Los titulares, sumarios y destacados del reportaje son de los que te obligan a detenerte y entrar a leer: "El hombre lobo de Allariz cometió 17 asesinatos en los bosques"; "Manuel Blanco Romasanta está considerado el primer asesino licántropo"; "posiblemente nació hermafrodita", "aún no se ha encontrado su tumba"; "fue condenado a morir en el garrote vil pero la reina Isabel II la conmutó la pena"; "padecía licantropía: creía transformarse en hombre lobo durante algunas noches"; "el gemelo español de Jack El Destirpador’"... si añades que era conocido como ‘el hombre lobo de Allariz’ y ‘el sacamantecas’ la historia no puede tener más gancho, tanto que ya ha sido llevada al cine en dos ocasiones.
Y, en este caso, el interés añadido para los leoneses radica en que el primero de esos 17 asesinatos lo cometió en El Bierzo, por cuyos montes transitaba con frecuencia, y que el último de los reportajes sobre este personaje viene de la mano de la revista de la Unión Federal de Policía, con 35 años de antigüedad, y el autor es el escritor, criminólogo y policía leonés Ricardo Magaz, en su último y reciente número, lo que ofrece una mirada nueva, más profesional, sobre un personaje a medio camino entre deplorable y fascinante, como historia criminal.
Señala Magaz que le pidieron que hablara de un asesino en serie "infrecuente y diferente a todos los demás" y no tuvo ninguna duda para elegir a Manuel Blanco Romasanta (Regueiro, Ourense 1809-Ceuta, 1863), autor de 17 asesinatos "de los que solo reconoció nueve".
Una biografía singular ya desde su nacimiento, como cuenta Magaz. "Romasanta está considerado el primer serial killer español. Nacido a principios del siglo XIX en la aldea gallega de O Regueiro, ya tuvo problemas con las aguas bautismales. No sabían si inscribirle como niño o niña porque, en efecto, la criatura muy probablemente había nacido hermafrodita. Al fin se decantaron por adjudicarle el nombre de Manuela y así consta en los libros parroquiales. No obstante, en la primera juventud, y dada su androginia decidió adoptar definitivamente como hombre" y hasta se casó con una mujer "que murió poco después a puerta cerrada".
El siguiente paso es el inicio de su carrera profesional, en tierras leonesas: "Su primera víctima fue en 1844, con el asesinato de un alguacil de León que pretendía cobrarle una deuda (de un comercio de Ponferrada) cuando el pequeño gallego, pequeño porque apenas medía 1,37 metros de estatura, se dedicaba a la venta como buhonero, lo que le permitió recorrer el noroeste peninsular. A partir de ahí, en Romasanta se despertó la bestia que llevaba dentro" con un modus operandi siempre parecido: "Consistía en llevarse con mentiras, engaños y falsas promesas a mujeres y niños para matarlos despiadadamente en los bosques que, como quincallero nómada, conocía bien".
El apodo de ‘sacamantecas’ también tiene justificación en su biografía y lo recuerda Magaz en el artículo: "Se lo adjudicaron seguidamente del juicio en el que le condenaron a la pena capital porque se cree que a las víctimas les extraía el sebo o unto para hacer un ungüento de grasa humana que vendía en el norte de Portugal donde ‘lo pagaban a precio de oro’", parece ser que gozaba de gran prestigio como producto cosmético.
Buena parte de los datos de su biografía son fruto de la documentación de su juicio y condena a garrote vil que, otro misterio, le conmutó la reina. "Las sesiones duraron meses, dado el número de víctimas que se le atribuían. En las jornadas del juicio, Romasanta confesó que sufría de licantropía y se ‘transformaba’ en lobo cada vez que cometía un asesinato en los bosques gallegos; alegó que estaba atrapado en ese ciclo de violencia y muerte debido a una maldición familiar".
Los enigmas sobre su biografía van incluso más allá de su propia muerte, en un penal de Ceuta donde cumplió la condena de cadena perpetua al serle conmutada la de morir en el garrote vil. Así lo cuenta Ricardo Magaz: "Manuel Blanco Romasanta, el primer asesino en serie español del que se tiene constancia, falleció el 14 de diciembre de 1863, de cáncer de estómago en una celda del duro presidio del Monte Hacho en Ceuta, donde en aquella época se decía que los peores convictos iban a morir. Los encargados de darle sepultura, puestos de acuerdo, nunca desvelaron el lugar donde fueron a parar sus restos. (...) Tal vez para que nadie encontrara su tumba y se convirtiera en un lugar de peregrinaje morboso".
Cierra el reportaje el policía leonés recordando diversas investigaciones para tratar de encontrar la tumba de Romasanta o huellas de su paso por aquel penal, pero sin éxito. Ni en el citado penal, ni en la cárcel nueva, ni en los legajos del cementerio municipal, ni en la parroquia de Nuestra Señora de los Remedios, donde se enterraba a los condenados que sucumbían intramuros. Tampoco nada en lo concerniente a la inhumación del preso en el registro de la Secretaría General de Instituciones Penitenciarias en la calle Alcalá de Madrid. Absolutamente nada.
Para concluir el autor del reportaje: "A Romasanta se lo ha tragado la tierra. Literalmente. Acaso en el abismo del inframundo".