Hay tres formas de viajar. Una, y quizás la más obvia, es haciendo una maleta, recogiendo algunos sueños perdidos y embarcándose en cualquier medio de transporte que nos lleve más allá de donde habitamos cada día. La segunda es leyendo muchos de los libros que nos rodean o viendo una película (sin duda todos hemos llegado a donde nuestra imaginación nos permitía, volando entre las líneas de maravillosas novelas o entre los fotogramas de imágenes ya nunca olvidadas) y la tercera, papá, es la que hoy te traigo en esta nueva carta. Viajar a través de un libro que nos descubra el mundo. Y eso es ‘Mapas afectivos’, un conjunto de geniales páginas en donde sumergirte, sin moverte del sofá, entre las calles y montañas de este pequeño planeta que habitamos, que destruimos y que creemos ignorantemente gobernar.
A tí te gustaba viajar. Recuerdo que siendo pequeños nos llevabas aquí y allí, a éste y aquel lugar. Habrías hecho una buena amistad con Manuel Cuenya. A ambos os uniría la lectura, la escritura y el fervor por conocer más allá de lo que se sueña. Pero ‘Mapas afectivos’ no es un libro de viajes. No, no lo es. Creo sinceramente que estamos ante la búsqueda interior de uno mismo, la facilidad por emprender mil aventuras y la sinceridad de un escritor que, escuchando a sus deseos, le pidieron que volase allí donde sus ojos se posan, en lugares tan remotos como deseados y conociendo gente tan lejana como cercana en sentimientos. Porque, ambos lo sabemos, tanto aquí como en cualquier otro punto, a todos los seres humanos nos une la necesidad de ser felices y la búsqueda de la tranquilidad vital.
En el viaje no solo se busca descubrir nuevos lugares, y este libro es el mejor ejemplo de ello. El autor nos transporta a experiencias únicas, de esas que se encuentran únicamente cuando el motivo del viaje es interno, muy personal. Porque cuando el caminar es por pensar y no por llegar, el trayecto es sinceramente necesario.
No son pocos los lugares a los que Manuel nos lleva en su mochila. Papá, si lo hubieras podido leer (quizás puedas, no lo sé), habrías estado en Norteamérica, en tu amado Bierzo, Valporquero, Galicia, Castilla, Portugal, Holanda, Londres, Alemania, Grecia, Turquía, África… Aquí y allí. Allí y aquí. Lejos de casa, pero cerca de esas experiencias que son tan necesarias.
Manuel no nos habla de los monumentos, no nos dibuja las fotos de las guías ni los recorridos de los documentales. No, ¿para qué? Quizá eso no sea un viaje, quizá eso solo sean postales para los ojos, pero vacíos contenidos para el alma.
Manuel nos baja a las calles, nos permite con maestría narrativa hablar con los que llevan allí ya tantos años como para olvidarlo, nos deja dormir en las camas de lo más profundo de sus sociedades, no nos ubica en el centro de las grandes atracciones turísticas, sino en el centro del pensamiento y dolor de cada una de esas ciudades que, por fortuna, descubrimos entre cada línea, tras cada párrafo, entre cada reflexión dibujada en la hoja en blanco.
Hay entre sus páginas, sabiamente liberadas, frases y expresiones fantásticas. De esas, papá, que comentaríamos tras haberlas leído. Pueden pasar desapercibidas para alguien que desconozca que Manuel es escritor (si es que hay alguien), pero no para nosotros. Recuerdo ahora el viaje por Vancouver, en el que Cuenya encuentra la manera más resumida y sincera para describir a muchos de los que vagan por la vida entre sustancias como un barco a la deriva. Nos habla de «…yonkis y buscadores de vida/muerte…». Genial, sencillamente perfecto. ¿Se puede definir mejor? Puede que no.
Seguro que ya no necesitaría darte más ejemplos, pero no quiero dejar pasar otros momentos sensacionales del viaje regalado.
Entre las páginas de Páramo del Sil podemos leer «…y así logra tal vez sentir una suerte de espiritualidad que me religue con la madre naturaleza, en este caso con un espacio proverbial en bosques, arroyos y montañas, cuyos efluvios me embriagan de poesía...». Ya no hace falta decir nada más, o puede que el silencio sea la mejor opción cuando ya nada se puede decir mejor.
Venga, un último ejemplo. Cuando nos encontramos en Oporto (no puedo evitar recordar que ambos estuvimos allí cuando yo apenas era un niño), nos describe perfectamente la sensación del turista por necesidad interior, como quizá seamos muchos. Nos dice, con sinceridad embriagadora «…qué difícil es ser viajero en estos tiempos de turisteo planificado…». Qué frase. ¡Qué frase! Distinción entre viajero y turista. Mágico. Sin duda mágico.
El ser humano es nómada. Hay quien erróneamente lo ha encasillado únicamente así en sus orígenes. Pero lo sigue siendo. Su ansia natural por ir más allá le ha empujado siempre a descubrir nuevos lugares.
Una vez asentados, todo quedó pequeño. Y los primeros pobladores fueron más allá en busca de mejores tierras que cultivar y en la que abundasen piezas de caza. No bastó con esa idea. Lugares inhóspitos como Siberia, Australia o el Ártico han sido colonizados. Se llegó a América en una búsqueda nómada, como también se establecieron rutas hacia China cuando el solo empujar de los caballos o los barcos era la tecnología. Pero el planeta se nos quedó pequeño, y la luna fue el siguiente paso. Ahora naves y robots construidos por nosotros han llegado a Marte, Plutón… y la Voyager, que sin duda se merecería un pedestal entre los grandes logros del hombre, ha salido ya del Sistema Solar. Y llegado el momento, si seguimos aquí, necesitaremos habitar otros planetas, en un viaje nómada infinito. Por eso, papá, libros como el de Cuenya son tan necesarios y útiles. Libros que nos descubren ya no solo los lugares descritos, sino también aquellos lienzos interiores que nos reflejan como especie. Sensaciones únicas en vivencias especiales, descubriendo la vida más allá de las portadas de revistas de viajes, entrando en lo profundo de aquel nómada que, saliendo de la comodidad de su pueblo, vitalmente necesitó descubrir lugares a los que nunca había llegado.
Pero no puedo, casi me siento obligado a ello, cerrar esta carta sin hablar de Marruecos. Había leído mucho de aquel lugar mágico y casi poético. Sin embargo he de reconocer que nunca lo habría descubierto si no fuera por ‘Mapas afectivos’ de Manuel Cuenya, o de ‘Hannan’ de Valentín Carrera. Sin duda dos imprescindibles argumentos para aquel que necesite conocer esa tierra mágica, de la que únicamente nos separa un estrecho cúmulo de agua.
Manuel Cuenya nos transporta a un Marruecos más intenso y más sincero que el que podríamos encontrar en cualquier otra publicación. Al igual que Valentín, nos lleva a esas calles, hoteles y, sobretodo, gentes que no aparecen en las guías de viaje, para gritarnos, con enorme sinceridad y directamente a los ojos, lo que realmente es aquella tierra, a la que por sentimiento, creo que debería viajar en algún momento de mi vida. Y es que son tantos los que han sentido el embrujo de este maravilloso lugar que el propio autor nos confiesa que «… no estaría mal impartir clases de español aquí, te dice ahora la voz de la conciencia…», buscando sin duda un sustento que te permita que el sueño se alargue lo más posible.
Papá, finalizo ya esta humilde carta, deseando que allí donde ahora estás encuentres el viaje que buscabas y que, como nos alecciona Cuenya en sus ‘Mapas afectivos’, sea un viajar interior más que exterior, aunque para ello tengamos que volar hasta donde sueñan los poetas.
Efectivos mapas afectivos
'Mapas afectivos' te grita, con poética sinceridad, que aquel que se introduzca en él será viajero, que no turista
25/03/2018
Actualizado a
16/09/2019
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