Cada año, Jaime de Vega vuelve a tirar de teléfono para llamar a los amigos del barrio que quiere volver a abrazar, y ahora también de correo electrónico para hacer una piña que nunca se ha roto. Suma 81 años, va para 82, pero no olvida sus primeros pasos en la calle General Moscardó, que ahora se llema Doctor Fléming. Allí sus padres tenían una tienda que abrieron en 1948. Y eso hizo que su infancia quedara marcada por la vida en un espacio pequeño, el del barrio que reivindica ahora, frente a otra forma de vida actual "ya casi no conoces a los vecinos que están en tu mismo edificio". Aquello "era otra cosa", dice con los brazos muy abiertos, como queriendo abarcar el cariño que se tenían los que se unían para jugar al fútbol en "la minero". Eran los niños que poblaban las calles de la actual avenida Valdés hasta la gasolinera de Garnelo. Ahí estaba el límite, recuerda. Era una zona de talleres mecánicos y mucha actividad. Muchos trabajaban para Antonio el Patatero, otros en el chapista Zacarías...Todos los días, después de comer y sin necesidad de citarse por un mensaje de whatsapp, los jovenzuelos del barrio se juntaban para pasar el rato entre juegos.
El tiempo fue pasando, haciendo de las suyas, y los vecinos cogieron las maletas, muchos, otros cambiaron de dirección...y De Vega seguía pisando las huellas de los recuerdos cada vez que paseaba por esas calles. Eso hizo que, en 2003, decidiera comenzar a reclutarles de nuevo. No fue fácil, recuerda "pero conseguí que fuéramos 17". Esa primera reunión encendió una luz que se ha mantenido hasta ahora. Anualmente la siguen prendiendo con una comida que solo se tuvo que posponer en una ocasión, en 2020, a causa de la pandemia.
En 2005, su tercer año, sumó a 54 participantes "el boca a boca funcionó", reconoce. Vienen desde Gijón, Coruña, Madrid, desde San Sebastián...Y ahora surgen nuevos vecinos más allá de esas primeras "fronteras" del barrio, al tirar del hilo de la vecindad y de los negocios que había en la zona.
Lo que más recuerdan todos y a lo que se abrazan son a los compañeros con los que jugaban y con los que compartían estudios en el colegio de San Ignacio "la vida, en aquellos tiempos, se hacía en un entorno pequeño, en el barrio, era muy familiar. Era otra historia", reconoce.
A raiz de estas reuniones "fue como descubrir nuevos amigos, antes al cruzarnos nos decíamos adiós, ahora nos paramos y charlamos un rato", reconoce.
Hoy, aquellos chavales cumplen entre 70 y 80 años y lo que quieren es recordar. La peor parte es ver mermar el número de participantes porque la edad es ley "pero hay que ver que la vida es así y que lo que nos quedan son esos momentos". Varios se han quedado en el camino "Y merece la pena pasar un buen rato y reirnos un poco".