Los dados de Ana María Campelo

Ana María Campelo regresa a las librerías con "Y Dios tiró los dados", una nueva trama con la que disfrutar leyendo y que nos llevará hasta la Villafranca del Bierzo más enigmática

29/09/2024
 Actualizado a 29/09/2024
Portada del libro protagonista en la estantería de Ruy.
Portada del libro protagonista en la estantería de Ruy.

Papá, Ana María Campelo es una autora ya bien conocida por ti, pues de ella te hablé en una carta anterior, estoy convencido de que la recuerdas. Hoy, en esta nueva Carta a ninguna parte, te traigo su nueva novela, que lleva por título Y Dios tiró los dados. De nuevo me he encontrado con dos características principales. La primera de ellas, sin duda, es su amor por Villafranca del Bierzo. No tengo ni la más mínima duda de que por las venas de la escritora corre la tierra villafranquina. Algo tiene aquella hermosa villa para que tantos y tantos talentos salieran de ella, para que tantos y tantos hablen y escriban sobre ella. La segunda característica que tengo clara es el amor de la autora por la literatura donde la incertidumbre, la investigación y lo desconocido toma el máximo protagonismo.

Con Y Dios tiró los dados podrá viajar con un grupo de jóvenes que regresan no sólo a Villafranca del Bierzo, sino también a su pasado, intentando rescatar recuerdos que lleven a desvelar un oscuro secreto. 

Leí la novela en los días de verano, cuando el calor empuja las horas y el sol invade cada uno de los rincones. Recuerdo leerla, papá, con los primeros rayos del día, mientras el resto dormía, y la brisa del mar llegaba e invadía, no solo el lugar, sino también cada una de las hojas que iba devorando. 

Una de las particularidades de este tipo de novelas es el sumo cuidado que se debe de tener con la ambientación. Sé que Ana María Campelo tiene gran cuidado de ello, y una clara muestra son sus novelas. No hay más que dirigirse a este libro y abrirlo en la primera página para poder dar buena muestra de ello: «En la salita, amueblada con sencillez, ella estaba sentada de espaldas a la puerta y frente a la ventana, en un sofá de escay marrón. […] Era un mantel de tela blanca de panamá en el que bordaba unos ramilletes verdes. […] Una caja de lata con la marca Cola Cao en grandes letras rojas, a la derecha de la revista, contenía hilos de varios colores, agujas y tijeras». Estoy convencido que muchos son los que recordarán tiempos pasados tras leer estas líneas. 

Como te comentaba, hay un gran protagonismo de Villafranca del Bierzo en la propia novela, donde sus calles, sus edificios, sus recovecos y su propia historia conforman un marco perfecto para una trama atractiva. Ana María Campelo no pierde oportunidad para irla describiendo, como podemos leer en el siguiente párrafo: «Después de las fotos de rigor con los asistentes y a la pareja de recién casados en el jardín de la Alameda, se dispuso la comida. Dos experimentadas cocineras y dos camareros, contratados todos ellos para la ocasión, colocaron las viandas sobre los impolutos manteles blancos […] todo ello regado con vinos elaborados en la propia bodega de los Paúles». 

La autora una imagen de archivo.| L.N.C.
La autora una imagen de archivo.| L.N.C.

Es parte fundamental de estas novelas, sin ninguna duda y como te decía antes, la ambientación. Como bien sabes, papá, y como bien tenías tú siempre en mente, un buen entorno, una buena descripción de los hechos, pero sin llegar a irse más allá de lo estrictamente necesario, es algo que no todos aquellos que se dedican a la escritura llegan a conseguir. La escritora de ‘Y Dios tiró los dados’ lo hace realmente bien. Logra, y así lo entenderás si llega el día en el que puedas leerlo, envolverte en cada una de las situaciones. Hacerlo de una forma correcta puede cambiar el aire y la sinfonía con la que el autor o la autora se dirige a sus lectores. Pasar de una novela atmosférica a algo liviano. Ella lo hace, como te decía, muy bien. Te pongo un ejemplo, que se puede encontrar ya en las primeras páginas del libro: «Alguna alimaña corrió veloz entre la maleza y crujieron unas ramas que desplazó a su paso. La sombra dio un respingo. En la lejanía, una lechuza emitió su sonido característico y el viento arrastró por el entorno el frufrú de las hojas que aún quedaban en las cepas del viñedo, que se extendía hacia la cumbre de la colina». 

Es importante, realmente importante, que en este tipo de novelas (bueno, realmente en todas) los personajes estén bien construidos. Y no me refiero a que tengan que conocerse por ello hasta la talla de sus zapatos, sino aquellas características que son realmente relevantes para el desarrollo de la trama. Confieso que no siempre ocurre, confieso que muchas de las lecturas que he tenido han fallado en ese punto, confieso que no es nada fácil. Papá, creo que estarás de acuerdo conmigo en que en este caso está bien hecho. Ana María Campelo lo hace muy bien. Nos deja caer pequeñas particularidades en párrafos bien encajados, para que podamos entender acciones posteriores: «Lúa necesitaba comer compulsivamente, pero no entendía por qué. Cuando lo hacía, la inquietud que se había instalado en su estómago desde la marcha de su padre se calmaba unos instantes para volver con fuerza al poco rato. Comía tanto que, unas veces vomitaba; otras tenía diarrea; y las más, le dolían las mandíbulas. Pero decírselo a su madre supondría un castigo seguro, así que comía a escondidas con la esperanza de que su padre regresase al hogar algún día». 

En esta historia, papá, podrás disfrutar de lo que tienen las buenas novelas catalogadas como novelas negras. Un enigma que resolver, un grupo de personas lleno de secretos imborrables de presencia siempre infinita, por muchos años que pasen, una trama que no deja descansar al lector y, por supuesto, una resolución que cierra perfectamente el capítulo de donde todo parte. Si a esto le sumas que está ambientada en nuestra querida Villafranca del Bierzo, creo que su lectura, ya no únicamente para aquellos a los que nos gustan las novelas de este estilo, sino todos aquellos que busquen una buena lectura y una serie de horas de entretenimiento, además de aquellos que amen esta villa tan hermosa e histórica, podrán y deberán acercarse a estas páginas. Estoy seguro que Y Dios tiró los dados gustará a mucha gente. Como nota adicional, me encanta el guiño que hace a María de Miguel en uno de los capítulos, ya del final, cuando nuestra autora escribe, como parte de la trama: «La periodista rubia, micrófono en mano, le hizo un gesto al que portaba la cámara y se recolocó el pelo. El hombre se preparó para el rodaje y dijo «María, ya», y comenzaron la grabación».

Papá, las historias, todas y cada una de ellas, independientemente de lo que traten, hablen o signifiquen, todas, hablan del ser humano, de cada uno de nosotros. Cada capítulo, cada párrafo, cada línea y cada palabra lleva un pedazo de nuestra propia historia. Bien sea por lo que cuentan; bien sea por cómo lo cuentan; bien sea porque hablan de nuestros miedos, preocupaciones, amores y olvido; bien sea porque forman parte de lo que muchos de nosotros sentimos y pensamos; estas historias, escritas por autoras y autores en muchas ocasiones excepcionales, forman parte de nuestro propio capítulo dentro de un universo que, aunque no infinito, grita a nuestras mentes que es imperecedero. Por eso, libros como ‘Y Dios tiró los dados’ suponen tanto. Libros que nos llevan a pensar en nosotros mismos, en lo que somos capaces de hacer y lo que nunca haríamos, libros que nos llevan hasta la amistad, el amor, el odio y el rencor, libros que nos empujan hasta el espejo de conocernos a nosotros mismos, como especie, como individuos cada uno de nosotros. Los libros conforman una parte esencial del ser humano, y sin ellos no seríamos capaces de encontrarnos, en muchas ocasiones, con nuestro espejo de realidad. Por eso, cada lectura y cada libro es tan especial, tan única.  

Escuché decir a un escritor que todas las palabras estaban en el diccionario, que la cuestión y la gran dificultad era combinarlas correctamente. Y eso, efectivamente, no todo el mundo lo hace con la misma fuerza. Creo que Ana María Campelo sí que lo hace, y cada novela que ha ido sacando así lo demuestra, mejorando siempre a la anterior. Por eso, siempre que nos acercamos a un libro se nos abre ante nosotros una nueva vida, un conjunto de páginas que nos servirán para llegar más allá de lo que nuestras vidas, en muchas ocasiones, pueden alcanzar. 

La literatura esconde tras de sí la magia de los que saben soñar y de los que se sumergen en el mar del arte de escribir. Y confieso, creo que ya lo he hecho en muchas ocasiones, que en mi caso el amor por la literatura me llegó a través de ti, papá. Por eso, hablar de literatura en estas cartas me lleva a creer más y más en la frase con la que he cerrado cada una de ellas, desde hace ya tantos años: no es inmortal el que nunca muere, sino el que nunca se olvida. 
 

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