Contra diez, una vez más, comenzó el hundimiento. Entraron en juego los estados de ánimo. El Elche demostró el por qué de su imparable escalada en la tabla; la Ponferradina, una fragilidad extrema. Un simple soplido bastó para que los de Manolo Díaz se derrumbaran como un castillo de naipes. Tras una primera parte en la que salvo un par de despistes, se vio a un equipo recuperado para la causa y capaz de crear ocasiones de gol, la inferioridad numérica del Elche abrió la caja de Pandora.
La portería se hizo pequeña, los ilicitanos gigantes. ¿El resultado? Los de Rubén Baraja olieron la sangre, empezaron a buscar la espalda de una defensa condicionada por la amonestaciones y de la nada se llevaron los tres puntos, gracias eso sí, a un fallo garrafal de Santamaría que no desaprovechó Sergio León para prolongar la agonía que deja a la Deportiva a solo cuatro puntos del descenso.
Equilibio y ambición
La falta de recursos para dar la estocada a un equipo con diez contrastó con la mejoría que los bercianos mostraron en la primera mitad. La Deportiva comenzó el partido con un descaro que parecía olvidado. La pausa de Andy, haciendo las veces de tercer central, ofrecía una salida de balón nítida a pesar de la intensa presión de los alicantinos. Lo agradeció Basha, que liberado de corsés defensivos se convirtió en el pegamento que evitaba que el equipo se partiera en dos y el enlace con una línea ofensiva a la que regresaba Yuri.
De la cabeza del brasileño nacía el primer acercamiento de los de Manolo Díaz. El ariete peinaba lo justo un balón aéreo para encontrar a Melero, que se hacía un lío en la frontal y no lograba conectar en condiciones con Acorán para meter el miedo en el cuerpo del Martínez Valero.
Fueron las caras nuevas las que dieron el do de pecho. Andy hacía y deshacía a su antojo en el centro del campo. Yuri, aún lejos del área, conseguía zafarse de la vigilancia de los centrales y creaba peligro desde la banda. Sin embargo, el auténtico revulsivo de la Deportiva en Elche fue Samuel Camille. El francés, ‘víctima’ de la excelente temporada de Casado, había quedado en un segundo plano y aprovechó la oportunidad para reivindicarse.
Tras un par de cabalgadas que no tuvieron premio, el lateral se inventó una jugada que tuvo un injusto final. El carrilero encaraba a Javi Jiménez tras zafarse de dos jugadores franjiverdes por velocidad y esquivaba la salida del guardameta, dejando el balón en bandeja a Yuri, que se confiaba en exceso y veía como la defensa del Elche le rebañaba el balón en el último momento. Se durmió el delantero. También Munuera, que no vio como inmediatamente después el brasileño era placado cuando trataba volver a alcanzar la pelota.
La actuación del colegiado andaluz no dejó contentos ni a unos ni a otros. El primer acto terminaba con Santamaría ganándole un mano a mano a Sergio León, que se quedaba con ganas de afianzarse en el ‘pichichi’; el segundo arrancaba con protagonismo renovado para el trencilla.
Peor contra diez
La Deportiva jugó durante los segundos cuarenta y cinco minutos con un hombre más después de que Pelayo viera la segunda amarilla por un agarrón a Melero. Antón se encontraba con el poste en el mismo saque de falta y hacía presagiar un monólogo que nunca llegó.
El conjunto berciano volvió a estrellarse contra diez. El Elche no se descompuso, es más, se gustó. Con los de Manolo Díaz obligados a llevar la voz cantante tanto por la superioridad numérica como por la necesidad de sumar de tres en tres, los ilicitanos llegaban con facilidad al área de Santamaría, la misma con la que resistían las previsibles acometidas de un ataque sin imaginación. Y eso que no faltó artillería. La Deportiva terminó con Yuri y Djorjdevic juntos en el terreno de juego, pero la dupla no consiguió poner fin a la sequía -tres partidos lleva el equipo blanquiazul sin ver portería-.
Más fino anduvo Sergio León. El máximo goleador de la Liga Adelante estaba donde tenía que estar para castigar una mala salida de Santamaría, otra vez inseguro en los balones aéreos, que dio tres puntos de oro al Elche y la puntilla a la Ponferradina, que empieza a pedir a gritos una revolución ya sea en el césped o en el banquillo, para no verse metida definitivamente en la pelea por eludir el descenso a Segunda División B.