Ya sabemos que Teruel existe. Y León pide paso para reabrir la caja de los truenos que cerró Martín Villa en nombre de la sacrosanta Transición. De momento, muchos leoneses y leonesas han encendido los intermitentes para adelantar a la vez por la derecha y por la izquierda, y el bipartidismo dinástico camina a ciegas, noqueado, como un funambulista sobre el alambre.
Ahí están los primeros espadas, Juan Pedro Aparicio, Merino, Santiago Asenjo y otros amigos leales, batiéndose el cobre por los fueros que fueron. Yo también he firmado porque quiero que León exista ―que tenga peso y entidad política propia―, y porque me molesta profundamente el ninguneo de Valladolid (y cuando digo Valladolid, no me refiero a nuestros hermanos de Pucela, sino a la Hidra de Siete Cabezas o doce consejerías que han creado con el seudónimo de Junta de Castilla y León).
La Junta de Castilla y León es un monstruo administrativo sobredimensionado, que ha clonado el centralismo estatal y multiplicado su burrocracia hasta el infinito. La Junta, donde el PP lleva casi cuarenta años acampando como en una finca privada, es un Saturno que devora a sus hijos: a León hace tiempo que le ha comido la cabeza y los pies, pero también a Zamora y Ávila y Palencia, y sus cuatro puntos cardinales.
El nudo gordiano no es si León tiene o no derecho ―que lo tiene― a ser como Santander, Asturias, La Rioja o Murcia, sino entender cómo nos libramos del monstruo que devora nuestros recursos, pues la primera función de la Junta, como hacían los dragones medievales, es alimentarse a sí misma; y por cierto, que no para de crecer y engordar: metástasis de la Tierra Vaciada. Como hubiera dicho Catón el Viejo, Delenda est Junta de Castilla y León.
¿De verdad alguien sensato cree que podemos soportar el peso de una Junta, con dos copresidentes (Igea-Mañueco), doce consejerías, 73 directores generales, nueve delegados provincianos (pomposamente llamados territoriales); nueve diputaciones más provincianas aún, con sus respectivos cabildos y canonjías; y 2248 municipios?
Es normal que el agua no llegue a regar las acequias de León ni los canales del Bierzo: tiene demasiados bebederos por el camino. Y en esas estamos, con un modelo fracasado, clientelar, monopolio del PP durante cuatro décadas seguidas ―lo cual es una absoluta anomalía en democracia―, contra el que la ciudadanía comienza a rebelarse, mientras en las cúpulas de los partidos mayoritarios no se enteran. No necesitamos un cambio de cromos, sino una reforma estructural profunda, lo que viene siendo una revolución.
Permitan que me centre ahora en El Bierzo: ¿Alguien ha pensado en El Bierzo con empatía, con perspectiva de futuro y con sentido común? Dígannos, ¿cuál es su modelo? Yo les digo que no existe en sus cabezas ni en sus programas políticos. Partidos, sindicatos, empresarios, cámaras de comercio, universidad, sociedad civil: nunca han elaborado un verdadero modelo-país, un modelo de comarca, un proyecto de futuro sostenible.
Por no haber, ni siquiera hay debate, también eso nos niegan: ¿No se merecen los bercianos y bercianas un debate público abierto, limpio y transparente sobre si debemos o no quemar neumáticos o plantar eucaliptos? ¿Por qué se hurta a los ciudadanos este debate, tan necesario en democracia? ¿Tienen algo que esconder?
Después de 42 años de democracia, tenemos la casa patas arriba, está todo por hacer. La primera tarea es parar en seco a todos estos tipos atolondrados que malgastan nuestros impuestos y pensar qué queremos hacer en El Bierzo para que nuestras hijas y nietos hereden una tierra sana y sostenible.
En primer lugar, una reforma local basada en la administración única de Fraga ―esa que ustedes se han pasado por el forro―: amputación de todas las duplicidades y aplicación del principio de subsidiariedad: en El Bierzo la administración única es el Consejo Comarcal, no este de mentirijillas que nos otorga el feudalismo de Pucela, sino un Consejo de verdad, con poder político, con competencias y con presupuesto. Y suprimir 30 ayuntamientos.
En segundo lugar, planificar el territorio. Tenemos más polígonos industriales que campos de fútbol; los montes y bosques, abandonados a la especulación y al vandalismo de los incendios, porque en 2020 no existe en la comarca una planificación forestal integral, que impida el monocultivo y la eucaliptización del Bierzo. El territorio es un todo integral, no se pueden hacer parcelas en el ecosistema. A los vendedores de humo, les digo que el monte berciano no es una caldera de biomasa: eso es la muerte de la comarca.
En tercer lugar, pensar nuestro modelo económico: basta ya de saqueos. Cuando Franco inauguró Endesa en los años 40, no está pensando en El Bierzo, maldita sea, sino en enchufar la manguera para llevar la electricidad fuera. ¿O es que alguien se paró entonces a meditar qué modelo de desarrollo industrial nos convenía? Las amenazas ecológicas de 2020 ―Cosmos, Forestalia, Europa Metals en Borrenes y otras― siguen el esquema colonial del franquismo.
El Bierzo pensado desde fuera, desde la Junta-Ombligo o desde una multinacional en Brasil, en Zaragoza o en Sudáfrica. El Bierzo (y León) políticamente secuestrado, sin capacidad de decidir su propio destino. Lo dicho, está todo por pensar y por hacer: El Bierzo No Existe. Y León tampoco.
¿El Bierzo existe?
"El territorio es un todo integral, no se pueden hacer parcelas en el ecosistema"
03/02/2020
Actualizado a
03/02/2020
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