Fallece Manuel Portomeñe, alma máter del León Club y un clásico del fútbol leonés

Entrenó al filial de la Cultural y luego fundó uno de los clubes míticos de la base, al que ‘mimó’ al máximo haciendo horas y horas con sus chicos en el CHF

Jesús Coca Aguilera
30/12/2014
 Actualizado a 18/09/2019
Portomeñe, con una placa entre el ahora portero de la Cultural Diego Calzado y el ex presidente también fallecido Mateo, durante la celebración con uno de sus equipos,
Portomeñe, con una placa entre el ahora portero de la Cultural Diego Calzado y el ex presidente también fallecido Mateo, durante la celebración con uno de sus equipos,
Durante muchos años, a Manuel Portomeñe sólo le faltaba dormir en el CHF. Cuando llegaban los primeros niños de su León Club a primera hora de la tarde a entrenar, él ya estaba allí. Cuando se iban los últimos, normalmente los mayores siendo la noche ya cerrada, él no se había ido.

¿Vivirá aquí? Se preguntaban muchos de sus jóvenes pupilos entre bromas. Y es que vivir no, pero horas leechaba ‘de narices’. Para él, realmente era como estar con su familia. El León Club no dejaba de ser su hijo, ése que contribuyó a crear hace ahora 30 años.

Gallego de nacimiento, se asentó en León y echó raíces aquí. Y, dada su pasión por el fútbol, eso fue sinónimo de ser protagonista en el desarrollo del mismo en esta ciudad. Estuvo en la Cultural, donde entrenó por ejemplo al filial, y ante los problemas que atravesaba el equipo capitalino fue uno de los que se decidió a crear un nuevo conjunto que pudiera suplirle si finalmente desaparecía como se temía.

Afortunadamente nunca lo hizo, pero aunque su primer fin no fue necesario, el León Club pasó a convertirse en una fábrica de chavales. En un clásico por el que miles de niños pasaban. En un equipo que casi todos conocían, bien por jugar, bien por conocer a alguien que lo hacía, bien por enfrentarse a él. Y que, prácticamente todo el mundo, relacionaba con Portomeñe. Pasó a tener este gallego ya no un hijo, sino cientos. Daba igual que hubiera más de 200 jugadores entre todos los equipos. Se sabía todos los nombres, daba consejos a todo el mundo, se preocupaba por ellos y por lo que podían necesitar.

Cuando un equipo salía fuera de León, a un partido o un torneo, aunque en el autobús fuera más gente del club o padres de jugadores, él siempre quería comer mezclado con los chicos. Cuando se ganaba un campeonato, pocos habían que lo celebraran más que él, llegando alguna vez a escapárseles esas lágrimas que acudía siempre el primero a sofocar cuando estaban en los ojos de esos jóvenes que con apenas 10 años podían pensar que perder aquel partido o fallar aquella ocasión era una de las peores tragedias de mundo.

Tenía su carácter, por supuesto.¿Quién no le recuerda brazos en alto gritando desde la valla: ‘tranquilos, tranquilos’ si se daban dos pelotazos seguidos? Pero era todo fachada. Por dentro, era aquel que cuando uno de sus chicos se rompió el bazo hizo horas junto a él en el hospital y movió ‘cielo y tierra’ para conseguir que José María García le entrevistara; o el que ejercía de padre, entrenador, psicólogo, médico o lo que hiciera falta.

Hoy, el fútbol leonés llora su pérdida. La edad no perdona y ya en los últimos años le había obligado a que su pelea no fuera un León Club que tuvo que dejar de lado. Y este lunes, a los 87 años, dijo adiós. Falleció un clásico de la base al que esta tarde, a las cuatro en la Iglesia de San Froilán, se dará el último adiós. Descanse en paz.
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