Las últimas jornadas de las ligas son sin duda uno de esos días en los que el deporte, y en este caso el fútbol, muestran su cara más intensa.
Más que una final, más que un partido en el que solo dos son los contendientes, un final de liga permite que un equipo y su afición no jueguen y sufran solo por lo que hacen sobre el césped, sino que tengan un ojo puesto en varios estadios, algo que añade la emoción del deporte más puro.
Ayer la Deportiva no solo jugaba en El Toralín, también lo hacía en Zorrilla y en el Arcángel. Una superficie de miles de kilómetros cuadrados de norte a sur del país con sufrimiento repartido con un único objetivo: evitar la plaza de descenso al infierno de la Segunda División B.
A Almería, Mallorca y Ponferrada les unía ayer el miedo al abismo, si bien es cierto que la afición blanquiazul fue la que más reconfortada lo afrontó al poder hacerlo en compañía siendo el único de los tres en liza que jugaba en casa.
El Toralín respondió como se debe a una gran cita y la afición tiño de blanquiazul los alrededores del estadio y la ciudad en las horas previas.
Con los ojos en el césped y el oído en el transistor (o esperando una vibración del móvil con noticias sobre un gol en los otros campos, cosas del cambio tecnológico) la afición llenó casi hasta la bandera su feudo con una pequeña representación de afición gerundense esperando vivir cómo su equipo se metía nada menos que en la lucha por estar la próxima temporada en Primera División.
Lo cierto es que si bien en el campo los fieles de la Deportiva no pudieron ir más allá del «¡uy!» tanto a favor como en contra, el gol de Justo Villar para el Valladolid atronó en el Toralín como si de Zorrilla se tratase.
Los minutos pasaban y tanto Ponferradina como Girona veían cumplirse sus objetivos sin ser capaces de mover su propio marcador. En ese clima, un silencio más largo de lo normal en la grada solo podía significar una cosa: el Mallorca lograba el empate. La cosa no iba a peor hasta unos pocos minutos después. El Toralín enmudecía con el gol del Almería en Córdoba. Un gol del Girona o del Mallorca mandaba a los bercianos a la categoría de bronce.
El tiempo hasta que el árbitro pitó el descanso dejaba la tensión flotando en El Toralín y solo entorpecida por los gritos de «¡Deportiva, Deportiva¡». Sin embargo, el tanto de Brandon para el Mallorca al borde del descanso hacía que la grada se llevara las manos a la cabeza. Los bercianos afrontaban los 15 minutos de descanso momentáneamente en Segunda B.
«¡No dependemos de nadie, depende de tí Toralín, depende de tí Deportiva!». La megafonía recordaba antes de iniciarse el segundo tiempo que por mucho que todo pintase negro, los blanquiazules tenían a un gol la salvación, aunque eso sí, el Girona salía al campo sabiendo que a ellos el empate o la derrota les dejaba también fuera de la fase de ascenso. Las cartas estaban descubiertas.
La ausencia de goles en el primer tramo de partido permitía a todo el mundo centrarse en lo que ocurría sobre el césped, si bien una cosa cambiaba de manera drástica el escenario para el equipo visitante, al que le pasaba a valer el empate para lograr su objetivo con todo por decidirse con un cuarto de hora por delante.
Jugarse una temporada en ese periodo de tiempo es sin duda una manera de perder años de vida, y así lo sintió la grada, que contuvo el aliento con la espectacular parada de Santamaría.
La grada pasó a entonar entonces uno de los cánticos más gafes del mundo del deporte. Cuenten las veces que una afición cantó aquello del «¡Sí se puede!» y no se pudo. Tomás Nistal era invadido por el espíritu del cholismo e intentaba levantar a una grada a la que no le quedaban uñas que morderse.
La sombra, al igual que la noche, caían sobre El Toralín y eran presagio de la peor de las noticias. Un contraataque dejaba a Cristian solo para que el Girona pusiera el 0-1 y ahora sí, convirtiese el estadio en una auténtica tumba.
Fue el momento de acordarse de los que no están y el nombre de Yuri era coreado por parte de la afición. La permanencia era cuestión de un milagro y absolutamente nadie era ajeno a ello. Los menos comenzaron a desfilar por las escaleras sabiendo que la fe no mueve montañas.
El árbitro pitó para confirmar que la Ponferradina no era capaz de superar un coma en el que llevaba exactamente 47 (más quince minutos).
Ponferradina - Girona, la contracrónica: 'Una hora de coma irreversible'
La Ponferradina pasó por vestuarios en descenso y no consiguió salir de él en la que se convirtió en la hora más larga para la grada de El Toralín
05/06/2016
Actualizado a
10/09/2019
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