Hay lugares que uno debería visitar al menos una vez en su vida. Las enseñanzas que uno obtiene en dichas visitas nos ayudan a no olvidar el pasado. El olvido es la peor de las condenas y el mayor peligro que puede cometer una sociedad. El problema es que hasta en el proceso de olvidar también ha entrado la manipulación ideológica. Tahúres del tiempo nos indican qué periodos temporales deben recordarse y cuales deben caer en el olvido.
Hace unos días he estado en uno de esos lugares de visita obligada, el Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo de Vitoria-Gasteiz. El terrorismo, en cualquiera de sus vertientes, es el mayor exponente de la cobardía y barbarie humana. Matar a inocentes por motivos políticos, culturales, religiosos o de cualquier índole demuestra la ignorancia y maldad que podemos atesorar los seres humanos.
En la actualidad el terrorismo islamista es el que acapara los focos de la actualidad. Los atentados del 11-M y de las Ramblas de Barcelona son imposibles de olvidar. Los jóvenes están más o menos familiarizados con estos sucesos, pero esto cambia radicalmente cuando retrocedemos unos pocos años más y se les pregunta, por ejemplo, sobre la banda terrorista ETA, Ortega Lara, Miguel Ángel Blanco o Ernest Lluch. No saben quiénes son estas personas y desconocen el inmenso dolor que ETA causó durante décadas en nuestro país. Algo estamos haciendo mal como sociedad si nuestros jóvenes no conocen una de las partes más oscuras y siniestras de nuestra historia reciente.
Por este motivo, todos los jóvenes deberían visitar el Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo. Lo que van a ver y sentir ahí vale más que muchas horas de las que pasan sentados en los pupitres de sus institutos. Las víctimas del terrorismo se merecen esa visita, es lo mínimo que se puede hacer por ellas. Conocer sus historias, sus miedos, su dolor, su soledad…
Permanecer unos segundos dentro de la réplica del zulo donde Ortega Lara pasó 532 días, ver una fotografía del amasijo de hierros en el que se convirtieron los trenes del 11-M o la de una mujer que está arrodillada ante el cadáver de su marido asesinado por ETA y sólo unos pocos de los viandantes se atreven a acercarse y a consolar a la viuda no te dejan indiferente.
El recorrido por sus diferentes salas hace que se te encoja el estómago y alguna lágrima de pena e impotencia intenta humedecer tus ojos. Me llevo muchos recuerdos que nunca olvidaré, pero el que me dejó marcado fue una reflexión que había escrito alguien en el libro de visitas y que decía «perdonadnos por no haberos defendido mientras ocurría».
El atentado del olvido
01/04/2023
Actualizado a
01/04/2023
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