Donde el emprendimiento rural hace escuela

Dos alumnas del IES Beatriz Ossorio de Fabero fueron premiadas por contar las historias de dos empresarios rurales que marcan como sus referentes

01/07/2024
 Actualizado a 01/07/2024
Julia y Trini en el Mesón El Conde, de la "condesa", en Anllares. | MAR IGLESIAS
Julia y Trini en el Mesón El Conde, de la "condesa", en Anllares. | MAR IGLESIAS

Julia Verdejo y Andrea Guerrero tienen 16 años y viven en Fabero. Ambas estudian cuarto curso de la ESO en el IES Beatriz Ossorio y a las dos les conquistó una idea que se propuso en el aula tras unas charlas que el Consejo Comarcal trasladó al centro sobre emprendimiento e igualdad. Era una actividad que abría un concurso, dentro del programa 'Bitácora de Bérizum', gestionado por el Consejo Comarcal y financiado por el Ministerio de Transición Ecológica y Reto Demográfico con 285.000 euros para fomentar el emprendimiento en el medio rural. Y las dos tuvieron en la cabeza la misma idea, contar la historia de dos personas a las que admiran por su lucha diaria y sin quienes consideran que los pueblos no serían lo mismo.

Andrea y Pedro en la tienda de Vega de Espinareda. | MAR IGLESIAS
Andrea y Pedro en la tienda de Vega de Espinareda. | MAR IGLESIAS

Julia vio casi sobre el papel el testimonio de su abuela Trinidad Maceda que hace 44 años abrió un mesón en Anllares, El Conde, que sigue activo y en el que ella pasa los fines de semana viendo como se mueven los platos y las cazuelas a un ritmo imparable. Lo más masculinizado del negocio de la abuela es el nombre, que Trini recuerda que pretendía hacer un homenaje a la Condesa de Fenosa, por la central de Anllares, de esa empresa, pero, tenía que pasarse al género masculino. Era lo menos empoderado de un negocio que nacía con la decisión de una abuela con músculo.

Ella se había ido a Fabero a vivir y allí cuidó a sus cuatro hijos, pero su mario Ernesto seguía con su Anllares entre ceja y ceja y la convenció para volver. Eso sí, con una condición: ella sacaría el carnet de conducir para poder acercarse a Fabero cuando quisiera, algo que hace cada día, aunque no para ver a sus hijos, solo para hacer la compra, porque dice que no quiere molestar. Son ellos los que se acercan a Anllares y hacen filandones entre las vecinas los fines de semana porque El Conde es de la "condesa" y ella es la que gobierna las reuniones de risas y recuerdos.

Trini ha peleado como la que más cuando Ernesto tuvo la idea de poner el mesón. Pidió un crédito y se convirtió en la primera emprendedora de Anllares, siempre al lado de un colectivo de hombres que trabajaron en la térmica para los que reconoce que nunca fue extraña. Se sentía como una más y le gustaba escuchar que su comida era deliciosa. Ella heredó cocina de otro bar familiar y ahora, tal vez Julia, haga lo mismo, aunque la abuela quiere que sea "de una manera distinta". Y es que sabe el peso que se soporta 24 horas tras la barra, incluso más. Comandas de 100 comidas en el mismo servicio. Y, sobre todo, el dolor de construir para perderlo todo por un fuego. Eso marcó su vida, un capitulo en el que tuvo que volver a tomar decisiones y las tuvo todas claras, "seguir con más fuerza". Reconstruyó aquel negocio con el mismo sudor que lo creó y ahora no se plantea cerrarlo "yo creo que sería la muerte de Ernesto y mía hacerlo". Ahora, mesón y familia es lo mismo, también para el pueblo, que tiene en El Conde su punto de reunión. 

Trini sonríe al lado de su hija Julia, la madre de la nieta que no tiene reparos en abrazarla. Porque la Julia de 16 años se ve en los ojos de la abuela "su vida me ha parecido muy difícil. Ahora aprecio más todo lo que hizo ella". Todos los fines de semana se empapa de monte a su lado, que es lo que le lleva a estar en el pueblo. Y se plantea meterse en la cocina con ella, tal vez para dar más vida al negocio. No descarta seguir adelante con El Conde, algo que Trini aprecia "me gustaría que continuaran con él, porque me da mucha pena cerrar".

Julia siempre quiso ser como su abuela, quitando la dureza de su trabajo. Corretea por todo el local con su perra Nala siempre mirándola de reojo y su abuelo Ernesto en la esquina, vigilante, dejando que nieta y abuela cuenten su historia de admiración y furuto. 

Andrea no compraba en la tienda de Pedro por comprar. Lo hacía con admiración porque considera que es el ejemplo de que "con pasión todo se puede conseguir y, además de beneficiarse a sí mismo, siempre está ayudando a otras personas que lo necesitan". Y es que Pedro ayuda a las familias vulnerables a que la cesta de la compra pese un poco menos en el bolsillo. Por eso ella no dudó en hacerle protagonista de su trabajo de emprendedor. "Sacó, de un pequeño proyecto de sus padres, un negocio que le viene muy bien a los pueblos", relata "ahora aprecio más lo que es el emprendimiento". Tal vez ser empresaria no le atrae pero sí es consciente ahora de la necesidad del rural de estos proyectos "y de que se les ayude a realizarlos".

Pedro recuerda que lleva detrás de un mostrador toda la vida. Sus padres tenían ya tienda desde 1956 en Fabero, y el continuó con ese proyecto en esa zona al volver de la mili. En 1987 se convertía en emprendedor con raíz familiar. En 2015 decidió alquilar los locales a Carrefour, pero después los recuperó. Esos comienzos en Fabero se estiraron a Vega de Espinareda e intentaron hacerlo en Toreno, aunque "nos pilló la época de la burbuja" y no era posible hacerse con un local. Pero sí reconoce que la tienda ha sido su cuna y su casa y también su círculo de amigos "me atrae el trato con la gente. Estar en un negocio te da la facilidad para tratar con la gente. Antes, cuando eran las mujeres las que mayoritariamente hacían la compra, yo tenía más labia para hablar con ellas. Me quitaba los miedos".

"Intentamos que los pueblos mejoren, pero lo tenemos muy complicado", dice, sobre todo por la merma de habitantes que es lo que considera que les puede dar la estocada final. Recuerda los mejores momentos del rural, cuando facturaban el doble que ahora y la contratación de personal también era alta. Ahora, su local de Vega cuenta con siete empleados, cinco de ellos mujeres -pero llegó a tener 12 y en Fabero 18-. Ahora teme que no haya relevo cuando él deje de estar al frente del negocio o que los números de vecinos no den para mantenerse en pie "cuando no hay habitantes es complicada la venta. Hay gente mayor y no vienen".

De todas manera, su objetivo es "tirar por la tierra, mi madre era de Vega y mi padre de Fabero y siempre nos ha gustado también ayudar a la gente porque sin ella no hay negocio".

Hoy mira atrás y asegura que volvería a hacer lo mismo, tal vez mejorado, pero siempre con el mostrador como presente. La esperanza la ve en Andrea, que ha visto en él la lucha por el rural y que se queda con un mensaje "que el emprendimiento es una forma de conseguir lo que quieres y que puede ayudar a mucha gente". 

Archivado en
Lo más leído