Cuando me preguntaban qué tal fue el viaje a Orense de hace dos semanas siempre respondía lo mismo: «Al menos nos apretamos una pulpada». Y es que del partido era mejor ni hablar. Pero oye, que el medio millar de valientes que nos comimos un trayecto de vuelta despotricando contra los que se vistieron de corto -y contra los que se visten de traje por la conexión del siglo pasado que une las dos ciudades- quizá presenciáramos un punto de inflexión del que nos acordaremos en el futuro. Quién sabe. ¿A que recordáis el 1-0 contra el filial de Las Palmas y el 1-0 posterior contra el Atlético B con gol de Yuri in extremis para salvar la cabeza de Bolo?
Lo cierto es que, desde que tocó fondo en O Couto, el equipo empezó a tirar para arriba cargándose a un Segunda en Copa del Rey y a un rival directo por el play-off. Quizá por estas dos alegrías consecutivas me sorprendió que el viernes pasado a mediodía sólo hubiera 283 entradas vendidas para Lugo. Y yo que pensaba que las casi 500 que nos enviaron iban a volar en tiempo récord. Supuse entonces que todavía estarían traumatizados con Orense muchos más de los que creía. O que aún seguían haciendo zigzag en las chicanes de la N-120, que también podía ser.
He de reconocer que aquel día me olió raro desde el principio. Después de comer entré a un bar a pedir una Estrella Galicia y me sacaron una cerveza de Guipúzcoa. Que no había Estrella, decían. En Galicia. Quizá nos estuvieran adelantando que cuando pasáramos de la cerveza a la Copa nos iba a caer algo guipuzcoano. Pero vamos, que mejor olvidar todo lo de ese sábado. Vámonos a lo reciente.
En Lugo sí había Estrella. Y también cayó una pulpada, como mandan los cánones. Y menos mal que Javi Rey piensa en nosotros y ya el viernes nos recomendó que fuéramos cargados de abrigo, porque poca broma. Este viaje es, seguramente, el que más veces he repetido siguiendo a la Deportiva. Lo más habitual ha sido sufrir tedios soporíferos o decepciones catedralicias (con el gol de Sergi Enrich en el tiempo añadido como la excepción que confirma la regla), así que fui muy consciente de que había que disfrutar de las horas previas, por si las moscas.
Lo primero que hice al llegar a Lugo fue buscar la fuente que se encuentra junto al Centro de Interpretación da Muralla -en las callejuelas estrechas de bares y restaurantes, para entendernos-. Aquel día del gol de Enrich me dio por tirar una moneda de espaldas como si se tratara de la Fontana di Trevi, un poco a la desesperada en busca de una pizca de suerte para no presenciar el enésimo ridículo blanquiazul en el Anxo Carro. Y funcionó, como si hubiera despertado a dioses dormidos que regalaron un triunfo en el último minuto. Entonces, lógicamente, me vi obligado a repetirlo. Algún lugareño me miraba extrañado al tirar la moneda de nuevo... lo que no sabía es que ya estaba decidiendo el resultado del partido. Es cierto que ésta fue la previa más light que recuerdo en Lugo, quizá porque fuimos menos aficionados que habitualmente o quizá porque el frío quitaba las ganas de todo. Un vermú, un cafelito después de comer... y al estadio.
Del partido poco puedo contaros que no sepáis. No fue el mejor, de hecho el Lugo pudo ganar perfectamente y, si no lo hizo, fue en gran parte por la aparición de un Dios que no hace falta invocar en una fuente: Andrés Prieto. Sea como fuere, el conjuro funcionó de nuevo para sumar 12 de los últimos 15 puntos en liga (más el pase en Copa). Cuando todo era una nube negra yo hablaba de que veía una buena base, que este equipo hacía más cosas bien de las que decían los marcadores, que Javi Rey me parecía un tío muy capacitado para llevar este proyecto, que solo hacía falta encontrar el cambio de tendencia para despegar... y parece que ya se ha conseguido. Estoy seguro de que este mismo partido en el Anxo Carro se hubiera perdido hace dos meses, pero ahora la Deportiva ya es más fuerte para aguantar golpes de pie sin irse al suelo con el primer gancho del rival.
Mira que cuando un equipo echa humo y no arranca lo normal es que mantengamos decenas de conversaciones de esas en las que decimos que todo es una bazofia y arreglamos de golpe y porrazo los incontables males. Nos cargamos a este incapaz, mandamos a su casa a cinco mercenarios, fichamos a estos otros que son unas máquinas, les prometemos el oro y el moro... y ascenso asegurado. Pero la conversación que más recuerdo en los peores momentos la mantuve con el gran Luis Berciano en el Anexo Jesús Tartilán escasas 37 horas después del esperpento de Orense y con la cuesta de diciembre (Castellón y Nàstic) ya en el horizonte asustando al más osado. En ese momento, el cuerpo de la Deportiva yacía en el suelo, su corazón apenas latía, pero estábamos tranquilos. Mirábamos hacia el césped, veíamos a entrenadores y jugadores motivados, trabajando duro y de buen rollo, y estábamos tranquilos. Bueno, o pacientemente preocupados, tampoco vamos a pasarnos.
Ganar en el Anxo Carro -un terreno imbatido- jugando mal incluso me da más optimismo que vencer al Nàstic dando un recital. Lo que distingue a un equipo triunfador de otro simplemente bueno es la capacidad de escapismo para salir vivo de situaciones complejas y que, hasta en días más espesos, vuelva a casa con los puntos. Que el adversario ni sepa cómo narices le ha ganado. Ahora cuando me pregunten qué tal fue el viaje a Lugo ya podré responder: «Pues nos apretamos una pulpada... y también vimos ganar a un equipo que nos enorgulleció».