Colegio Valentín García Yebra y su entorno

Rafa Casas
17/09/2023
 Actualizado a 17/09/2023
Imagen del Colegio Valentín García Yebra. | Javier Fernández
Imagen del Colegio Valentín García Yebra. | Javier Fernández

Deambular por las calles de mi ciudad -de manera sosegada- me lleva hasta zonas y lugares que me traen a mi mente épocas pasadas, como son la infancia, la adolescencia o la juventud. En este caso concreto ante la contemplación de un recinto escolar.

A la altura de la Avenida La Minería y situado de forma que mirando al frente me encuentro el actual CEIP (colegio de educación infantil y primaria) de nombre, ‘Valentín García Yebra’. A mis espaldas se ubica un edificio (cuya cubierta recuerda el pico de un pájaro), para su identificación saber que acoge las oficinas y otras diferentes secciones o servicios del Consejo Comarcal del Bierzo. A mI izquierda las viviendas y chalets que fueron habitadas, en sus orígenes, por empleados de la MSP -acompañados de sus familiares más cercanos. Solían ser personas con un puesto o cargo destacado en la empresa minera.

De la misma mano y a continuación, una parcela, de dimensiones considerables, donde se ubican las oficinas de Victorino Alonso; en los años 50 y 60 fue un hospitalillo, nombre con el que yo conocía estas dependencias. El hospital tenía como finalidad la de atender a obreros o empleados de la empresa Minero Siderúrgica de Ponferrada que hubiesen sufrido algún accidente en el desarrollo de su trabajo o bien padeciesen alguna enfermedad relacionada con la extracción del carbón.
En la década de los 50 a los 60, la calle era el lugar por donde nos movíamos los niños-as de mi generación. Ponferrada era un pueblo grande, aunque ya con el distintivo de ciudad desde 1908. En este caso concreto se trataba de unos terrenos que pertenecían en su totalidad a la empresa de nombre Minero Siderúrgica de Ponferrada. Por ahí pululábamos desde los primeros rayos del sol hasta la puesta del astro rey. 

Para la recua de criaturas de este barrio había dos lugares predilectos. Uno era el campo o pradera de hierba que abarca la superficie, más o menos, que actualmente lleva el nombre de Parque de la Provincia del Vierzo. Compañeros inseparables eran el Economato de la Minero y las oficinas de dicha empresa. Ellos eran testigos de las horas, minutos y segundos de nuestro quehacer diario. Actualmente la escultura, en bronce, de un hombre con bigote, peinado con raya al medio, concentrado sobre un folio, sentado en un banco de hormigón y a su vera un bombín; resulta ser su acompañante perpetuo tanto de día como de noche, desde el 2012. Responde al nombre de Miguel Eugenio Fustegueras y Ávarez Valdés, benefactor de la villa ponferradina.

El otro era el patio de las escuelas de la Minero donde nos pasábamos jugando al deporte rey: el fútbol, un tiempo difícil de definir. Su superficie era de arena con montones de piedrecitas pequeñitas. Nuestras rodillas eran prueba evidente de dicho material. Pues no habíamos de curar las anteriores heridas cuando de nuevo hacían acto de presencia una postilla o rasguño. La poción mágica para su cura era agua y jabón. Como mucho y en contadas ocasiones el agua oxigenada.

El alumnado que asistía a las escuelas de la Minero llevaba puesto un mandilón blanco, con el logotipo de la MSP -cuyas letras eran de color rojo- en un bolsillo a la altura del pecho. Muchas veces contemplé al señor Omist dándoles clases de gimnasia. Este mencionado personaje compartía esta tarea docente con la de jefe local de la Policía Municipal. A la finalización del curso escolar los niños realizaban una exhibición de Educación Física. La misma consistía en una bella tabla de gimnasia, con una realización de ejercicios perfectamente coordinados y ejecutados. Todos ellos, niños, perfectamente uniformados de la misma manera: pantalón corto azul, camiseta blanca de tirantes y alpargatas. En lo referente al género femenino -niñas-, escenificaba canciones regionales y pequeñas obras de teatro. Como curiosidad, una prenda de vestir en las niñas a la hora de la gimnasia, los pololos.

Punto y aparte era una edificación que venía a ser un soportal, al lado del propio colegio, del cual aprovechamos sus paredes para la práctica del frontón. Al aire libre pero cubierto por un tejado que nos resguardaba de topo tipo de inclemencia meteorológica, ya fuese lluvia, nieve, viento... El elemento básico para su práctica era una pelota y como no la palma de nuestras manos, que acaba algo hinchadas al final del día. Quisiera recordar y no equivocarme que la pelota era maciza y de dos colores -azul oscuro y granate- y su marca Goliat; la manera de conseguirla era con la compra de calzado en Casa Seco. Al frente su dueño el señor Ramiro, en ocasiones junto a su esposa. La zapatería se ubicaba en la calle República Argentina.

Muy cerquita de este lugar tan emblemático para mí y varios amigos de mi época -los hermanos Rogelio y Manolo Cerdeira, Javi Blanco R., José L. Núñez, Juan Manuel G. (Lolo), o Mateo Sánchez y José R. Souto (estos dos últimos fallecidos en este 2023), junto a otros más- estaba la estación del tren de vía estrecha Ponferrada-Villablino (PV), en las inmediaciones su hermana gemela la estación del Norte. En nuestros días, sede de entrada para la visita al Museo del Ferrocarril de la ciudad. Para nosotros era toda una atracción asistir a la salida del tren, conocido por el nombre de tren correo. Salida programada para el mediodía, las 12:00 horas según horario ferroviario. Otro tren clásico y mítico era el mixto, de recorrido Villablino-Ponferrada, con llegada a las nueve de la mañana. Viajeros variopintos y de todo tipo tanto en la edad como en su vestimenta. Con su correspondiente equipaje de compañía. 

Como personajes a destacar en este medio de locomoción: maquinista, fogonero y jefe de estación. El maquinista, encargado de llevar a buen puerto el tren. El fogonero, con la ardua misión de alimentar de materia prima -carbón- a la locomotora de vapor. Todo un poema sus rostros y el mono que llevaban. Por otro lado, el jefe de estación con su gorra, banderín enrollado -rojo- y silbato. En la fachada de la estación un reloj y una campanilla. De esta manera quedaba comunicada una amplia zona de El Bierzo con la comarca minera de Laciana -destacando con luz propia, Ponferrada y Villablino-. A manera de curiosidad la inauguración y primer viaje oficial data del 1 de junio de 1919. Último viaje con transporte de viajeros, tren correo, el 10 de mayo de 1980. El tiempo que se invertía en cubrir dicho trayecto era dos horas y 25 minutos los ascendentes y 2 horas y 15 minutos los descendentes. A incluir, el sonido inconfundible de las bielas de las ruedas de la máquina de vapor, así como la nube de vapor que desprendía al ponerse en marcha el convoy ferroviario. Añadir un pitido inconfundible. Nombres de estaciones, apeaderos -al que se podrían añadir algunos ramales-, tales como: Columbrianos, San Andrés de Montejos, Cubillos, Congosto, Pradilla, Santa Marina, Toreno, Matarrosa, Santa Cruz, Páramo, Corbón, Palacios, Cuevas... y, a varios de ellas le podríamos añadir el «apellido» del Sil.
Otros recuerdos a evocar podrían ser: el sonido de la sirena para avisar del cambio de turno a los trabajadores de la Minero; el aroma inconfundible de las mimosas y su tonalidad amarillento en contraste con el verde -del ramaje de esta especie arbórea-; el olor a tierra húmeda a causa de la lluvia; árboles frutales con cerezas especialmente -en el interior de los patios de algunos chalets-; asno con su serón, a sus pies boñiga con el  revoleteo de moscones verdes a su alrededor; MSP y un número ubicado en el tubo superior del cuadro de cada una de las bicicletas de la empresa mencionada.

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