El Tenerife supo leer un partido que a la Ponferradina se le atascó desde la tapa. Renunció a cualquier combinación a ras de suelo y buscó en jugadas de estrategia y balones aéreos un premio que encontró a diez minutos del final, confirmando el mal momento de los bercianos, que han sumado un punto de los últimos doce posibles y han pasado de dormir en la cuarta plaza a vagar por la zona media de la tabla (12º) justo antes de afrontar dos salidas complicadas -Girona y Elche- que pueden meter a los de Manolo Díaz en un lío.
Las apariencias engañan
Al menos se pudo ‘jugar’. El césped del Toralín resistió lo suficiente como para que Figueroa Vázquez diera el visto bueno a la celebración de un partido que de fútbol iba a tener poco. Solo el centro del campo concedía cierto margen a la imaginación. ¿El resto? Sálvese quien pueda. A los extremos les tocó bailar con la más fea durante la primera parte en una banda por la que el balón apenas rodaba.
Y es que la buena impresión -teniendo en cuenta el diluvio- que presentaba el terreno de juego fue una ilusión que se desvaneció a las primeras de cambio, lo que tardaron Djordjevic y Carlos Ruiz en irse al suelo por un balón que parecía tener vida propia nada más sacar de centro.
Pero a la Deportiva le costó cambiar su hoja de ruta. Ni que parte del Toralín fuera navegable para embarcaciones de pequeña eslora -siguiendo con la metáfora marítima- hizo que el conjunto berciano renunciara el balón. ¿El resultado? Carreras infructuosas, pases que quedaban a mitad de camino, aventuras individuales que no llegaban a puerto.
Tampoco acompañó el planteamiento de Manolo Díaz, probablemente el primer damnificado por el mal estado del césped. El madrileño apostó por Acorán y Antón, dos futbolistas que sufren sin el balón. El primero puso voluntad; al segundo ni se le vio.
Mejor se desenvolvió Djordjevic. El montenegrino fue el que mejor se adaptó al aguacero y el único que fue capaz de domar el esférico, aunque la falta de socios -Berrocal no dio la talla en un partido que le iba como anillo al dedo- castigó su juego y su esfuerzo a lo largo de los noventa minutos.
Santamaría, salvador
El cancerbero navarro evitó que el Tenerife dejara sentenciado el choque al descanso. Santamaría compensó su falta de autoridad en los balones aéreos derrochando reflejos para desviar un remate a bocajarro a la salida de un córner. Los de Pep Martí lo tuvieron claro. Saque y volea, un pragmatismo que les permitió vivir un primer acto más que cómodo, aprovechando las dudas y la indecisión de la Deportiva, incapaz de tirar a puerta.
Las fuerzas se igualaron tras el paso por vestuarios. Los blanquiazules se lanzaron a la piscina y comenzaron a llevar la voz cantante. Pero las ocasiones seguían sin llegar. Y como de perdidos al río, Díaz trato de revolucionar el partido dando a entrada a Jebor en lugar del desaparecido Antón, una plegaria al ‘otro’ fútbol, ese que a los bercianos les cuesta entender.
El liberiano, de todo menos ortodoxo con el balón, se movió como pez en el agua y de su brega creció la Deportiva. Faltaron las ocasiones. Y eso que con bien poco, Acorán rozó el tanto. Un disparo del canario que se envenenó tras rozar en un defensa fue el triste bagaje ofensivo de los de Díaz.
De nada sirvió el asedio. El Tenerife, que apenas había hecho acto de presencia en las inmediaciones de Santamaría durante todo el segundo acto, se llevó el gato al agua gracias al descaro de Nano, que de la nada, sacó un latigazo que sorprendía al guardameta navarro, mal colocado, y ponía por delante a los canarios sin tiempo para reaccionar.
Las prisas son malas consejeras. La Deportiva intentó hacer en diez minutos lo que no había conseguido en ochenta y los de Pep Martí tuvieron un final de partido sin sobresaltos a pesar de las estrecheces del resultado.
La derrota no altera la situación del conjunto blanquiazul en la tabla, pero prolonga la sequía goleadora en su estadio -segundo partido consecutivo seguido sin marcar- con Yuri de nuevo sin jugar un minuto.