pocha, juego de cartas con el que «pasábamos los ratos de descanso cuando podíamos»,el vermú que se tomaban «los domingos, para fijar un poco la semana porque acabas no sabiendo qué día es»; o la circunstancia de tener que pasar «nochebuena y nochevieja en el barco, que nos coincidieron en dos días muy complicados que hicieron que a las 10 estuviéramos en la cama, aunque las uvas sí las tomamos con una cucharilla dando en un plato para simular las campanadas».

Además, el contacto con la vida marina hizo que no sólo estuvieran «constantemente nadando o rodeados de tortugas y delfines»; sino que uno de los momentos «más especiales» fuera «un día casi entero que nos pasamos jugando con una cría de ballena. Se acercaba al barco, pasaba por debajo, se giraba mostrándonos su costado... recuerdo que cogimos el palo de una fregona, lo metíamos debajo del agua y soplábamos susurrando o cantando y volvía... fue algo a recordar».

Estampas de un viaje muy difícil de superar. Aunque, para intentarlo, Conty sabe cual sería el nuevo reto: «Cruzar el Pacífico, llegar hasta Australia o la Polinesia francesa». Vaya, cumplir así los dos grandes sueños de un navegante.
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