La emisión de la serie ‘Nevenka’ en Netflix pone sobre la mesa y la tertulia, y sobre nuestras conciencias, la tremenda asignatura pendiente del machismo que habita entre nosotros. Tal vez, para empezar a cambiar el mensaje, el Caso Nevenka debió llamarse Caso Ismael, o Caso PPP, Partido Popular de Ponferrada.
Comparto esta reflexión -con la que cierro por unos meses mi colaboración con La Nueva Crónica [espero volver pronto: gracias a todo el periódico por hacerme sentir en casa]- con la triple mochila de ser ciudadano, periodista y ponferradino.
Como ponferradino, el asunto es desagradable, pésimo para «la imagen de la ciudad», suele decirse; a nadie le gusta ver a su pueblo compitiendo con el crimen de Cuenca o con Puerto Hurraco: la serie de Netflix debería provocar un psicodrama colectivo, en cada casa, en cada tasca, para comprender qué hemos hecho mal. Y corregirlo.
Como periodista, opino que la serie ‘Nevenka’ es excelente; muy lúcidas y oportunas las voces amigas de Ana Gaitero, de Menchu Monteira, Charo Velasco oJuan José Millás. Una serie necesaria para recordarnos que «no es no» y «solo sí es sí»; y que sin consentimiento alto, claro, expreso y limpio, todo lo demás es acoso, cuando no violación y maltrato.
El testimonio de Nevenka Fernández es estremecedor; pero más terrible aún es el silencio de Ismael Álvarez. Y el silencio ominoso de todos y todas sus cómplices sociales, sin cuya indiferencia nunca hubiera sido posible aquel caldo de cultivo baboso, machista y autoritario, que convirtió la vida de Nevenka en un infierno.
Como ciudadano, no quiero juzgar personas: ya lo han hecho los tribunales en sentencia suavita, con un fiscal macho-delirante, apartado del caso por su hostilidad contra la víctima. No quiero juzgar a la persona: como pensaba Concepción Arenal, «odia el delito y compadece al delincuente». Todo mi odio al acoso sexual sufrido por Nevenka; y mi compasión para los culpables, que fueron muchos: que el infierno vivido por Nevenka en el año 2000 pese sobre sus conciencias.
Han pasado veinte años, pero el asunto no está ni mucho menos cerrado, sino abierta la herida de una ciudad que aún no ha pedido perdón. Por ello, el Caso Ismael y la serie de Netflix interpelan a toda la ciudadanía ponferradina sobre nuestra conducta colectiva en aquellos días.
He procurado recordar qué hacía yo en el año 2000: vivía fuera de Ponferrada, bastante desconectado, y criaba dos bebés que hoy son mujeres. Tuve noticias del Caso Ismael por la prensa, como todos; sentí «vergüenza local», escuché cotilleos y poco más: no hice nada proactivo por informarme en serio. Y hoy le pido perdón a Nevenka Fernández por haber sido indulgente con el agresor; por no haber estado más atento o más cercano.
Para mí, la Ponferrada regida por el Partido Popular durante siete mandatos tristes, oscuros y consecutivos fue siempre un territorio hostil, una ciudad secuestrada por meapilas y constructores corruptos, en la que no me reconozco. Pero hay otra ciudad y otra ciudadanía posibles, otra Ponferrada real, progresista, sin sotanas y sin sobres.
El Caso Nevenka puede explicarse como han acreditado los psiquiatras forenses -el acosador de manual, la víctima, etc.-; pero el Caso Ismael solo se explica políticamente, socialmente, desde un ejercicio autoritario del poder que genera silencio, miedo y podredumbre. Cuando todos los íntimos amigos financieros del rey Juan Carlos -De la Rosa, Mario Conde, Manuel Prado- han acabado en la cárcel; cuando todos los tesoreros del PP -Naseiro, Lapuerta, Sanchís, Bárcenas- han sido procesados, el problema es estructural, como también es estructural el Caso Ismael.
Desde 1987 -el triunfo de Aznar, tras eliminar a Demetrio Madrid con una acusación falsa-, el PP ha instaurado en Castilla y León un régimen confesional, opusdeísta y neofranquista (capaz de retener el poder incluso cuando pierden las elecciones por goleada). Un régimen sostenido por la caja B de ulibarris corruptos, como supimos siempre y ahora van sabiendo los tribunales. La Ponferrada de Ismael Álvarez forma parte de ese régimen, que compra muchas bocas, también en el periodismo.
La imagen más vergonzosa de la serie es la de todos los concejales y concejalas del PP cerrando filas con su alcalde, callando lo que sabían y negando lo evidente. ¿Cómo no reclamar a nuestra ciudad esta deuda pendiente?
El Caso Nevenka está cerrado; pero sigue abierto el Caso Ismael. El PPP no ha pedido perdón. En la corporación actual se sientan concejales que miraron hacia otro lado. Y otros tantos cómplices siguen en cargos públicos, cobran sobres o predican en púlpitos. El Ayuntamiento de Ponferrada debe a su convecina Nevenka Fernández una disculpa pública, plenaria, solemne, que repare el daño moral causado por su silencio, por nuestro silencio. Solo entonces la ciudad de Ponferrada dejará de competir en mala fama con Puerto Hurraco y recuperaremos el orgullo de ser ponferradinos. La ciudad debe pedir perdón a Nevenka y grabar en cada calle y en cada puerta la orla del sagrado consentimiento sexual: «No es no». «Solo sí es sí».
Ante el Caso Ismael: ¡Perdón, Nevenka!
OPINIÓN | Ponferrada debe pedir perdón a Nevenka y grabar en cada calle y en cada puerta la orla del sagrado
15/03/2021
Actualizado a
15/03/2021
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